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Tras una fachada aparentemente normal, hay personas que ocultan una vida trepidante que realmente merece ser contada. Este es uno de esos casos. A sus 75 años, Alfonso Gabernet disfruta de una vida plácida en Torremolinos junto a su mujer; al fin descansa y disfruta ... de todo lo cosechado a lo largo de toda su vida. Sin embargo, hace sólo unos días, la noticia del hallazgo de una cueva en un solar en construcción en Loma de los Riscos, removió sus recuerdos. Y es que siendo un adolescente, este catalán nacido en Gijón descubrió junto a su padre (homónimo) la primera cueva que se dio a conocer en esa misma calle, Loma de los Riscos.
La historia comienza en los años 60. Su padre, Alfonso, era armador de barcos y solía viajar desde Asturias hasta Marbella para transportar lingotes de hierros para las fábricas de fundición de Málaga. En uno de estos viajes se enamoró de la Costa del Sol y, aprovechando el 'boom' de la misma, decidió comprar un terreno y construir un edificio de viviendas del que se pudiera servir como fuente de ingresos cara al futuro.
La primera sorpresa llegó cuando, en una ocasión en la que llegó a Torremolinos en 1964 (entonces todavía era un distrito de Málaga) Alfonso padre e hijo se percataron de algo. «Vine con mi padre por primera vez a los 16 años, para comprobar el estado de la obra. Vimos entonces una cosa rara, y es que en un boquete, los obreros echaban carretillas y carretillas de la tierra que sacaban. Nos llamó la atención», recuerda Gabernet hijo. Decidió explorar: «compramos una soga y bajé nueve metros con una linterna pequeña. Aquello me pareció inmenso, precioso. No esperaba encontrar aquello allí, eran unos 60 u 80 metros de cueva y había pasadizos muy estrechos que conducían a distintos sitios».
No podían creerlo. Primero, porque temían construir encima de una cavidad y, segundo, porque no sabían de la importancia de aquel hallazgo. Entonces, su padre contrató a dos expertos para estudiar el terreno, hizo una escalera de caracol para bajar a la cueva y la iluminó. «Recuerdo también que al lado de esa cueva había otra aún más grande que no tiene entrada, un radiestesista y otro experto se la dibujaron a mi padre a la hora de hacer la construcción… Realmente, toda la Loma de los Riscos está llena de cuevas», asegura.
Dada esta sorpresa, decidieron pedir opiniones antes de seguir. «Nadie nos dijo nada, ni se nos pusieron impedimentos. Mi padre lo primero que hizo fue ver qué tenía que hacer con eso, pero le dijeron que nada, que aquello no tenía interés cultural porque no tenía pinturas rupestres ni nada», rememora Gabernet. Hablaron pues con el arquitecto, el reconocido Andrés Escassi, cambiaron algunos pilares y siguieron adelante, aunque motu proprio, quisieron dar valor a la cueva dejando un acceso libre y abierto al público.
Así nacieron los apartamentos y el bar La Cueva, que siguen en pie a día de hoy en Loma de los Riscos. De hecho, el bar, aunque cerrado desde hace varios años, posee la única entrada a la gruta y los clientes que así lo solicitaban podían bajar a visitarla, tanto durante la etapa de los Gabernet, como cuando vendieron el bar a la inglesa Lesley Collins y su hija (ya malagueña) Vanessa Collins, quienes regentaron el local durante 30 años. Recientemente, es un varón belga quien ha adquirido el bar y está trabajando a puerta cerrada para reconvertirlo en otro negocio, respetando la gruta.
Este sorprendente hallazgo de su padre y él fue sólo uno de los momentos que marcaron su vida, porque Gabernet ha conseguido hacerse por sí mismo un apellido ilustre gracias al deporte y a los negocios. Antes de llegar a Málaga, ya contaba con una beca deportiva para el Centro de Alto Rendimiento de León gracias a sus resultados como atleta. Se mudó un tiempo a Málaga para completar el instituto en los Maristas y después de esto, partió hacia Barcelona con una nueva beca para el CAR de Sant Cugat. Fue entonces cuando despegó su carrera atlética, llegando a ser dos veces campeón de España absoluto en el 400, 'recordman' nacional e incluso varias veces internacional, siendo su mayor logro el cuarto puesto en un Europeo absoluto de pista cubierta.
Fue uno de los grandes nombres de la velocidad española de los 70, pero siendo coherente consigo mismo, optó por estudiar y comenzar a trabajar cuanto antes a sabiendas de que el deporte no le daría de comer. «Mientras hacía la carrera de aparejador en Barcelona, fui un tiempo el preparador físico del equipo nacional de esquí. De hecho, cuando Paquito Fernández Ochoa ganó el oro en los Juegos de Saporo, yo era su preparador», cuenta. Sin comerlo ni beberlo, pasó de ser un icono del atletismo a formar parte del hito olímpico: el único oro español en unos Juegos de Invierno hasta hoy.
Esta nueva pasión le llevó a trabajar al Valle de Arán, donde él mismo creó una residencia en la que los esquiadores de élite pudieran entrenar y estudiar. Y fue también allí cuando comenzó su nueva y exitosa etapa como aparejador, al trabajar en la construcción de un hotel y un bloque de pisos. Sin embargo, encontró el amor en Málaga y gracias a su actual esposa, acabó mudándose a la provincia. Fue ya desde aquí que fundó su propia empresa, Cubitec. «Nos dedicamos a hacer cines por toda España. Hicimos 526 salas en el 'boom' de los multicines. En Málaga, por ejemplo, hicimos los del Centro Comercial La Rosaleda, Plaza Mayor, Vialia… Aquella empresa cerró en el momento de su jubilación. Alfonso, tras toda una vida estudiando, entrenando y trabajando, necesitaba empezar a disfrutar de los suyos.
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