El Ateneo de Málaga tiene sus puertas abiertas a todo tipo de iniciativas. Un carácter plural que está en su ideario desde sus orígenes hace 50 años.

Medio siglo de pensamiento crítico en el Ateneo

Nació hace 50 años. Sin recursos económicos y con la oposición de la dictadura, pero con el entusiasmo de un grupo de intelectuales que creían en la cultura en libertad. Una condición que la convierte en una superviviente que, hoy día, sigue enarbolando su independencia

Francisco Griñán

Miércoles, 9 de diciembre 2015, 00:01

Allí estaban sentados intelectuales y reconocidos profesionales de toda la ciudad. El fiscal José Jiménez Villarejo, la dramaturga Ángeles Rubio Argüelles, los arquitectos César Olano y Carlos Verdú, el abogado y poeta Rafael Pérez Estrada, el psiquiatra Fernando Alamos de los Ríos o el pintor Eugenio Chicano, mientras que el poeta Manuel Alcántara, los escritores Rafael León y Alfonso Canales o el editor Ángel Caffarena enviaron su adhesión al acto. Hasta 75 nombres aparecen en el acta inaugural del Ateneo de Málaga que, el 16 de diciembre de 1966, aprobó sus estatutos y estableció que la cuota de los socios sería de 150 pesetas anuales. Personajes de muy diferente ideología y procedencia, pero a los que unían dos propósitos fundacionales: abrir una ventana a la cultura en una ciudad próspera económicamente pero escasamente ilustrada y propiciar la libertad de pensamiento. Lo primero podía ser aceptable por la dictadura, pero lo segundo encontró desde aquel kilómetro cero el rechazo de las autoridades de la provincia. Esa lucha por despertar la conciencia crítica forma parte del ADN de los ateneístas que, medio siglo después, son ya 700 personas y ocupan el mismo espacio de la Antigua Escuela de Artes y Oficios en la que se celebró su asamblea fundacional. Por el camino, pasaron por varias sedes y etapas, pero su historia es la de una institución condenada a la eterna supervivencia con tal de seguir fiel a su independencia. «Aquí no nos casamos con nadie», resume su actual presidente, Diego Rodríguez Vargas.

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Pero cuando los estatutos de aquella reunión constituyente llegó al Gobierno Civil, la documentación se guardó en un cajón. «La oposición era tan fuerte que solo había dos opciones, convencer al gobernador o, si no, saltárselo», explica el historiador y ateneísta Juan Antonio Lacomba, que recuerda que el presidente elegido en el encuentro fundacional, José Jiménez Villarejo, se vio obligado a dimitir en enero de 1967 «ante las presiones políticas» que consideraban incompatible su independencia como fiscal con su cargo en el Ateneo. Una oposición furibundo contra una institución que ya, antes de nacer, se vio atacada por el Régimen. «Nació contra el franquismo porque solo formular la palabra libertad ya era molesto y en el Gobierno Civil de Málaga pusieron todas las trabas», apunta el también historiador y profesor titular de la Universidad de Málaga, Fernando Arcas, que prepara junto a Miguel Tello y Patricia Mellado un libro con la historia del Ateneo de Málaga que se presentará el próximo año.

Pero los fundadores no se dieron por vencidos. Amparados por la ley de asociaciones aprobada en 1964, movieron los hilos en Madrid. Se tardó casi dos años, pero el 19 de octubre de 1968 se recibía la resolución del Ministerio de Gobernación con la aprobación de los estatutos, lo que suponía la creación legal del Ateneo de Málaga, que comenzó sus actividades a comienzos del año siguiente, 1969, aportando un nuevo foco de aperturismo y progreso a una ciudad que en 1965 había inaugurado su primera facultad, la de Económicas, y que en 1967 vio nacer un periódico Sol de España, al margen de la Prensa del Movimiento, recuerda Arcas, que añade que, en la documentación de la propia institución, se observa el apoyo por parte del director general de Cultura Popular, Carlos Robles Piquer, en la legalización del Ateneo. Un visto bueno que acabó doblegando «a regañadientes» la oposición del Gobierno Civil de Málaga.

Demócratas cristianos como el propio Robles Piquer, comunistas, andalucistas y socialistas coincidieron bajo la «tapadera» del Ateneo. «Eran intelectuales y profesionales que estaban bien vistos por el régimen», pero que con una conciencia democrática que se unieron para «ocupar un vacío evidente en Málaga que era la cultura en libertad, la cual no tenía cabida en el régimen de Franco», señala Fernando Arcas, que se apuntó al Ateneo a mediados de los setenta «aprovechando que habían bajado las cuotas para los estudiantes de la universidad». Y allí conoció de primera mano como se practicaba ese pensamiento crítico y esa independencia que tanto molestaba a las autoridades. «El Ateneo nunca participó en la política, pero se hacía política», resume el profesor de la UMA.

