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Las máscaras del vampiro

Se podría aplicar al vampiro el principio de que ni se crea ni se destruye, se transforma

Antonio Garrido

Sábado, 28 de noviembre 2015, 01:43

Vivo en un piso alto, bastante alto, donde el viento sopla con fuerza y eso me encanta. La biblioteca está en sombras; la luz de la lamparita, única en la habitación, da sobre el libro. Es el ambiente perfecto para demorarme en las 638 páginas de esta travesía, así se le califica en el colofón. Un volumen muy bien editado, muy bien ilustrado, donde los cuentos, las voces diferentes, se agavillan para producir el placer del terror; esa mezcla de contrarios que pulsa cuerdas atávicas. Pocas cosas hay tan perturbadoras como el cuello blanquísimo de la víctima que se ofrece a los colmillos del vampiro; al mismo tiempo se le va la vida y tiene un orgasmo imposible de describir. El vampiro es la transgresión y Drácula sigue vigente en su exquisita barbarie, tan contraria a La lucha con el vampiro de Boleslas Biegas de la portada, violencia sin matices, alas mitológicas de colores brillantes que se ciernen sobre la carne trémula que se retuerce en violento escorzo.

La lista de autores, veintidós, combina de manera sabia los nombres clásicos del género con otros menos conocidos. Creo que uno de los aciertos de la antología es que permite ver la evolución del género al que me he referido antes y su capacidad de asombrar con nuevas perspectivas, con nuevos matices de niebla y pánico; o de luz radiante, joven exuberante y pánico, siempre pánico, como debe ser.

Se podría aplicar al vampiro el principio de que ni se crea ni se destruye, se transforma. La bestia devoradora de sangre se convierte en caballero de capa y solemne presencia, se hace noble de tierras lejanas y adquiere valores nuevos, incluso un sentimiento parecido al amor. Estamos en la era victoriana. La elegancia y el misterio rodean al personaje.

La vampira es una mujer voluptuosa, generalmente muy atractiva en su frialdad y en la blancura transparente de su piel. No ha sufrido las transformaciones físicas de su compañero aunque en las últimas versiones este ha aumentado su atractivo físico. Lugosi no era un paradigma estético precisamente.

Desde Polidori a Niswander los amantes del género disfrutamos mucho. El vampiro dandi da paso aesa lujuria del jardín maldito, donde las plantas son esencia del veneno, donde una joven bella e inocente es víctima de la locura de su padre y donde el amor no podrá superar una realidad perversa.

Les voy a contar el motivo de estar tan blanca. Se puede sobrevivir al vampiro pero hay que pagar un peaje, el de su aliento, el de su contacto. Una bellísima mujer puede resucitar y un joven apuesto volverse loco por ella.

Todos los relatos son de calidad indiscutible pero quiero destacar El final de la noche porque supone una vuelta de tuerca sobre el modelo tradicional decimonónico. El lector va reconociendo la evolución de los hechos narrados y puede preguntarse sin esta historia es una variante estilística; en absoluto, el final es tan sorprendente como lírico, tran terrible cuanto amoroso.

En un taller de reparación de coches puede llegar algún incauto y encoentrarse con una joven de cuerpo deslumbrante y propicia al placer pero, cuidado, que guarda un secreto sangriento que remite a cultos ancestrales. Nada es lo que parece.

El concepto de máscara es adecuado para la evolución del vampiro. Una mujer misteriosa se instala en una casa, un vecino la espía y descubre que su lecho está lleno de oro, además de su belleza: sexo y dinero. Usted sabrá a lo que se arriesga.

¿Qué se esconde en el almohadón de plumas? Un relato deslumbrante por breve. ¿Qué se esconde en el fresno? El vampiro toma muchas formas y no necesariamente humanas. En las mazmorras de un castillo normando se esconde lo innombrable, mejor huir si se puede. Léase.

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