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ANA JIMÉNEZ
Martes, 3 de mayo 2022, 00:01
Alrededor de 8.286 kilómetros separan Honduras de España. Unas 16 horas de vuelo separan Tegucigalpa de Madrid. Cuando allí el sol despunta por el horizonte dorando las playas y los campos, aquí el reloj anuncia el fin de la jornada escolar para los niños ... y la hora de almorzar. Aunque el idioma sea el mismo, la manera de hablar, lo que se dice, las palabras, no tienen los mismos significados, porque la lengua se crea con el contexto, las vivencias y la cultura. Los detalles de cada día, la forma en la que se interactúa con el entorno, cambia por completo de un lugar a otro, porque la distancia no son solo kilómetros u horas, y ellos cuatro lo saben bien.
Ellos son estudiantes de la Universidad de Málaga, pero su camino para llegar hasta aquí no ha sido el mismo que el de la mayor parte de los estudiantes con los que comparten aula. Se caracterizan porque sea la primera clase de la mañana o la última de la tarde una amplia sonrisa se aprecia bajo sus mascarillas. Al abrir la boca, un acento alegre acompaña a sus palabras convirtiéndolas en los pasos de una vida que poco tiene que ver con la de la mayoría de los que leéis esto. Sus nombres son Linder Levi López, estudiante de 4.º de Marketing; Rosy Mariela Nolasco, estudiante de 4.º de Derecho; Seydi Stephany Salazar, estudiante de 4.º de Psicología, y German Antonio Tinglas, estudiante de 4.º de Estudios Ingleses. Tienen entre 24 y 30 años y un camino por recorrer para llegar su futuro que hace apenas un año no podían ni intuir.
Para cambiar las cosas, para avanzar, para enriquecer ambas culturas nace la necesidad por parte del Vicerrectorado de Movilidad Cooperación Internacional de la Universidad de Málaga el crear este programa, donde un grupo de jóvenes estudiantes hondureños pudieran entrar a formar parte de la universidad de Málaga durante un curso. Tal y como explica junto a los cuatro estudiantes el técnico de cooperación internacional, Nicolás Fernández Pérez: «Este programa nace de la voluntad del Vicerrectorado de Movilidad y Cooperación Internacional con ayuda del Vicerrectorado de Igualdad, Diversidad y Acción Social porque la UMA entiende que este es un importante compromiso para atraer el talento de los estudiantes de allí y compartir una experiencia solidaria con los estudiantes hondureños que vienen del programa ACOES, con el que la UMA mantiene una estrecha relación desde hace más de 10 años porque muchos de nuestros voluntarios van allí. Esto nos permite trabajar de forma fluida y consolidada y llevar cuatro años con esta iniciativa por la que han pasado ya 12 estudiantes».
Sentados a la entrada del Jardín Botánico de la Universidad, con el sol iluminando la mitad de sus rostros, Linder Levi López, Rosy Mariela Nolasco, Seydi Stephany Salazar y German Antonio Tinglas retroceden en el tiempo hasta su niñez, hasta el pasado que parecía tener claro qué adultos iban a ser, con un futuro escrito a base de luces y sombras. Estudiar en Honduras no es para todos los niños y niñas, solo para los que pueden o tienen suerte. Es necesario un uniforme, que no todo el mundo puede permitirse, recorrer grandes trayectos andando o en autobús a diario para llegar a la escuela, o incluso separarte de tu familia durante un tiempo. Pero el amor de sus seres queridos, sus padrinos y madrinas en la educación, el esfuerzo, el sacrificio, la sed de conocimientos, la capacidad de sobreponerse y el querer aprender fueron suficientes para traerlos hasta la UMA, donde esas profesiones a las que parecían estar predestinados a dedicarse, esos adultos que iban a ser, se perdieron en el recuerdo.
Ahora sus planes son muy diferentes, tienen grandes expectativas como dedicarse a la política de su país o contribuir a sus comunidades educando a los más pequeños: «La comunidad de la que yo vengo forma parte de uno de los sietes grupos étnicos de la zona y solo se habla misquito. Cuando tuve que ir a Tegucigalpa a estudiar tuve que aprender español porque no sabía hablarlo, aunque era la lengua del país, y ya aprendí inglés también. Por eso curso Estudios Ingleses, para cuando vuelva poder montar una escuela en mi comunidad y enseñar a los niños inglés y español, porque cuando crezcan saldrán al mundo y lo van a necesitar», comenta German Antonio Tiglas con un brillo especial que denota el amor hacia su tierra.
Y añade sin dejar de lado ese pellizco de añoranza que tiene en su corazón: «Estar aquí es una gran oportunidad, es como un premio para mí y es algo que nunca voy a olvidar, pero tengo claro que quiero volver porque allí me necesitan. En Honduras necesitan muchas cosas, personas preparadas capaces de desenvolverse y de hablar en la prensa, por ejemplo, sobre la comunidad y las cosas que necesita porque si no no vamos a mejorar y avanzar».
