Nacho Carmona
Martes, 7 de marzo 2023, 10:19
Isabel Lara ha cumplido a sus 55 años su sueño de ser universitaria. «¿Quieres que llore?», dijo al ser preguntada por cómo había llegado hasta aquí. Emocional y sensible, reconoce que después de contar tantas veces su historia ha llegado al punto de poder hacerlo sin soltar una sola lágrima. «A veces de los problemas se sacan cosas buenas», cuenta riéndose.
Publicidad
Convencida de que siempre ha ejercido el oficio que este mismo curso ha empezado a aprender desde el aula, Isabel encara con la ilusión de una niña pequeña el segundo semestre del grado de Educación Social, en la Facultad de Educación de la UMA. «Durante toda mi vida he sido educadora social sin saberlo. Se me da muy bien escuchar a la gente y siempre he estado para los demás», cuenta.
En casa de Isabel eran nueve hermanos y cuando eran pequeños no se le dio demasiada importancia a los estudios. A causa del fallecimiento de su padre biológico, entró interna a un colegio de Torre del Mar, donde empezó a interesarse por aprender: «Antes era muy mala estudiante, pero allí me dieron las herramientas para que me interesara y me gustara». Cuando volvió a casa, años más tarde, todo volvió a su punto original y su interés por los estudios se durmió para despertar en el tiempo, ya siendo madre y con su vida adulta perfectamente estructurada.
Tras sus 'tropiezos' estudiantiles en la Universidad Laboral y en Gaona empezó a trabajar: primero en un videoclub y después en una tienda de ropa. Luego conoció a José Antonio, con quién está felizmente casada, que por aquel entonces acababa de terminar la carrera de Derecho. Ella aprendió el oficio y pasó a ser su secretaria: «Con él aprendí mucho, probablemente más que en cualquier otro sitio».
Su vida seguía: vinieron Julio y Marta, sus hijos; y su madre se volvió a casar con un hombre maravilloso tras el fallecimiento de su padre biológico, que caería enfermo con el paso de los años. Con Julio y Marta ya criados, ella se dedicó en cuerpo y alma a él. Realmente, siempre se ha entregado de forma desinteresada a los demás. «Primero lo tuyo y después lo mío», dice. Y de forma paralela, aunque su vida siguiese y los acontecimientos se siguieran sucediendo, su sueño de ser universitaria seguía ahí, intacto e inmóvil. Fue al poco de fallecer su segundo padre cuando se cruzó en su vida la posibilidad de hacerlo realidad.
Publicidad
Un día cualquiera puede ser también el día menos pensado. Uno de esos recibe una llamada de la psicóloga de su hijo. «Hola Isabel. Tu hijo ve que no eres feliz, que no tienes nada para ti», decía aquella voz. El runrún empezó a navegar en su pensamiento y ese interés por los estudios que en bachiller volvió a quedar dormido empezó a despertar de forma paulatina. Otro de esos días menos pensados fue a llevar a su madre a un centro de mayores cualquiera de la ciudad, con el objetivo de que se entretuviera. Allí, un cartel que ponía: «Se prepara acceso a la Universidad». Se le abrieron los ojos porque ella no lo podía creer. No lo dudó ni un segundo: preguntó y echó la solicitud. Ipso facto. Y con ella arrastró también a dos de sus hermanas y a una amiga.
La realidad es que no ha dejado de sorprenderse a sí misma. «Será una distracción y tardaré dos o tres años en presentarme», contó cuando no lo veía tan cercano. Para el centro de adultos donde se preparó la selectividad solo tiene palabras de agradecimiento: «Nos prepararon muy bien. El año pasado hice el examen y aprobé».
Publicidad
Tenía claro que quería hacer Educación Social pese a que fantaseara en su juventud con la idea de estudiar Derecho: «Si te das cuenta está muy relacionado. Al final también es velar por los derechos de los demás de una forma diferente a un abogado», cuenta.
