Antonio Javier López
Domingo, 5 de julio 2015, 12:13
Menos de seis horas bastaron para realizar un mural de cien metros cuadrados, el segundo que firmaba en Málaga después del gigantesco Paz y libertad que custodia la desembocadura del Guadalmedina. Aquél apenas le llevó tres días. En ambas ocasiones, Shepard Fairey Obey desplegó un sistema de trabajo milimétrico basado en el trabajo previo por parte de su equipo de colaboradores.
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El método consiste, en esencia, en tomar las dimensiones del muro y dividirlo en secciones, luego esa cuadrícula se toma como referencia para elaborar las plantillas adhesivas colocadas sobre el muro como un negativo de la imagen sobre el que aplicar la pintura en espray. El resultado es tan espectacular como resolutivo. No en vano, apenas unos días antes de su llegada a Málaga, Obey firmaba una obra de gran formato en Berlín.
Un ritmo de elaboración de murales que roza lo industrial y que sirve para acompañar a la potente maquinaria empresarial que rodea al creador norteamericano, que ha sabido convertir su apodo de grafitero en una marca comercial de alcance planetario. A su propia línea de ropa creada en 2001, Obey suma una galería de arte (Subliminal Projects) y un estudio de diseño (Studio Number One), ambos abiertos en 2003 e instalados en Los Ángeles.
Studio Number One heredero del sello BLK/MRKT con el que Obey trabajó entre 1997 y 2003 ha elaborado campañas para multinacionales como Samsung, Coca-Cola México, Levis, Motorola o la marca de whisky Dewars. «En el Fairey actual podemos ver una doble paradoja de nuestro tiempo. Por un lado, la dualidad vándalo/empresario millonario (...) Por otro, la aún más ambigua dualidad autor/productor que Fairey tan bien personifica, alternando obra personal con su empresa de diseño y moda y su producción de merchandising», escribe el dibujante y profesor de la Universidad de Málaga, Pepo Pérez, en uno de los textos incluidos en el extenso catálogo editado por el CAC Málaga con motivo de Your eyes here, la retrospectiva que el centro malagueño dedica a Obey este verano.
Pérez recuerda que artistas como Jeff Koons en cuyo taller trabajan alrededor de 200 personas o Takashi Murakami también se dedican a la producción casi industrial no sólo de sus propias creaciones, sino de diversos artículos de consumo masivo. «La principal diferencia entre ellos y Obey es que Koons y Murakami actúan desde dentro del circuito artístico tradicional, mientras que Fairey procede de un ámbito ajeno a ese circuito como la subcultura urbana vinculada al skate o el punk», establece Pérez.
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El responsable de la empresa de gestión cultural Contemporánea, Mario Martín, añade que el fenómeno Obey se enmarca «en el ADN de los artistas procedentes del mundo de la cultura urbana». Martín recuerda casos como el del cineasta Spike Jonze (autor de Her o Donde viven los monstruos) que cuenta con dos marcas de tablas de skate: Girl y Chocolate. O el patinador Ed Templeton, fotógrafo y responsable de la firma de skate Toy Machine.
Campaña mediática
«Todo el trabajo de estos artistas ha sido respaldado por una campaña mediática muy importante que va desde revistas especializadas a catálogos de ropa o de exposiciones, pasando por audiovisuales e, inevitablemente, Internet», esgrime Martín, comisario de la muestra Americain XX1. De la calle al escaparate, del escaparate al museo, celebrada en Pessac (Burdeos) en el marco del Festival Urbano Vibrations Urbaines.
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«Por sus estrechas relaciones con esos objetos fácilmente consumibles, estos artistas han logrado hacerse muy visibles e incluso influenciar a grandes y prestigiosas firmas de moda. Un arte forjado en círculos independientes que ha pasado a formar parte del imaginario común gracias a que, en muchos casos, ha pasado del lienzo, el papel o la calle a productos como camisetas, zapatillas, tablas de skate o portadas de discos», prosigue Martín.
Uno de los templos de esos productos en Málaga es Disaster Street Wear, abierta hace más de una década por Óscar González, que cuenta con dos establecimientos en las calles Nosquera y Córdoba de la capital malagueña. «Fui el primero en traer prendas de Obey hace nueve años. Entonces casi nadie lo conocía y sólo dos o tres clientes preguntaban por él. Cuando me preguntaban ¿Qué es Obey? Sacaba un libro con sus obras y lo presentaba a los clientes».
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Ahora, la demanda de prendas de la marca Obey ha subido como la espuma. «Crecieron las ventas, pero también las falsificaciones», añade González, quien ofrece una de las claves del éxito de la marca: «Aparte de los diseños, la firma cuenta con prendas en varios tejidos diferentes y dentro de la marca puedes encontrar desde el logo básico hasta diseños muchos más elaborados». Las camisetas, por ejemplo, cuestan entre 29 y 60 euros. Y, según la experiencia en el mostrador Disaster, se venden antes las de 60.
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