Borrar
John F. kennedy. Dallas. 1963. El último desayuno: En el Hotel Texas, 815 Main Street de Fort Wort (Texas). Le fue ofrecido por la Cámara de Comercio de Fort Wort. El menú: Antes de ser asesinado mientras viajaba en la limusina presidencial, un Lincoln Continental (SS-100-X, en la clave del Servicio Secreto) tomó huevos pasados por agua, bacon, queso de cabra Linden Dale, tostadas con mermelada de frambuesa, zumo de naranja y un par de tazas de café muy cargado.
El último bocado

El último bocado

Cleopatra se despidió del mundo con higos, James Dean con una Coca-Cola y una manzana y Lady Di ordenó revuelto de hongos y lenguado antes de morir

julián méndez

Domingo, 15 de marzo 2015, 00:54

Si supiera que lo próximo que se llevará a los labios será el último bocado de su vida, ¿qué pediría? ¿Un guiso casero que le recordara a la infancia? ¿Jamón Joselito con una botella de Dom Pérignon? ¿O unas cuantas anchoas rebozadas y unas lascas de buen idiázabal curado para irse con buen sabor de boca de este mundo? La cosa da que pensar...

En Muerte a la carta (Poebooks. 20 euros), Eric Frattini lleva al papel el testamento culinario de medio centenar de personajes históricos, desde los higos dulces con cobra que se tomó Cleopatra al atracón (un platazo de langostinos con mahonesa y chiles, un enorme trozo de foie gras, cuatro chupitos de ron, dos cervezas heladas y dos piñas coladas) que se metió entre pecho y espalda en el Tazio de Roma James Galdonfini, el actor que encarnaba al mafioso Tony Soprano en la serie de la HBO.

En este viaje de siglos tienen también cabida el general Custer, «que se puso las botas» con un asado de búfalo y gallina, frijoles con melaza y maíz tostado con pan blanco, la Coca-Cola y la manzana que picó James Dean antes de estrellar su Porsche 55 Spyder o los huevos pasados por agua, el bacon, el queso de cabra Linden Dale, las tostadas con mermelada de frambuesa, el zumo de naranja y el café muy cargado que desayunó John Fitzgerald Kennedy en el Hotel Texas de Dallas antes de ser tiroteado. También, el sandwich de carne con mostaza que cenó John Lennon en el restaurante Bacci & Abracci de Brooklyn sin saber que el pirado Mark David Chapman iba a pegarle cuatro tiros con su revólver del 38 especial a la puerta del Edificio Dakota de Nueva York. Tal vez el único que intuyó que los sioux podían darle una mala digestión fuera el bigotudo Custer.

La reinona gourmet

Esa última cena, como en el caso de Freddie Mercury («reina gourmet», la llama Frattini), puede adoptar también la forma de un testamento. El cantante de We are the Champions dejó en herencia medio millón de libras esterlinas a su cocinero Joe Fanelli y quiso despedirse de sus amigos con un banquete en su casa. Fanelli les preparó sopa de verduras, costillas de cerdo con salsa barbacoa y pastel de manzana, todo regado con champán francés y vodka helado. Mercury no probó bocado y murió al día siguiente. El cantante visitaba una vez a la semana a su madre para que le preparara su plato favorito, una especialidad parsi llamada dhansak (carne de cordero guisada con lentejas y verduras acompañada de arroz caramelizado). «Si algo me ha enseñado este libro es que no importa que seas estrella del pop, artista o político. Da igual. A todos nos gusta comer lo que cocinan nuestras madres», resume Eric Frattini.

El libro rebosa de anécdotas. Napoleón comía solo, adoraba el rancho de sus soldados y se ponía perdido. Hasta el punto de que su mayordomo debía llevarle ropa limpia después de cada comida, a las que nunca dedicaba más de ocho minutos. Napoleón bebía varias botellas de vino al día y su favorito era un borgoña, el Château Gevrey-Chambertin; por cierto, hoy en manos de una compañía china.

Frattini revela que Alphonso Gabriel Capone odiaba los espaguetis y se reconciliaba con la cocina gracias a los guisos sicilianos de la mamma, una mujer que le preparaba conejo con tomate y aceitunas verdes acompañado de polenta. La sífilis y la cárcel acabaron con el dudoso esplendor mafioso de Scarface.