Vigilados de cerca

«La institución fue una expresión de libertad, en la que daban conferencias gente de izquierda y de derechas, como fueron Enrique Tierno Galván o José María Gil-Robles, ya que quería ser plataforma de todo aquel que tuviera algo que decir», recuerda Juan Antonio Lacomba, organizador de numerosos ciclos de pensamiento en los últimos tiempos de la dictadura que no solo agitaron a los malagueños con conciencia democrática, sino también a las autoridades. «¿Vigilados? Pues claro, antes de las conferencias siempre localizábamos rápidamente al agente de la Brigada Político Social que venía a controlar lo que allí se decía», recuerda el historiador, que añade que además tenían que pasar la censura y enviar las conferencias 24 horas antes al Gobierno Civil para que fueran aprobadas.

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Uno de los momentos más complicados fue el que vivió con el historiador Manuel Tuñón de Lara en 1974. Era la primera intervención pública en España del exiliado republicano y Lacomba, organizador del ciclo, buscó antes el compromiso del Gobierno para que el conferenciante pudiera venir y hablar en libertad. «Camuflamos la conferencia bajo la denominación Historia Social de España Siglo XX y Ricardo de la Cierva director general de Cultura del Ministerio de Información hizo los contactos y me confirmó que no había problemas», rememora Lacomba que, cuando recogió a Tuñón de Lara en la estación, comprobó que les estaban siguiendo. El organizador llamó a De la Cierva y éste le confirmóque la conferencia estaba autorizada, aunque eso no impidió que la policía llevase al invitado a la comisaría. «Pasé miedo por él», confiesa el historiador, que añade que, por fortuna, «sólo querían que supiera que la policía franquista existía».

Con la Transición, el Ateneo de Málaga se convirtió en expresión política de todas las tendencias, una época en la que pasó a ser presidente el eterno secretario de la institución, Ramón Ramos Martín, «hombre clave que resolvió muchos problemas», señala Lacomba que también destaca al médico Fernando Alamos de los Ríos, que supo pilotar con «equilibrio» los comienzos difíciles de la institución tras la dimisión obligada de Jiménez Villarejo.

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Junto a sus foros y conferencias, el Ateneo comenzó la edición de libros, organizó exposiciones y todo tipo de actividades culturales, siempre dentro de las limitadas posibilidades que le daban sus pocos recursos y sus sedes, como era el pequeño piso de la plaza del Obispo número 1, por donde pasaron los científicos Severo Ochoa y José Manuel Rodríguez Delgado, los filósofos José Luis López Aranguren y Julián Marías, la escritora Lidia Falcón o Paloma Picasso, que recibió la Medalla de la institución en 1971. Un gesto con el que la institución reivindicaba al artista desde su ciudad natal. Precisamente, el Aula Picasso de su actual sede, la antigua Escuela San Telmo, es una de las cuentas pendientes que tiene planteada la institución. «Aquí aprendió a pintar y vienen a verlo muchos extranjeros, pero necesitamos colaboración para restaurar el aula», explica el actual presidente, Diego Rodríguez Vargas, que cifra en 200.000 euros la inversión para rehabilitar este espacio histórico que, en este momento, es un trastero.

No es el único reto de la institución, que también está buscando rejuvenecer con nuevos socios. Una renovación fundamental para su futuro, que también pasa por la sostenibilidad económica. «Nos sostenemos con las aportaciones de patrocinadores y colaboradores con que perdamos a un par de ellos tendríamos que cerrar», asegura el presidente, que añade que el Ateneo necesita 17.000 euros anuales para el sostenimiento del edificio.

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«Algo no funciona bien»

Por el camino de este medio siglo, el Ateneo no ha faltado en las reivindicaciones históricas de la ciudad, como es el caso de la plataforma La Aduana para Málaga. Y actualizando su espíritu crítico, Rodríguez Vargas lamenta que el Museo de Bellas Artes no se haya inaugurado este año y que las administraciones muestren su desacuerdo. «Es una lucha política incomprensible y un disparate que pierdan energías en discutir. Lo que hay que hacer es abrirlo», asegura el responsable, que también tiene unas palabras para la anunciada desaparición del Instituto Municipal del Libro: «Es un síntoma de que algo no funciona bien en esta ciudad». El presidente del Ateneo asegura que la cultura tiene muchos frentes abiertos y se muestra especialmente beligerante contra el IVA del 21% que resta público y recursos al teatro, el cine, la música «Que el IVA del fútbol tenga un 10% sólo puede significar que nos importa más esa línea de entretenimiento que la cultura», sostiene.

En una Málaga diametralmente opuesta a la de los sesenta, que ahora es una ciudad de la cultura, el Ateneo no puede competir con la programación de las grandes administraciones municipales, provinciales y estatales, admiten sus actuales gestores. Pero sigue teniendo su espacio, el cual está relacionado con su propio origen. «Su independencia lo convierte en un foro para la crítica que las instituciones no pueden tener», asegura el profesor Fernando Arcas, que reconoce que ese espíritu disidente le condena a la eterna supervivencia. «Cumplir 50 años es un milagro», apostilla.

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