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Francisco Martín nació «por motivos laborales» en Jaraíz de la Vera, un pequeño pueblo de la provincia de Cáceres, en pleno corazón del Valle del Jerte. Hasta allí emigraron sus padres a mediados de los años 50 del pasado siglo. Sin embargo, en 1959, cuando él tenía apenas dos años, ya estaban de vuelta en Almayate, de donde era su progenitor. Se instalaron en una finca familiar, a escasos 500 metros de la orilla de la playa, llamada El Cortijillo. Sus tíos montaron allí un restaurante, «al que sólo venían algunas familias de la capital los fines de semana», rememora el pintor y escultor torreño.
«Era una zona virgen, la playa estaba repleta de coquinas, peces, pulpos, conchas finas... Todo estaba rodeado de huertas de tomates, habichuelas... Las cañaveras siguen allí, pero la playa ha cambiado mucho. Por suerte, aún no han hecho un paseo marítimo, ni han construido muchas viviendas, espero que eso no pase nunca», confiesa el artista afincado en Torre del Mar. La playa de Almayate es «su vida, porque allí pasé buena parte de mi infancia y adolescencia, y allí conocí a mi mujer, María Soto». «Ella empezó a trabajar en el restaurante de mis tíos, y rápidamente me fijé en ella. Me dije, esa chica tan guapa tiene que ser para mí», confiesa emocionado.
Corría el año 1980 y Martín trabajaba como electricista, tras estudiar Formación Profesional en la antigua Escuela Francisco Franco de la capital. Gran aficionado desde niño a coleccionar todo tipo de «cosas valiosas» –«me llevaba a casa piedras, conchas de la playa, todo lo que pensaba que podía servirme o tenía un significado», dice–, cuando apenas había cumplido los 20 años, la muerte de un periquito que había capturado en la playa le despertó la curiosidad por la taxidermia. «Mi madre me compró un libro para hacer un curso a distancia y lo disequé. A partir de ahí, poco a poco seguí metiéndome en ese mundo, que fue mi vida durante más de veinte años», describe Francisco Martín.
Precisamente, del oficio de taxidermista nació su vocación por el arte. «Todo empezó por un cliente al que le di cinco esculturas de animales de caza mayor que había hecho en estaño. Se las llevó a EE UU, a una feria de caza, y cuando volvió me dijo que las había vendido todas y a muy buenos precios. Aquello me despertó la pasión y el interés por la escultura», cuenta Martín.
De su taller han salido alrededor de 70 piezas, que pueden contemplarse en numerosos municipios malagueños, especialmente en la Axarquía, desde las cinco que tiene en Nerja (el rey Alfonso XII, el monumento a los descubridores de la Cueva, el periodista Pepe Pascual, el exalcalde Antonio Villasclaras y Chanquete), hasta la docena en Torre del Mar y Vélez-Málaga, y otras muchas repartidas por Torrox, Algarrobo, Rincón de la Victoria y la capital malagueña.
«El trabajo del artista es duro, cuando te metes en el taller, tienes que dedicarle un mínimo de 8 horas al día», explica sobre el proceso creativo en el que, asegura, le gusta «dejarse llevar por cada momento, por las experiencias y por lo que ocurre a tu alrededor». «Mi hija ha sido un elemento muy importante en mi obra», sostiene Martín, cuyo estilo va desde el expresionismo al realismo.
El verano para él es sinónimo de estar en la playa de Almayate con la familia y los amigos. «Recuerdo días enteros que comíamos y nos quedábamos hasta la madrugada, con los ‘toldillos’ y las barbacoas», dice. Aunque si hay un recuerdo que mantiene imborrable es la riqueza que había en el mar. «Te metías a bucear y veías los pulpos en las rocas. Me los pegaba al cuerpo y salía a la orilla, directo al restaurante de mis tíos», añade el artista torreño.
El paso de los años y el trabajo han hecho que sus visitas a la playa de Almayate haya sido cada vez menos frecuentes. «Realmente éste es el primer verano en que no estoy yendo a la playa, porque me vengo todas las tardes a Nerja, a la nueva galería», asegura en relación a ‘Pintada 27. Galería María Soto’, el espacio cultural que abrió junto a su mujer el pasado mes de enero. «Desde que tuve la oportunidad de exponer una parte de mi obra en la Sala de la calle Cristo, en octubre de 2015, me di cuenta de que Nerja era diferente, la gran cantidad de público que entraba a ver la exposición, y como lo hacían, con qué respeto y qué interés», confiesa.
Desde hace casi dos décadas ambos cuentan con una pequeña galería en Torre del Mar, en la calle Antonio Machado, 1 «pero ésta otra no tiene nada que ver», dice emocionado el artista torreño describiendo la vetusta vivienda, que se conserva prácticamente inalterada en su arquitectura desde que fue construida a mediados del siglo XIX.
«Nerja es un bombazo, hay muchísima gente, de todos sitios, es un escaparate magnífico», considera Martín, quien ha instalado también un segundo taller en este inmueble, en la planta superior. «Aquí se pueden ver las entrañas de mi arte, hay piezas de todas las épocas, desde finales de los años ochenta», cuenta. Además, quieren darle cabida a otros artistas de la comarca oriental, para que tengan la oportunidad de exponer en pleno corazón turístico de Nerja.
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