La imaginación

La llaman la loca de la casa, pero lo cierto es que la imaginación nos puede proporcionar algunos de los mejores momentos de nuestras vidas. Especialmente a los niños, que aún tienen capacidad para convertir sombras en camellos, o un ser inerte como un peluche en un ser vivo con el cual comunicarse sin ningún tipo de obstáculos.

Y si los obstáculos aparecen, como es el caso de la pequeña Oriana, que no recibe respuestas de su blandísimo hipopótamo de juguete, se buscan respuestas a los mismos. Los más pequeños andan ajustándose a su entorno y buscando la magia que cubre y a veces domina al mundo, como pensaban nuestros lejanos antepasados.

La búsqueda de respuestas a la inactividad del peluche lleva a Oriana a cuestionar a los mayores más cercanos (papá y mamá), pero estos no le dan solución alguna, quizás porque están demasiado atareados en sus faenas cotidianas, que impiden mayor interés en ese pequeño/gran problema.

Si el peluche no se mueve es porque se trata de un juguete para ser abrazado, o porque no es un ser vivo. Tampoco seres grandotes como el sol, el enorme roble de la llanura, la luna o las estrellas le van a dar respuestas que sacien su curiosidad.

Y el hipopótamo de carne y hueso termina decepcionándola: solo se entristecerá y no aportará ninguna novedad. Finalmente Oriana, cansada y decepcionada del escaso interés de los seres que le parecen poderosos, se sienta en un banco.

La respuesta le vendrá de un señor mayor que la ve acurrucada y desesperada en un banco. Y ya sabemos cuál es. El niño /la niña desarrolla su imaginación cuando lo necesita, y hay momentos y épocas de su desarrollo en que lo hace de un modo especialmente brillante. Entonces nos sorprende, porque el niño no tiene nada de «loco bajito» como apuntan quienes no se preocupan demasiado por ellos.