Antonio Javier López
Miércoles, 2 de julio 2014, 01:19
En una de las puertas acristaladas que separaban su estudio de la terraza había colocado una hoja en blanco con un rectángulo recordado en su interior.Por allí sólo asomaba una parte del horizonte, una línea recta como una frontera transpirable donde se unían la tierra y el mar. Era lo único que parecía interesarle en aquel momento, mientras quemaba los días sobre el tablero en posición horizontal, rodeado de cigarrillos olvidados, consumiéndose como horas felices. Porque «su felicidad era pintar». Lo decía hace sólo unas semanas Pilar Cervera, «sus ojos y sus manos», su compañera durante 45 años y la madre de sus cinco hijos.
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Pilar y él se había instalado en aquel piso nada más llegar a Málaga desde el otro lado del mar. Y quiso la casualidad o el destino que Dámaso Ruano cambiase las azoteas de Tetuán por esa morada también alta en un pasaje de El Palo con nombre de conquistador. Y desde aquella atalaya conquistó Dámaso Ruano algunas de las cotas más altas de la modernidad plástica del último medio siglo en Málaga.
Hasta allí trepó también la enfermedad como una hiedra silenciosa para llevarlo de a poco al mundo de los sueños del que ya no despertará. Dámaso Ruano (Tetuán, 1938) fallecía ayer poco antes del mediodía, apenas un mes y medio después de que la ciudad donde vivió y pintó durante más de medio siglo le concediera el título de Hijo Adoptivo. Un reconocimiento que llegaba demasiado tarde para contar con la presencia del artista. En su lugar recogió la distinción Pilar Cervera, de nuevo sus ojos, sus manos.
Unas manos, las de Dámaso Ruano, «privilegiadas para la creación», como sostiene Jorge Lindell, artista, amigo y compañero de Ruano en aquella aventura que fue el Colectivo Palmo, el grupo que ambos promovieron junto a creadores como Manuel Barbadillo, Enrique Brinkmann, Stefan von Reiswitz, Pepa Caballero, José Díaz Oliva, Jesús Martínez Labrador o José Faría. Una iniciativa crucial para entender la renovación plástica vivida en Málaga a principios de la década de los 70 del siglo pasado, no sólo en el lenguaje cultivado por ese grupo de autores, sino también en la oferta cultural que pusieron en marcha esos creadores.
«Entre Dámaso y yo hicimos Palmo, que fue una ruptura con la pintura que se hacía entonces en Málaga», recordaba ayer Lindell, uno de los compañeros de pinceles y generación más cercanos a Ruano. «Dámaso tenía una gran capacidad para la organización, para aglutinar gente y esfuerzos, quizá por su vertiente de profesor», ofrecía ayer Jorge Lindell, que realizó junto a Ruano dos murales para Unicaja, así como diversas exposiciones en la sede de Palmo, cuyo taller de grabado sirvió para formar a una generación de artistas y público en los lenguajes de la modernidad plástica.
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En busca del equilibrio
A la hora de asomarse a la obra de Ruano, Jorge Lindell destaca «la corrección y el equilibrio». Y añade: «Lo conseguía con cualquier material, rompiendo un papel, ya hacía arte. En ese sentido también hay que reconocerle como un iniciador no sólo de la pintura, sino también del collage».
Ruano canalizó esa vocación innovadora en una pintura siempre fiel a la abstracción, a un geometrismo combinado por el delicado uso del color en escenas donde reinaba el paisaje. «Era un pintor silencioso, que a la vez lograba una extraordinaria elocuencia dentro del espacio del cuadro», repasaba ayer el artista Eugenio Chicano. «Como amigo era una persona intachable, leal, con un convencimiento absoluto de su estilo, de su constructivismo lírico», reivindicó el pintor malagueño, también compañero de generación y fatigas de Ruano.
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Porque aquella Generación del 50 encontró otro bautismo menos cronológico, más valorativo y quizá acertado, en el nombre de la Generación Transformadora. Unos aires de cambio que no siempre encontraron el viento a favor en el entorno cercano. Una deuda que quiso salvar el galerista Alfredo Viñas en una de las primeras exposiciones que ofreció en su sala. «Siempre me interesó la obra de Ruano, porque fue uno de los renovadores de los lenguajes artísticos, sobre todo en los años difíciles de los 60. Defendió con mucha coherencia un lenguaje abstracto con un tratamiento del color exquisito y siempre estuvo muy comprometido con la pintura contemporánea», apostilla Viñas, cuya sala atraviesa un impasse en busca también ella de nuevos horizontes.
opinión
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El paisajismo geométrico de Ruano encontró uno de sus públicos más interesados y fieles entre los profesionales de la Arquitectura y el Diseño. El propio autor se felicitaba de esa acogida, refrendada por la exposición que el Colegio de Arquitectos le dedicó en 1995. Fue uno de los primeros montajes de cierta enjundia organizados en Málaga en torno a la obra de Dámaso Ruano, que recalaba cinco años después en el Museo del Grabado Español Contemporáneo de Marbella, cuyo conservador jefe era por entonces José María Luna, ahora director de la Fundación Picasso-Museo Casa Natal. «Era un artista contenido y sentido con el que era muy fácil trabajar», rememora Luna.
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Amplia labor docente
Una cercanía que Ruano también desprendía en su faceta docente desarrollada durante casi medio siglo. El dibujante Pachi Idígoras fue alumno suyo durante más de un lustro: «Tanto mi hermano Ángel como guardamos un recuerdo entrañable. Las clases eran muy amenas y a los que nos gustaba dibujar nos daba mucha libertad y muchos consejos».
Poco amigo de premios y homenajes, Ruano recibió en sus últimos años el título de Hijo Adoptivo de Málaga, hace apenas mes y medio, y el reconocimiento de la Junta de Andalucía en 2012. Desde el ámbito institucional, el alcalde de la capital Francisco de la Torre valoraba ayer aquella distinción como «un acto de justicia hacia un artista muy vinculado a Málaga», al tiempo que admitía su «deseo» de ampliar la escueta presencia de Ruano en la colección municipal. Por su parte, el consejero de Cultura Luciano Alonso glosó la figura de Ruano, al que consideró «un agitador cultural».
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Un artista para el que pintar era «pacificar una batalla». Una guerra perdida o ganada en la línea del horizonte.
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