Mujeres obreras, en la I Guerra Mundial

El germen de la emancipación

La incorporación de las mujeres al trabajo en la PGM, especialmente en el bando de los aliados, fue un fenómeno social que se centuplicó en la II Guerra Mundial

ISABEL URRUTIA

Viernes, 25 de julio 2014, 03:44

Eran de clase humilde y la mayoría nunca había trabajado fuera de casa. A lo más, habían servido como criadas en las casas de las familias adineradas. No conocían más uniforme que el delantal y la cofia. Hasta que estalló la PGM y muchas de ellas -sobre todo en el bando de los aliados- se enfundaron un par de pantalones y olvidaron los zapatos de tacón. Tenían entre 18 y 30 años, un entusiasmo a prueba de bombas y un sentido del deber y sacrificio a la altura de los hombres que arriesgaban la vida en las trincheras. Todo ello se tradujo en jornadas de doce horas, de lunes a sábado, en fábricas que apestaban a pólvora, sudor y serrín.

Publicidad

Había que mantener en funcionamiento la industria metalúrgica a toda costa. No importa que se les tiñeran la piel y los ojos de amarillo (síntoma de tener destrozado el hígado) por manipular elementos químicos. Muy pocos sindicatos dieron un paso al frente para defender sus derechos y exigir mayor seguridad laboral.

Además, cobraban un 50% menos que los varones y sus puestos de trabajo eran estrictamente temporales. Los gobiernos, lo mismo el de Reino Unido, que los de Francia o EE UU, les pusieron el apodo de 'canarios' -en vista del color enfermizo que habían adquirido- y al término de la contienda se les agradecieron los servicios prestados. Solo eso.

Holanda, Suecia, Rusia, Hungría, Reino Unido... otorgaron el voto femenino, sobre todo entre 1918 y 1920, para dar la impresión de que por fin pasaban a formar parte activa de la sociedad. Por lo demás, la inmensa mayoría de las mujeres volvió a ejercer su rol de 'alma del hogar', sin dejar de parir y cocinar para toda la familia.

De clase acomodada

En la SGM se vivió la misma frustración. Pero centuplicada. Con cerca de 110 millones de hombres movilizados, no había más alternativa que echar mano de las amas de casa para cubrir las plazas de los obreros de la industria pesada. Entre 1939 y 1945, unos 25 millones de mujeres respondieron a las arengas de sus líderes, llámense Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin... Este último, por cierto, no hacía distingos en la URSS: las mujeres llegaron a representar el 55% de la fuerza laboral civil y en las trincheras luchaban las soviéticas de entre 16 y 45 años, por reclutamiento obligatorio.

Publicidad

¿Y las muchachas de las clases acomodadas? ¿También se dejaron la piel en la retaguardia? Sí, bien es verdad que no en las fábricas, sino como guardias de tráfico, enfermeras o auxiliares de las Fuerzas Armadas, es decir, en calidad de traductoras, telegrafistas... Todas ellas, al margen de su origen social, demostraron una eficacia que dejó boquiabierto al mundo. Méritos que no bastaron para que las empresas se interesaran por ellas al final de la guerra. Se calcula que menos del 50% de las trabajadoras siguieron en el mercado laboral.

Ahora bien, su ejemplo inspiró a las chicas que, a partir de la década de los 50, llenaron las aulas de las universidades, sobre todo en EE UU. El 'boom' económico de la posguerra y el uso extendido de los anticonceptivos abrieron un mundo de posibilidades que las abuelas y madres de las universitarias jamás habrían soñado.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad