Alberto Gómez
Domingo, 8 de mayo 2016, 22:32
César Carmona viajó hasta Costa Rica en 1999 para surfear en las playas de Santa Teresa, en la Reserva Natural Cabo Blanco, bañada por aguas protegidas, entre ballenas, tortugas centenarias y delfines. El impacto de aquel paisaje provocó que este torremolinense, licenciado en Farmacia pero hamaquero de profesión, comenzase a regresar con asiduidad. «Pasaba seis meses aquí y seis meses allá, hasta que decidí instalarme en Costa Rica, a la aventura», cuenta. Llegó con 3.000 euros en los bolsillos y acompañado de Ana María, su pareja. Juntos alquilaron una casa abandonada que ellos mismos reformaron con el objetivo de acoger a mochileros y surferos. Ahora es uno de los mejores hoteles de playa de la zona, con restaurante y campamento, y César ha ampliado el negocio, que ya cuenta con 22 empleados.
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Su historia es la de un éxito inesperado, el gran sueño americano: «Me vine con una mano delante y otra detrás y ahora tengo un negocio valorado en 400.000 dólares». Pese a su peleada faceta de empresario, este torremolinense de cuarenta años no ha cedido ni un ápice de su pasión por el surf, deporte que practica cada día. «Es mi gran medicina», confiesa. Acaba de abrir cuatro cabañas privadas y también dirige un chiringuito que ofrece pescaíto frito, pulpo o arroces, una carta que recuerda a su Costa del Sol natal: «Me traje a Maxi, un cocinero de Casa Juan, y montamos lo más parecido a un merendero, porque los turistas aquí no están acostumbrados y les encanta».
Aunque admite ser «más malagueño que los boquerones», César asegura que una de las principales razones para quedarse en Costa Rica es el ritmo de vida: «Aquí vamos a tercera, mientras en España están todo el día con la quinta metida. Esto es como vivir en el campo, pero frente al mar; tienes pesca, coges mangos o plátanos de los árboles. Es un modo de vida más autosuficiente, menos consumista». Este viajero incansable ha vivido en el Círculo Polar Ártico y ha pasado por Indonesia, Maldivas, Marruecos, Singapur, Nicaragua, Brasil, Argentina, Paraguay y una treintena de destinos más: «Nos han vendido que lo nuestro es lo mejor, pero hay muchas formas de vivir y cientos de culturas. Eso es una de las cosas que más me gusta de Costa Rica, que es una pequeña Torre de Babel».
Aunque reconoce que echa «mucho» de menos a su familia, César no tiene pensado volver a Torremolinos, donde aprendió una lección básica para dirigir sus negocios: «Al turismo, como decía la campaña aquella, siempre hay que ponerle una sonrisa. Eso es fundamental para este trabajo».
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