Las torres y el hotel, desde la plaza Pablo Ruiz Picasso J. R. C.

Vivir en un icono del Brutalismo en Torremolinos

Los 300 propietarios de las Torres de Los Manantiales son garantes de una obra clave del Estilo Relax, firmada por Alfonso Pagán hace más de 50 años

Domingo, 23 de febrero 2025, 01:00

Un impresionante haz de luz obliga a guiñar los ojos al salir del pequeño ascensor y cruzar el umbral de la casa de Juan Fernández. ... Muestra su patio, lleno de plantas, que da la bienvenida a su morada y explica: «Está todo como estaba originalmente». Eso incluye, además del recibidor al aire, otros aspectos como la cocina, adaptada a una forma cilíndrica. Vive en la planta 14 de una de las tres torres del Conjunto Los Manantiales. Es difícil no ver este residencial, las gigantes estructuras verticales de hormigón que lo singularizan sobresalen desde casi desde cualquier punto cuando se mira hacia Torremolinos.

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Entrada a la casa de Juan Fernández, en la planta 14. J. R. C.

Los expertos hablan maravillas sobre esta obra, firmada por Luis Alfonso Pagán López de Munaín, hace más de medio siglo. «Es alucinante. Un ejemplo que cumple con rigor todas las pautas del brutalismo y que no tiene nada que envidiar a las famosas Torres Blancas de Sáenz de Oíza de Madrid. Además, en el caso de Torremolinos, el proyecto sí esta acabado», deja claro Luis Ruiz Padrón, doctor en Arquitectura y profesor del departamento que combina esta disciplina y Arte en la Universidad de Málaga. Son construcciones inspiradas en una mazorca. Las viviendas, que se elevan hasta la planta 18, son los granos, recuerda Ruiz Padrón.

Una referencia obligada del Estilo Relax, es decir, su construcción obedece al desarrollo turístico costasoleño. Eso es lo mejor y lo peor que tienen. «Están pensadas como apartamentos de verano, pero, con el paso del tiempo, dejan de serlo y, al tener una función para la que no están diseñadas, en muchos casos, hay vecinos (no como Juan Fernández) que han hecho de su capa un sayo», explica el arquitecto.

La luz entra por el vano del distribuidor que lleva a los apartamentos, con paredes de ladrillo visto. J. R. C.

Y es que las torres, cuyo diseño, que mereció premios internacionales, es objeto de estudio por las soluciones que aplica, no están protegidas. Esto ha hecho que desaparezcan, por ejemplo, algunos de los forjados curvos que le daban personalidad o que su entorno esté saturado, desvirtuado.

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«Chalés colgantes»

«Muchos de los que compran aquí son arquitectos o diseñadores, les encanta», apunta Rafael Hernández, administrador de la mancomunidad de los 300 propietarios que se reparten la titularidad de estos bloques, entre los que se incluye, con un piso a los pies de una de las azoteas del conjunto, también, con su estructura primigenia. «La terraza abraza a toda la edificación, son como chalés colgantes», describe.

«Hay quienes odian estos edificios y los aman los que han comprendido que es una obra de arte», reflexiona. Entre los primeros, están los que se irritan con cuestiones como que algunos muebles tengan que ser a medida, para encajar con unas «líneas que no son puristas» o les molesta que el baño sea semicircular. No está Rafael en este grupo, aunque, como responsable de atender los problemas que presenta esta urbanización, es consciente de que, más allá del Brutalismo, hay complicaciones, como las que causan los bajantes, que pueden llenar de agua los ascensores si llueve.

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Pero las pegas con los elevadores, y también con las jardineras de hormigón, que por falta de mantenimiento han dado algún que otro susto, no son el principal reto del día a día de las torres.

Los apartamentos, en su concepción, tenían la terraza al aire, sin cerramientos; unas estructuras formadas por circunferencias superpuestas ocultan la maquinaria de los ascensores y coronan las azoteas; los cilindros exteriores, que soportan las cargas sísmicas y del viento, alojan los servicios, tanto los baños y las cocinas, como una escalera de caracol que va desde el bajo hasta las cubiertas. J. R. C.

El objetivo del presidente de la mancomunidad, Luis Rojas, es la rehabilitación de las zonas comunes, en las que se notan años de dejadez o, directamente, la ruina, como ocurre con el hotel, la «base de la mazorca», que diría Pagán, apostilla el arquitecto Ruiz Padrón. De ser la entrada al conjunto vacacional, el vanguardista establecimiento, fruto de una sucesión de deudas, tras pasar por varias etapas el negocio, ha quedado sin uso y en pésimas condiciones. La idea de los actuales dueños de los apartamentos es recuperarlo, para, en primer lugar, ejecutar obras que permitan restablecer fachada. «Queremos prestigiar este icono arquitectónico y que esté protegido», insiste el presidente de los propietarios. De hecho, aclara que mantienen conversaciones con el Ayuntamiento para que el Conjunto Los Manantiales goce de protección urbanística y, de este modo, sea preservado, aunque sin renunciar a que sea habitable.

Vista lateral de los cilindros exteriores de las torres, sobre la piscina del Conjunto Los Manantiales y la cubierta del hotel; la plaza Costa del Sol, en segundo término, y, al fondo, la línea de la costa. J. R. C.

Y es que este conjunto tiene traza monumental: infinitos cilindros de hormigón, en los que se aloja una escalera de caracol de vértigo, pensados para absorber la fuerza del viento y los sismos; madera empleada para dar calidez; llamativas cajas en ladrillo, para esconder la maquinaria de los ascensores; cubiertas con voladizos, y vanos por doquier, por lo que entra mucha luz; un brutalista conjunto de terrazas para asomarse al Mediterráneo.

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