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Matías Lassaletta, nacido en Mar de Plata, Argentina (1973), no entiende ni su vida ni su trabajo sin Jazmín Domínguez Pozo, de Torremolinos. En Instagram es '@matuprofe', su nombre de guerra para vestirse de corto y ejercer de entrenador personal, llueva o truene, aunque sea ... raro que esto ocurra en la playa torremolinense de Los Álamos. No solo enseña a mantenerse en forma a sus alumnos y alumnas, en turnos de mañana o tarde y con tres sesiones a la semana, tiene toda una filosofía de vida unida a los beneficios del aire libre, del mar y de la costa de Málaga, de la que es un gran embajador. Su método: tocar todas las capacidades físicas, para ser funcionales, con un sistema que engancha tanto al que lleva años entrenando como al que acaba de comenzar.
–Lo primero que le quiero preguntar es: ¿Por qué siempre habla en plural de su trabajo?
–Es que, en realidad, no me gusta decir soy el entrenador, somos un grupo y Jazmín, no es que sea solo mi pareja, es que trabajamos juntos. Yo llevo todo lo que es la preparación de los ejercicios y ella da los consejos de nutrición. Todo esto comenzó por ella. Consiguió bajar 40 kilos de peso con un entrenamiento que yo le preparé, de tres veces por semana, simple y efectivo y para hacer en casa, mucho antes de la pandemia. En la puerta del cole, le preguntaban '¿Qué has hecho?'. No se lo creían y así comenzó todo, la gente quería hacer el mismo entrenamiento y conocer los secretos de la nutrición, que, evidentemente, fue lo más importante para que ocurriera.
–¿Y cómo fueron los comienzos del concepto 'Matuprofe'?
–Como entrenador personal que era, iba por turnos, pero me faltaban los horarios para atenderlos a todos, entonces, comencé a juntarlos por grupos. Empecé a decir que si querían, se vinieran por parejas para pagar la cuota juntos, luego fueron de tres en tres, luego, de cuatro en cuatro, y, al final, cambié el chip y pensé: 'Me voy a poner aquí y que venga el que quiera'. Así fue y ya llevamos ocho años.
–Pero, ¿siempre ha sido entrenador?
–Siempre, siempre. Yo, en Argentina, siempre he sido entrenador personal y de grupos, en el 98, en el 99, en el 2000, en el 2001, antes de llegar acá, que fue en 2002. De hecho, previo a esos años, también, con mi deporte madre, que es el rugby, en el que yo preparaba a mis compañeros.
–Un argentino que no juega al fútbol...
–Jugué al fútbol de chico (risas), pero mi deporte madre es el rugby. Aunque parezca mentira, en Argentina, este deporte se hace mucho, también el hockey. Hay una gran tendencia a formar parte de un club de algo, es una forma de ser, tanto en clubes sociales como deportivos, cada familia pertenece, por lo menos, a uno. Es algo importante para nosotros y es una forma de promocionar el deporte. En mi caso, siempre me gustó, me formé en Educación Física, hice la licenciatura, y fui entrenador siempre, por lo cual, todo lo que sea la dinámica de grupos lo tengo controlado.
–¿Cómo se llama su equipo de rugby?
–Bigua Rugby Club de Mar de Plata. Por cierto, Mar de Plata es una ciudad muy hermanada con Málaga, muy parecida en cuanto al turismo, la costa…, aunque con un clima más frío. Por eso te digo... allí se llevan mucho los entrenamientos de grupo, con temperaturas menos agradables. Siempre vine aquí con esa idea en la cabeza, aunque la necesidad me llevó, en un principio, a trabajar en gimnasios, bajo techo. La gente me conoce mucho de entonces, cuando daba clases grupales. Soy experto en el sistema Les Mills que, para el que no lo conozca, es este del 'body combat', el 'body pump'… y, claro, cuando me puse en el paseo marítimo y pasaban mis alumnos del gimnasio me decían: 'Matías, ¿Qué haces aquí?' y yo respondía que lo mismo que en el gimnasio, pero al aire libre…
–Sabe que tiene mucha suerte, ¿no?
–Sí (risas). Se juntó todo. Fuimos estando en el momento adecuado y preparados. Cuando pruebas, entrenar mirando hacia la nada, respirar aire puro, la sal y terminar y poder meterte en el agua, eso no tiene precio.
–Así todos los días...
–Torremolinos es maravilloso, amo a Málaga, tengo hijas españolas; me considero español, ya voy a tener más años estando aquí que en Argentina y lo que hemos conseguido con la gente es estupendo, nos lo pasamos bien, pero el objetivo número uno es que la gente se mueva.
–¿Ayuda a la mente?
–Sí, sí, sí, sí (risas). Estamos todos con defectos de fábrica, con detallitos del día a día, del estrés, del trabajo… está más que comprobado que el entrenamiento te permite liberar energía, que es ideal para la salud del cerebro también y si a eso le sumas un entorno natural en el que están en contacto con el mar, con la arena, con el sol…
–¿Cambia la vida?
–El hecho de juntarnos, hacer la actividad, respirar aire puro, claro que lo hace. Tenemos gente que ha venido tocada, con mucha historia, y me lo dicen, me lo dicen muchas veces y, en realidad, a nosotros mismos desde que estamos aquí. Nosotros cuidamos la playa, la preparamos para los entrenamientos, la limpiamos, miramos para que esté bien. Estar aquí me cambió también el humor, todo lo que es la energía del día a día. Es increíble, cuanto más haces, más energía tienes... Pero hay gente que vive aquí al lado, a dos calles de aquí y nunca pasa, hay gente de aquí que va a currar, vuelve y no ve el mar y lo tiene al lado y no pasa ni por la calle ni para verlo. Hay que dejar esa rueda y aprovechar siempre que se pueda esta maravilla que tenemos aquí.
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