Rafael Jiménez, rehaciendo unos balates en una finca de Algarrobo. E. CABEZAS

Rafael Jiménez, uno de los últimos maestros balateros de la Axarquía

Este vecino de Algarrobo lleva más de cuatro décadas haciendo y rehaciendo muros de piedra seca, una técnica milenaria que está declarada como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco desde 2018

Miércoles, 8 de diciembre 2021, 00:20

Asegura Rafael Jiménez que a sus 63 años «no le duele ni la espalda». «Estoy perfectamente, y llevo desde niño haciendo balates, me enseñó un tío, Rafael Rivas, que aprendió de mi abuelo», cuenta este vecino de Algarrobo mientras rehace uno de estos muros de ... piedra seca, una técnica milenaria que está declarada como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco desde 2018.

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«Fíjate, esto es como un puzle, las piedras más gordas se ponen debajo, para que no tenga peso arriba, no se tiene que notar el corte de lo viejo a lo nuevo», describe señalando el tramo en el que está trabajando, de más de cinco metros de longitud y casi la mitad de altura. Piedra sobre piedra, sin ningún tipo de argamasa ni cemento. Parece verdadera magia, una lucha contra la gravedad y la erosión en las pronunciadas pendientes de la Axarquía.

«Depende, hay días que cunde más y otros que cunde menos», resume con esa sabiduría de la gente de pueblo cuando se le pregunta por cuánto tarda en hacer un balate como ése. Jiménez es uno de la apenas media docena de maestros balateros que quedan en la Axarquía. «He trabajado muchos años en muchos pueblos, en Periana, Alcaucín, aquí en Algarrobo, ya sólo hago los trabajos que me gustan, esto es como un vicio», sostiene este algarrobeño «de pura cepa». En la ejecución de estos muros de piedra, que son auténticos aliados contra la erosión y han permitido durante siglos los cultivos de viñas, olivos o almendros, en las escarpadas laderas de la comarca oriental, no se usa ningún tipo de maquinaria.

«Me gusta hacerlo sólo, si me traigo a uno que me ayuda, y para que me mire, mejor lo hago yo solo», dice entre risas, cargando una cuba de tierra para rellenar el balate y formar el bancal, el espacio donde se siembran los árboles. El cambio del paisaje agrícola de la Axarquía, con la expansión de los subtropicales en las últimas tres décadas, está arrinconando esta técnica de contención de los terrenos agrícolas, que además tiene numerosas ventajas en términos de sostenibilidad medioambiental.

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«Maquinaria pesada»

Como ya denunció en SUR el coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza (GENA)-Ecologistas en Acción, Rafael Yus, en las modernas plantaciones se está «agrediendo» este sistema de muros tradicionales para cultivar mangos o aguacates. «Entran con toda la maquinaria pesada, arrasan con todo lo que hay y dejan la piedra al desnudo para plantar subtropicales», lamenta.

Yus, que lleva años estudiando los balates, los define «como un elemento propio de la Axarquía, que ha sido posible gracias a sus habitantes, que han conseguido con esta técnica un mínimo de tierra para poder sacar cereales, olivos y viñas». Si no se pone remedio, el presidente de esta asociación ecologista augura «un mal futuro a los balates». Y si ellos desaparecen, se pondrá en peligro el paisaje montañoso cultivable de la Axarquía.

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Al maestro balatero de Algarrobo tampoco le gustan las técnicas de cultivo que se emplean desde hace ya varias décadas. «Soy enemigo de las chapas», dice en alusión a las estructuras metálicas que se están instalando en numerosas fincas para hacer la función de los balates. «Eso cuando llega el agua lo que hace es reventar los árboles, los puede hasta arrancar», advierte Jiménez, quien destaca que, «evidentemente», el líquido elemento es el mayor enemigo de estos muros, que no llevan ningún tipo de argamasa, van montados piedra sobre piedra.

«El agua tiene memoria, eso es también lo bueno, siempre pasa por los mismo sitios, por eso hay que rehacerlos, pero mirando el terreno, viendo el camino, y adaptándose a él», describe. A su juicio, la destrucción de los balates tradicionales, con los movimientos de tierras para realizar nuevas plantaciones, «tendría que estar penado». «Como se ve bien si un balate está bien hecho es desde lejos, hay que irse allí enfrente», dice señalando a la calle más próxima del casco urbano algarrobeño. «Desde allí es como se ve si está bien o no», apostilla.

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La fragilidad natural de la piedra y el hecho de que no se use ningún elemento de unión hace que los balates sean estructuras vivas, que hay que repasar y rehacer continuamente, cada dos o tres años como mucho, siempre y cuando no se produzcan lluvias torrenciales. «A mí me gusta, es lo único que he hecho en mi vida», confiesa Jiménez, quien sigue varias páginas de internet en las que se muestran fotos de este tipo de muros de piedra naturales. «A muchos les pongo faltas, porque no están bien hechos del todo, soy muy perfeccionista», dice. Soltero y sin hijos, lamenta que nadie vaya a recoger el testigo que tomó de su tío y de su abuelo. «En unos años esto se perderá, nadie sabrá hacer balates», concluye.

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