Su sueño inalcanzable se convirtió, a base de trabajo, esfuerzo y mucha ilusión, en una realidad más que asequible para ella. Mucho más de lo que ella pensaba o imaginaba. De hecho, todo el que la conoce afirma firmemente que le pega muchísimo. «Yo el primer día iba con muchísimo miedo, pero a día de hoy pienso que este cuatrimestre ha sido un regalo. Los compañeros, que son mucho más jóvenes que yo, son gente súper entregada. Y mi profesora de Psicología del Desarrollo me está cambiando como persona con sus clases». Puede que este sea el ejemplo más puro de eso que se dice de que nunca es tarde para intentarlo.
Publicidad
Se lo está creyendo de verdad… y sus razones tiene. Empezó planteándose en presentarse solo a dos o tres asignaturas, porque pensaba que su capacidad de estudio no estaba tan desarrollada como la de quién acababa de terminar el Bachillerato. «Voy a probar, total, y si me queda la mitad…», empezó a pensar ella. Luego se dijo a sí misma que con un cinco le bastaba. El resultado le ha sorprendido, aunque también es una clara evidencia de la realidad: ha aprobado todo con nota. Su capacidad de estudio es tan grande como las ganas que tiene por seguir aprendiendo. Inmensa. «Ella pensaba que era un muro que no podía saltar y se ha acabado dando cuenta de que no es tan grande como pensaba. Me alegra mucho que vaya dando pasos hacia delante y que se siga desarrollando como persona», cuenta Julio, su hijo, sobre ella.
Es fiel defensora de que todo se hace con amor. No concibe vivir si no se hace de corazón. También lo piensa del trabajo: «Alguien me ha dicho que Educación Social no se hace con amor y yo no estoy de acuerdo, quiero pensar que se hace con una sensibilidad especial, porque no trabajamos con latas de tomate, lo hacemos con personas».
Publicidad
También cree que a sus compañeros de clase les aporta un punto de vista diferente. A veces no puede evitar opinar o participar en sus debates de clase desde la perspectiva de madre. Habla de sus compañeros como gente «con una sensibilidad especial», que incluyen a los demás y cada uno de ellos con su historia particular, esa que les ha llevado al grado de Educación Social con el objetivo de ayudar a quién lo necesita y de luchar contra injusticias que algunos han vivido de cerca.
«En una asignatura nos sacaron para que nos presentáramos. Yo dije que me llamaba Isabel, pero que no tenía 18 años», contó riéndose. «Mis compañeros me dijeron que estaban muy contentos conmigo y eso a mí me hace estar muy feliz», concluye.
Noticia Patrocinada
Además, reconoce que le está ayudando mucho a lidiar con situaciones del día a día con sus hijos. A entender ciertas actitudes y comportamientos que ha aceptado gracias al roce con sus compañeros de clase, porque la juventud está asociada de forma casi inexorable a la curiosidad y el atrevimiento; Isabel ya no ve las locuras de sus hijos como algo tan descabellado. Y son ellos precisamente quienes le permiten desempeñar su labor de universitaria sin el aprieto de las supuestas obligaciones de madre. «Yo antes era el motor y ahora siento que somos un equipo. Yo me he pegado un mes entero encerrada estudiando y ellos han sido los que han sacado la casa adelante», dice orgullosa.
Se apoya mucho en Julio y Marta porque ellos también son universitarios: él está acabando Periodismo y Marta está ya graduada en Pedagogía. El apoyo y los consejos de los dos se antojan fundamentales para ella. Ahora son los hijos quienes ayudan a su madre, cuando no hace demasiado era ella la que le sacaba las castañas del fuego a los dos. «Ahora no puedo suspender ninguna porque les tengo que dar ejemplo», dijo otra vez entre risas.
Publicidad
Ha vuelto a abrir una puerta en su vida que creyó haber cerrado para siempre. Ni quiere ni cree estar viviendo una segunda juventud; pero su autoestima se encuentra por las nubes otra vez. Por la ventana entra una ráfaga de aire fresco y renovado que le hace ser, si es que cabe, un poco más feliz.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.