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«Desde aquí solemnemente solicito que, cuando la vida (que es vértigo y creación y luz y dolor de parto por ser más) me retire su ávida confianza, no se me sostengan, ni un solo instante después, ni el pulso ni el vagido». Las palabras del 'Testamento Poético-Vital' de Antonio Gala colgaban en aquella sala del tanatorio de Torremolinos, junto al ferétro, como el epílogo a una vida que daría para una novela. El sábado por la noche, decía adiós Guillermina Freniche, enferma de alzhéimer y protagonista de la enésima lucha por el derecho a una muerte digna en España. Moría en el centro asistencial de Cudeca, en Arroyo de la Miel, donde su familia la traslaba el martes 20 de agosto para que recibiera cuidados paliativos.
La familia de Guillermina Freniche, de 79 años, venía batallando desde hace años muerte digna para su madre. Enferma desde los 64 años, era este mes de julio cuando su situación se agrababa y a través de una sentencia judicial que fue recurrida sin éxito por sus hijos, comenzó a ser alimentada con una sonda nasogástrica en la residencia donde estaba ingresada. Guillermina, desde entonces vivía postrada en una cama con la alimentación forzosa. Astrid Jurado, su hija, aireó su caso en Twitter a mediados de agosto y, tras hacerse viral, saltó a los titulares. Después de la polvareda levantada, conseguían al menos su traslado a Cudeca.
«Ha sido como morir dos veces», explicaba Astrid a este periódico. «Ahora todos somos mucho más libres. Pero nuestra lucha no va a pararse aquí», añadía sin adelantar próximos movimientos, «todavía aturdidos». De cualquier forma y pese a haber muerto en cuidados paliativos, como era el deseo de la familia, Jurado todavía lamenta que muriera «con la sonda puesta y sin respuesta del juzgado».
Guillermina Freniche fue conocida por ser una de las primeras mujeres empresarias en la Costa del Sol en un tiempo de hombres, fundadora de Gala Decoración, y por ser secretaria del primer Ayuntamiento democrático de Torremolinos, con Miguel Escalona como alcalde. «Con su eterno Ducados en la comisura de los labios, a bordo de un Mini rojo cuando las mujeres no conducían, y divorciada cuando las mujeres no se divorciaban», enumera su hija. Con 19 años ya se había marchado a Inglaterra, «huyendo de la miseria de la posguerra». Una historia que continuarán en su nombre. «Y deseo morir (nunca comprenderé ni toleraré el dolor inservible) con la hermosa dignidad con que tiene que morir un ser humano, que ha vivido su vida y va a vivir su muerte», cierra Antonio Gala.
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