Los cuatro jóvenes coinciden en que España y Honduras no tienen muchas más similitudes más allá del idioma, ni siquiera en las capitales, como explica Rosy Mariela Nolasco pensando en su lugar de Nacimiento, Tegucigalpa: «Yo vivo en la capital de Honduras y se puede pensar que es como Madrid, pero para nada. En algunas zonas de Tegucigalpa, en algunas colonias, las condiciones que se dan no permiten vivir dignamente, porque no hay agua potable, no hay carreteras o se dan malas infraestructuras. Además, es un lugar peligroso. Yo siempre destaco de España que me impactó mucho al principio la seguridad con la que uno puede andar por la calle aquí. Yo salía de mi casa y me guardaba o escondía todo, pero aquí estoy mucho más tranquila».
Seydi Stephany Salazar comparte esta opinión porque ambas han vivido circunstancias que le han complicado el camino hasta llegar la a la UMA por la situación de sus regiones. Seydi Stephany Salazar tiene una postura similar, porque ambas han vivido circunstancias que le han complicado el camino hasta llegar a la UMA por la situación de sus regiones, circunstancias que le han supuesto un gran esfuerzo y que ahora tiene parte de su recompensa: «Yo vengo de Shuteca, una región al sur de Honduras. Mi comunidad es muy pobre, solo tenemos una escuela pequeña de dos aulas común profesor, y un pequeño centro de salud con una enfermera con lo más básico. No hay muchas oportunidades para estudiar allí, pero gracias al proyecto ACOES (Asociación Colaboración y Esfuerzo) pude seguir estudiando y optar a un programa de apadrinamiento. Gracias a mi madrina, que conocí cuando vine ahora a España, me llegaba una mochila con cuadernos y lápices y el uniforme completo, cosas que no se podía permitir mi mamá. Estoy muy agradecida a ACOES por todas las oportunidades y la ayuda, por poder estar aquí. España es un país muy bonito y con gente muy buena que te ayuda para todo y también la UMA, si la universidad no nos hubiera ayudado con la alimentación, la casa y todo no sería posible estar aquí».
Al pensar en Honduras, quizás la imagen que primero se nos viene a la cabeza son las playas que se ven en la televisión de cuando en cuando o en el programa 'Supervivientes', de Mediaset. Pero la realidad se encuentra tras esas olas de agua cristalina o la tostada arena. La pobreza azota el país con dureza cayendo sobre la espalda de tanto niños como adultos. Como muestra en la web del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), el 63,7% de la población nacional hondureña vive en la pobreza, aproximadamente con lo que correspondería a 2&euro al día.
«Hubo un tiempo en el que pensaba que no iba a llegar a la escuela ni iba a aprender a leer o escribir. Tenía dos hermanas mayores que iban a la escuela y yo miraba los cuadernos o cómo escribían. Yo hacía rayas y decía que estaba escribiendo, pero eso no era nada. Un maestro de mi localidad me empezó a dar 'kinder' unos días cuando yo ya era algo mayor y fui pasando de grados en la escuela. Entonces, pensar que de ese momento a unos años iba a estar estudiando en una universidad europea era un sueño imposible, una utopía. Estoy muy contento de estar aquí y el Linder que vino a España no es el que va a regresar a Honduras, voy muy cambiado para mejor. La realidad de allí es muy dura y aquí he aprendido mucho sobre el humanismo y cuando vuelva quiero meterme en política o similar para cambiar las cosas».
La finalidad de este programa, así como de la propia Oficina de Cooperación Internacional de la Universidad de Málaga, es ser un enlace cultural para los alumnos españoles con el resto de lugares del mundo. Además, otorgan especial importancia no sólo a promover que los alumnos conozcan a personas con otras costumbres, otras perspectivas, otras vidas sino que se les permite a los estudiantes de Málaga que salgan de su ciudad, de sus fronteras, de su zona de confort y se formen en el extranjero.
Ellos cuatro son ahora mismo un puente, una conexión y una vía de conocimiento y testimonio para quienes les rodean en España. Son uno más dentro del aula, aunque el modelo de evaluación y el nivel de las clases sea diferente al que están acostumbrados. Este intercambio es parecido al de los alumnos Erasmus, con la diferencia, como explica el técnico del Vicerrectorado, de que la Universidad de Málaga les gestiona y financia toda la estancia, desde el vuelo hasta el alojamiento en la residencia de estudiantes, así como el régimen alimenticio y el servicio sanitario, «porque Honduras es un país especialmente particular por sus circunstancias socioeconómicas en la que viven».
Ni el acento, ni las costumbres, ni las tradiciones no generan distancia en el ser, sino que se complementa al resto de las personas que entran en contacto con quienes no conocían. Aquí ellos cuatro descubren más facetas de ellos y del mundo que están deseando llevar a su país para que sus familias sientan, a través de ellos, la experiencia en Málaga. Aquí, quienes los conocen y tratan con ellos, se llevan un pedacito de Honduras en su corazón, cambiando la visión del país, comprendiendo que el esfuerzo y el sacrificio levantan olas en quienes desean mejorar por ellos y por su comunidad.
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