«La firma de Diego Urdiales»

Fiel a su estilo, el torero de Arnedo, protagonista sin recompensa de lo más caro de la tarde. Desigual corrida de Adolfo Martín. Castella pasa página sin aflicción ni dicha

colpisa. barquerito

Jueves, 4 de junio 2015, 23:10

 Primero y sexto fueron los toros de mejor aire de una corrida de Adolfo Martín de dispar compostura. La ley de San Isidro 2015: tres cinqueños y tres cuatreños. Solo que dos de los cinqueños entraron en un mismo lote, el de Castella. Por una razón palmaria: el segundo, aunque en tipo, estaba justo de trapío, y el quinto, cornipaso y descarado, se salía por la tangente. Fueron toros de fondo muy distinto. El segundo, de agresivo temperamento lindante con el genio, tardeó, pegó calambrazos cuando vino a engaño y acabó defendiéndose. Son muchas las maneras en que puede defenderse un toro. En el encaste Saltillo lo común es frenarse, apalancarse y soltar un derrote seco. El quinto sacó de partida el gateo rítmico del saltillo puro y la nobleza tan peculiar de su procedencia, pero sin la menor fuerza. El más apagado de los seis.

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     A Castella, triunfador indiscutido de la feria hasta la fecha, le pegaron una ovación después del paseo pero no quiso salir a corresponder. Muy pocos santacolomas y muchos menos saltillos lleva toreados y matados el torero de Beziers en su brillante carrera. Saltillos mexicanos, sí. Pero. La decisión de anunciarse en Madrid con la corrida de Adolfo fue una apuesta atrevida y formal. Tal vez pesara el recuerdo de la segunda o tercera consagración de Perera hace un año en esta plaza, con el mismo hierro y casi en la misma fecha. Espíritu de emulación.

     Ni fueron los toros de Perera ni salió la apuesta. Castella no salió derrotado. Tampoco devolvió ninguno de sus dos rotundos éxitos de mayo. Con un toro de Salvador Domecq y con otro de Alcurrucén. El lote de adolfos no le vino grande ni pequeño. La guasa del segundo no le descompuso, ni siquiera le puso nervioso. Trató con fórmulas convencionales de seducir o reducir al toro, que tuvo aviesa mano izquierda y el sentido propio de la edad. El quinto le duró diez viajes y, cuando se le paró, le aguantó con sangre fría dos reniegos al borde del abismo. Los lances de capa fueron de buenos brazos en los dos casos. Breve con la espada. Un aviso en cada toro. Más que un mal trago, un sinsabor.

     Las cosas mayores y mejores, las de regusto, finura y pureza, todas ellas y solo ellas, llevaron la firma de Diego Urdiales, cuya carrera está jalonada de faenas distinguidas con toros de Saltillo. Uno de Adolfo el pasado otoño en Madrid sin ir más lejos. Una docena y pico de victorinos también. El instinto y el estilo del torero de Arnedo se dejaron sentir en sus dos bazas. Con un primero de corrida que humilló mucho pero en viajes cortos y hasta revoltoso -toro que por personalidad y trapío puso nerviosa a la gente- y con un cuarto noble pero ligeramente gazapón que se fue apagando poco a poco y hasta soltándose en busca de tablas.

     Al astifino y descarado primero lo templó Urdiales con el capote en el recibo: verónicas de gran ajuste y ritmo en el saludo. Muy difícil encajarse de esa manera. Y una faena hermosa de verdad: improvisada, rota gracias a la paciencia de Diego para ya en la primera tanda fuera de las rayas someter al toro sin dejar de acariciarlo. Muy despacio. Bellos muletazos de recurso y repertorio: un molinete, la trinchera de remate, el desplante previo a la igualada. Planta posada, ni un solo latigazo. Valor para irse al pitón contrario cuando al toro se le acabó la gasolina. Media estocada, dos descabellos.

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     Con el cuarto, que salió gateandito como el primero, no pudo estirarse de capa Diego pero sí lidiar con calidad. Suavidad en una almendrada faena condicionada por lo apagado del toro, que resistió fuera de las rayas apenas dos tandas. Como era frágil, no se podía forzar. Torería de Urdiales: la manera de estar, otra vez los muletazos de recurso, y entre ellos uno singularísimo enhebrado en tablas antes de cuadrar el toro. Lo mató de una estocada extraordinaria. De las mejores de la feria. De mitad de faena en adelante hubo en una andanada de sombra uno con un pito de los de reventar. En sol, un villamelón de domingo pidiendo a Diego que se cruzara. Cosas veredes.

     Mal reclamado por una anónima punta de capote, el tercero se estampanó contra un burladero antes de varas. Acusó el trastazo luego. Medias embestidas, y se enteraba. Escribano se atuvo a un guión parece que fijo: de rodillas a porta gayola -no hizo por él el toro-, tres pares de banderillas en un tercio moroso después de que Urdiales bordara un quite de dos mandiles y media, y una porfía sembrada de pausas. Cuatro pinchazos y una estocada. El sexto, un Baratero de reata reconocida y premiada en lo de Albaserrada, agalgado, muy descarado y astifino, de porte elegantísimo, fue toro de bravo fondo. Calidad por la mano izquierda. Menos claro por la otra. Escribano se libró por milagro de una cornada en banderillas -trató de clavar a toro a la espera y casi cerrado en tablas- y se empleó luego en una faena de irregular hilván, exceso de cortes y de no meterse en honduras. Una estocada. Y una oreja que pidió la mayoría no se sabe por qué. Ni se sabrá nunca.

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