Pepe Rando
Jueves, 6 de febrero 2025, 18:51
«Deberíamos irnos de este mundo con un mayor conocimiento de nuestro cuerpo», sentencia con una sonrisa Fernando Hurtado, coreógrafo, director y fundador de la compañía de danza que lleva su nombre. Para él, bailar es más que una vía de expresión artística, es una forma de vivir, transformadora y revolucionaria por definición. Bajo este mantra, y por tercer curso consecutivo, imparte sus talleres de movimiento en el Contenedor Cultural de la UMA, que cada martes se convierte en el escenario particular de alumnos, docentes y otros integrantes de la comunidad universitaria.
Publicidad
A pesar de que la primera edición de esta iniciativa fue en 2021, su germen es mucho más prematuro. Tras la colaboración de Hurtado con una compañía universitaria de danza en Costa Rica, la idea de abrir un espacio homólogo en el entorno de la UMA comenzó a gestarse en la mente del bailarín malagueño. «Junto con una amiga que es profesora, pensamos: si ya existen talleres de teatro y poesía, ¿por qué no va a haber uno de movimiento?», apunta.
Si algo llama la atención cuando uno se asoma a sus clases es la diversidad de perfiles y niveles que conviven en ellas. Sobre la misma tarima, se deslizan y contraen al son de la música cuerpos más o menos flexibles o entrenados, algunos más trillados por el tiempo y otros casi a estrenar. En esta línea, Hurtado no plantea ningún tipo de separación entre alumnos, sino que ajusta sus directrices a cada uno de ellos y sus capacidades. Además, asegura que esta disparidad, a la que también responde la existencia de tres horarios de clase distintos –con la premisa de adaptarse a la disponibilidad de los alumnos–, es enriquecedora a todos los niveles, independientemente del grado de preparación de los asistentes.
Alexis Álvarez, exalumno de la UMA, compagina su formación en circo con el taller, con el propósito de desarrollar su técnica corporal. «Aunque hacemos ejercicios repetitivos, se desarrolla mucho la soltura en el movimiento. Hay compañeros que se nota que están empezando a estudiar danza, pero les está dando más fluidez, y ese es el fin de estas clases», menciona. Por este mismo sentido de lo heterogéneo, el curso no fue bautizado con el sobrenombre 'de danza', ya que, según su director y artífice, esta alternativa «podía asustar a la gente haciéndoles creer que es más profesional de lo que es en realidad».
«Al final, lo que buscamos es que la persona que venga se libere y vea que su cuerpo está mejor que ayer», apostilla Hurtado, que cree ciegamente en la danza como medio para la sanación física y mental. Así, dice, lo observa en sus propios alumnos, cuya progresión no solo se hace notar en sus movimientos, sino en el terreno personal.
Publicidad
Es el caso de una docente de la UMA asistente a los talleres desde su primera edición, cuyo testimonio es reproducido por el reputado coreógrafo, al que le confesó «sentirse distinta» a la hora de impartir sus clases de universidad, donde se encontraba más relajada y con el cuerpo más distendido.
También, emocionado, habla de Pepi, una alumna que, tras haber enfermado de poliomielitis –una patología que afecta a los nervios– en su infancia, se ve obligada a usar dos muletas por problemas de movilidad. «Nosotros nos tiramos al suelo y estamos todo el rato para arriba y para abajo. Cuando la vi me asustó porque no sabía qué hacer», admite Hurtado, que, gracias a la constancia de su alumna y la adaptación de los ejercicios de sus clases, acabó haciéndola protagonista de uno de los espectáculos que el taller presenta a final de curso como parte de la programación del Contenedor Cultural. A lo largo de las semanas, en las coreografías, Pepi acabó desprendiéndose de sus muletas para sustituirlas por el apoyo en sus compañeros, que, según su profesor, también se sintieron transformados por esta experiencia.
Publicidad
Las clases de movimiento convierten el Contenedor Cultural, durante una hora y media todos los martes, en un oasis de desconexión para algunos de sus asistentes, pero, para otros, es una gran oportunidad para seguir formándose en danza. Lucía González, estudiante del máster de profesorado, y Javier Gálvez, graduado en Turismo –ambos en la UMA–, cuentan con estudios previos en esta disciplina. En su ánimo por explorar nuevas ramas de la misma, se unieron a las clases de movimiento este curso. Ambos comparten la sensación de que se trata de un estilo de educación corporal orgánico y poco estricto, «un sitio perfecto para experimentar, al ritmo de cada uno, con su propio movimiento».
De cara al futuro, a Fernando Hurtado le gustaría continuar expandiendo el taller, bien consolidándolo como compañía no profesional o haciendo rodar la pieza que preparan cada curso más allá del Contenedor Cultural, en escenarios como el del Festival Nerja Danza, en el que los alumnos ya han participado años atrás.
Publicidad
Sin embargo, donde deposita mayor interés es en la pervivencia de la razón de ser del proyecto. En sus propias palabras, cada martes, los alumnos entrenan la elasticidad y la coordinación, pero también tienen una oportunidad para «dejar de lado sus penas». Cuando comienza a sonar la música al inicio de cada clase, el gesto de los alumnos poniendo en práctica cada coreografía, inmersos en una especie trance, ratifica la capacidad transformadora de la que habla Hurtado: el poder terapéutico de la danza.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.