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María Donoso
Martes, 29 de octubre 2024
El «tercer tiempo», una tradición arraigada en el rugby, va mucho más allá del simple resultado en el marcador. Es en ese espacio, una vez que los jugadores lo han dejado todo en el campo, donde realmente se forjan los lazos más profundos. Mientras el primer y segundo tiempo del partido son sinónimos de esfuerzo, contacto físico y estrategia, el tercer tiempo es la celebración del trabajo y de los valores que definen al rugby: el respeto, el compañerismo y la hermandad.
En la Universidad de Málaga (UMA), este ritual se vive con especial entusiasmo. Uno de los puntos de reunión más habituales es el bar 'Grammy', un clásico entre los estudiantes de Teatinos. Es ahí donde el equipo, tanto el equipo masculino como el femenino, tras cada entrenamiento se congregan para celebrar el verdadero espíritu del rugby, un espíritu que no acaba con el pitido final. El tercer tiempo es la continuación del encuentro, tanto para los nuevos como para los veteranos, pero bajo otras reglas, las del respeto y la diversión. «Al final, lo que nos llevamos de este deporte no es solo la victoria o la derrota, sino la gente que conoces y los lazos que creas», comenta Nacho Aragón, jugador del equipo masculino.
Una piña de diversidad
Una de las características más sorprendentes del tercer tiempo en la UMA es cómo une a personas de carreras distintas. «Lo curioso es que la mayoría de nosotros estudiamos cosas completamente diferentes», explica Pablo Pérez, uno de los veteranos del equipo. «Gracias al tercer tiempo, gente de medicina, ingeniería o filología, que quizás nunca se habrían conocido, terminan formando una gran familia». Este encuentro de disciplinas y perspectivas enriquece el ambiente, haciendo que el equipo no solo sea una unidad en el campo, sino una comunidad fuera de él.
El tercer tiempo no solo es un espacio de convivencia, sino también una herramienta clave de cohesión dentro del equipo. Al compartir una cerveza, un agua, una conversación distendida pasándose el balón o simplemente un rato de risa, los jugadores de rugby rompen las barreras que podrían existir por ser compañeros nuevos o veteranos. Este momento es crucial para que, cuando vuelvan al campo, el equipo funcione como un solo ente. «A veces parece que los que se quedan al tercer tiempo son los que realmente se integran en el equipo. Es ahí donde nos conocemos de verdad», apuntan los jugadores.
Extrapolando la experiencia a otros deportes
La tradición del tercer tiempo tiene una lección valiosa que ofrecer a otros deportes. En disciplinas más mediáticas como el fútbol o el baloncesto, las rivalidades suelen sobrepasar el terreno de juego. «Se ven enfrentamientos, discusiones con el árbitro y hay mucha tensión», comparte Pablo Pérez junto a sus compañeros de equipo. Sin embargo, en la mesa redonda que se organiza con las mesas del bar, para que todos puedan conocerse entre ellos, surge una gran pregunta: ¿qué pasaría si después de cada partido de fútbol los equipos compartieran una cena o un rato juntos, como sucede en el rugby?
Algunos jugadores de la UMA, como Carlos Loring, estudiante de Educación Social y Ángel Rodríguez, y del Máster de Ingeniería de software, creen que la adopción de una dinámica similar en otros deportes reduciría tensiones y promovería el respeto entre equipos y jugadores. «Si en el fútbol existiera algo como el tercer tiempo, se solucionarían muchas de esas rivalidades innecesarias. Te tomas algo con el rival, conoces su día a día, y cuando te enfrentas a él en el campo ya le tienes más respeto».
«El tercer tiempo en rugby no es solo una celebración tras el esfuerzo, es una herramienta para mejorar la convivencia, fomentar la humildad y derribar barreras», señala Patricia Campan, jugadora veterana del equipo. Al compartir ese espacio postpartido, los jugadores reconocen que, más allá del resultado, están unidos por una misma pasión. Esto podría tener un impacto profundo en otros deportes, donde a menudo se prioriza la competencia. El hecho de reunir a todo el equipo, compartir sus conclusiones sobre el entrenamiento y entre risas y jarras de cerveza, empezar a cantar su canción del tercer tiempo, para integrar a los nuevos, todos los presentas «dan gracias por haber venido».
Mucho más que una tradición
Esta tradición no solo es crucial para la integración de los nuevos miembros, sino que también ayuda a estrechar lazos con otros equipos. A lo largo de los años, los equipos de la UMA han organizado terceros tiempos con equipos de Barcelona y Granada, generando conexiones que van más allá de lo puramente competitivo. «Este año queremos hacer más de estas quedadas con otros equipos mixtos. La idea es jugar, pero también conocer otras ciudades y disfrutar de la experiencia juntos», comenta con entusiasmo Nacho Aragón.
Este enfoque en la convivencia y el respeto es algo que podría transformar el panorama deportivo en general. El tercer tiempo en rugby nos recuerda que, aunque el deporte es competencia, también es humanidad. «Quizás, si otros deportes adoptaran esta tradición, veríamos un ambiente más sano en los estadios», señala Pablo Salinas, uno de los alumnos recién llegados al equipo. El objetivo es crear una relación más cercana entre los equipos y una mejor comprensión de que, al final del día, todos juegan por la misma razón: la pasión por el deporte.
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