En el otro extremo se encontraría Mahatma Gandhi, un hombre del que se dice que bebía su propia orina cada mañana, lo que los seguidores del yoga llaman la técnica amaroli. Era Gandhi un hombre de ayunos voluntarios que desayunaba agua caliente, miel y zumo de limón. Abha, su esposa, le preparó su última comida el 30 de enero de 1948: leche de cabra, verduras crudas y cocidas, naranjas, pan blanco y mantequilla y una infusión de jengibre, limón y jugo de aloe, que tomó sentado en el suelo. A las 17.17 horas, el nacionalista indio Nathuram Vinayak Godse disparó tres veces a bocajarro contra aquel pacífico anciano vestido de hilo blanco.

Adiós en un dos estrellas

Lady Diana Frances Spencer se despidió de los manteles, y de la vida, en LSpadon, el lujoso restaurante del Ritz parisino, un dos estrellas Michelin que dirigía entonces el famoso chef Guy Legay.

Lady Di, que llegó acompañada de su novio Dodi Al-Fayed, ordenó al maître una tortilla de hongos y espárragos y un lenguado Dover con muselina y verduras en tempura. Minutos después, el Mercedez Benz S280 negro con Henry Paul (el jefe de seguridad del Ritz parisino) al volante se estrellaba, a 190 kilómetros por hora, contra un pilar del túnel Du Pont lAlma perseguido por los paparazzi. El resto es historia.

Recetas con sabor inmortal creadas por Andrés Madrigal

  • El traajo de recuperación de los últimos bocados de medio centenar de personajes se acompaña de un ejercicio de imaginación del chef Andrés Madrigal, madrileño que trabaja en la actualidad en Panamá (Casco Antiguo y Atelier Madrigal) y asesora a restaurantes en Colombia. Para Ernest Hemingway recrea una ensalada César, «icono de la cocina texmex» mientras que para el nazi Adolf Eichmann, que pidió una botella de cabernet sauvignon (hecho en Israel por los herederos del barón de Rothschild) antes de ser colgado en la madrugada del 31 de mayo de 1962, inventa un granizado de vino tinto. Jesucristo, como no podía ser de otro modo, ocupa un lugar escogido en Muerte a la carta. Madrigal sintetiza el menú de la última cena en un cordero con olivas negras, miel de flores y hierbas frescas con ensalada de sémola.

Hambre de cariño es el título que escoge Frattini para el capítulo dedicado a Marilyn Monroe. La actriz murió un 5 de agosto de 1962 y 52 años después aún no está claro qué sucedió dentro de su alcoba. Tampoco qué cenó. Unos apuntan que esperaba a un invitado (¿Robert Kennedy?, según arguyen los conspiranoicos) para quien habría encargado un bufé con gazpacho, pechugas de pollo, tacos con guacamole y salsa, albóndigas, frijoles y ternera al parmigiano. Otros, que pidió la cena a su restaurante favorito, La Escala, en Beverly Hills, regentado por el ínclito Jean Leon (Ángel Ceferino Carrión Madrazo, reconvertido luego en bodeguero en Cataluña), el local donde Marilyn pasaba las noches de gloria combinando caviar que tomaba en cuchara de nácar con el todopoderoso Dom Pérignon 1953. Al parecer, esa noche postrera pidió un plato de fetuccini, su plato estrella. Su cuarto fue limpiado, recogido, lavado y retirado antes de la llegada de la Policía. Así que nos quedamos con las ganas...

Hitler, uno de los personajes más abyectos de la historia de la Humanidad, era muy goloso. Le encantaba el chocolate, que comía a diario, en tabletas o caliente, y al café le ponía siete cucharadas de azúcar. Su desmesura llegaba al punto de azucarar el vino tinto. Antes de volarse la cabeza en el búnquer de la Cancillería del Reich junto a Eva Braum (el último sabor que sintió el paladar de ella fue el de las almendras amargas del cianuro), Hitler comió con sus dos secretarias, Traudl Jünge y Gerda Christian, y su cocinera Constanze Manziarly. Eran las 14.30 horas del 30 de abril de 1945. Desde que su sobrina (y amante) Geli Raubal se suicidó con su pistola, no comía carne.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur El último bocado