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Primero fue un quiosco de madera verde, de aquellos que existían antaño. Estratégicamente situado en la esquina entre la calle Velarde y la calle Sierramar, ... donde se concentraba la auténtica vida de Arroyo de la Miel en los años 60, su dueño, José González, comenzó vendiendo golosinas, refrescos y de todo un poco a los niños y mayores de la época. Unos años más tarde, el chambao de madera pasó a la historia y el quiosco de José pasó a ser metálico, en sintonía con la estética de aquella época. La ubicación era la misma, aunque la clientela iba cambiando, conforme los niños del barrio crecían, al paso que lo hacía la población de Arroyo de la Miel.
Como todo, José también evolucionó y acabó comprando un local justo al lado, en la calle Sierramar y allí instaló definitivamente su quiosco, que ahora, 61 años después, acaba de cerrar sus puertas. El hijo de José, Francisco, heredó el negocio y empleó en él a sus dos hermanas, Dori y María. Ahora los tres se jubilan y no habrá relevo generacional en un negocio que «es muy esclavo», cuenta la propia María González.
«Este tipo de negocio deja lo mínimo, tiene muy poco margen y para que funcione tiene que estar abierto en un horario muy amplio. Nosotros empezamos a las ocho de la mañana y terminamos a las once de la noche, todos los días. Solo hemos cerrado el 1 de enero y el 25 de diciembre», explica María.
Cualquiera podría pensar que tras toda una vida laboral a ese ritmo, ahora que llega la jubilación le van a sobrar las horas, pero ella tiene claro que no: «tengo dos hijos con discapacidad», dice y está claro que no hacen falta más explicaciones. «Iremos más a la playa, al campo y si se puede haremos un viaje. Lo que quiero es salud, el resto viene solo».
Con el cierre de este negocio de chucherías se va un modelo de comercio. «Aquí ya no quedan sitios donde se vendan chuches, como los que había antes», afirma María y añade medio broma, medio en serio que además de vender golosinas, revistas y prensa, «hemos sido el centro psicológico de Arroyo de la Miel».
«Eso es verdad», se apresura a apuntar una de las clientas que hay en ese momento en el local. «Ya quedan pocas tiendas donde te ofrezcan su sensibilidad y empatía, como lo hacían aquí», insiste la clienta.
Uno a uno, María se va despidiendo de todos los clientes que van pasando por allí, en el último día de apertura al público del comercio. «Claro que me da pena, han sido muchos años», reconoce. «Por aquí hemos visto pasar a cuatro generaciones, hemos llegado a conocer a los padres, a los hijos, los nietos e incluso los bisnietos de una misma familia. Yo eché los dientes en este negocio», recuerda para a continuación preguntarse en voz alta dónde tendrá que ir a comprar el periódico el día que salga este reportaje. «Va a ser la primera vez que en vez de vender el periódico, tenga que ir a comprarlo».
Desde mediados de esta semana el Quiosco José está ya cerrado al público y a la espera de un comprador para el local. Solo unos días antes, el pasado fin de semana la hija de María organizó una fiesta de despedida, en la que participó buena parte del barrio, de la clientela e incluso autoridades políticas.
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