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Cualquiera puede imaginar a Margarita del Cid en la intimidad de casa, después de la noche electoral que garantiza su continuidad como alcaldesa de Torremolinos con una apabullante mayoría absoluta: el pulso aún agitado, despojada de los tacones y la peluca, saboreando una liberadora sensación de alivio. Porque este domingo, para ella, había mucho más en juego que un simple bastón de mando. Atrás quedan el síndrome del impostor que arrastra cualquier moción de censura y un largo combate que le ha causado más heridas de las que su vocación de entereza le permitirá reconocer nunca.
De todas las mayorías del Partido Popular en la provincia, la de Del Cid es probablemente la que más sacrificio ha costado. La guerra iniciada contra ella por Pedro Fernández Montes, alcalde durante veinte años y su padrino político, alcanzó cotas inauditas de crueldad. Ella siempre optó por el silencio, una paciencia sostenida por el convencimiento de que la cúpula del partido, con Juanma Moreno y Elías Bendodo a la cabeza, estaba de su lado. Hubo meses en que los ataques eran diarios, con informes a Génova sobre su vida personal y extractos de su cuenta bancaria incluidos. La llamaron corrupta, la acusaron de «no saber gobernar ni su casa» y airearon por todo el pueblo, buzón a buzón, las deudas de su marido, el empresario Miguel Narváez.
Pero Del Cid aguantó cada estocada con resignación, como quien paga una antigua factura; nadie como ella, concejala desde 1999, sabe cómo se las gasta Fernández Montes. Nunca alzó la voz, al menos en público, contra los abusos de poder cometidos por quien fuera su mentor, un látigo que en los últimos tiempos ha sufrido en carne propia. En 2019, por fin como cabeza de lista, ganó las elecciones por la mínima. Pareció encontrar la salida del laberinto, pero aquella luz al final del túnel, como en una última jugada macabra, resultó ser un espejismo. En Torremolinos ocurrió algo insólito en la política española: una concejala de Vox acabó votando a favor del PSOE para dejar a Del Cid con la miel en los labios en beneficio del socialista José Ortiz, alcalde desde 2015.
Tocaba comenzar de nuevo, reconstruir una victoria que, contra pronóstico, un pacto marcado por venganzas personales y uniones de conveniencia había convertido en derrota. Porque, además del apoyo de Lucía Cuín —la edil de Vox, pareja de un asesor socialista—, Ortiz necesitó el voto de Por Mi Pueblo, por entonces presidido por… Pedro Fernández Montes. Ya fuera del PP, al exalcalde le bastó un millar de votos, apenas una concejala, para ganar la batalla. Creyó que también la guerra, pero subestimó a Del Cid, un animal político capaz de reinventarse cuando las cosas se tuercen. Bajo los consejos de Bendodo, amigo y baluarte, durante meses negoció con la representante de Por Mi Pueblo, Avelina González, hoy su número siete, para arrebatar a Ortiz la vara de mando mediante una moción de censura presentada en diciembre de 2021.
Había sido teniente de alcalde, diputada nacional, presidenta de la Mancomunidad de Municipios de la Costa del Sol Occidental y vicepresidenta de la Diputación, pero quien conoce a Margarita asegura que para ella ningún cargo se asoma «ni de lejos» al orgullo de ser alcaldesa de su pueblo. Criada en la calle San Miguel, donde sus padres regentaban una perfumería, Del Cid mantendrá las riendas del Ayuntamiento con los retos de reducir la deuda pública, modernizar la imagen de las zonas más deterioradas, reforzar la limpieza y atornillar la posición de Torremolinos como destino turístico andaluz por excelencia. Lo hará aún bajo tratamiento de radioterapia por el cáncer de mama que le diagnosticaron en octubre de 2022, poco antes de cumplir 49 años.
La enfermedad no ha frenado su actividad. «Me encuentro bien, casi sin efectos secundarios», ha repetido de manera incansable tras cada sesión de quimio. Pocos días, cuentan desde su círculo, ha faltado al trabajo. En un exceso de prudencia, durante los actos públicos aguanta picores y calores de pelucas y turbantes para que nadie entienda que trata de sacar rédito político de su cabeza pelona; mucho antes del zarpazo del cáncer ya había aprendido que siempre hay alguien capaz de pensar lo peor.
Estoica pero disfrutona, Marga, diminutivo por el que la conocen sus amigos y con el que ha firmado su campaña electoral, exprime el escaso tiempo de ocio que tiene en familia, con sus hijas Jimena, de dieciséis años, y Mencía, de diez. Sus dos grandes evasiones son la cocina y la música; hace algunos días, en plena campaña, se escapó una noche a Madrid para asistir al concierto de Sabina en el Wizink. Quizá de él aprendió que no hay que dejarse comprar «por menos de nada» y que a veces «el quiero» gana la guerra «del puedo». Sabe que, como en el proverbio latino, quien persevera gana. Y a resistencia no la vence nadie.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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