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Hay aventuras, locuras y luego está lo que este verano ha hecho el joven torroxeño Enrique Atencia, de 21 años. Este estudiante de cuarto curso de Ingeniería de la Energía en la Universidad de Málaga, amante del baloncesto, decidió cuando acabó el curso académico comprarse ... una bicicleta en Wallapop. Lo hizo por 70 euros, a un vecino de Nerja. El 23 de junio, víspera de San Juan, decidió empezar a pedalear. Su destino, la ciudad inglesa de Bristol, donde está su compañero de piso y de facultad, Álex Wright.
En total, ha recorrido más de 4.400 kilómetros durante dos meses. Volvió a casa el pasado 25 de agosto, con una mochila repleta de aventuras e historias increíbles. «Sin ningún percance grave, pero sí que me pasó de todo, perdí la cuenta de los pinchazos cuando iba por el número 20», confiesa este joven, que se enfrentó a este desafío «sólo, como un reto personal y una aventura». «Nadie a los que se lo propuse se animaron», dice.
La ruta fue además más extensa que si la hubiera trazado con el objetivo de llegar lo más rápido posible a su destino. Primero alcanzó el Algarve portugués. De ahí llegó a Lisboa, Oporto, Galicia, toda la cornisa cantábrica, hasta Irún, donde cruzó la frontera con Francia por Hendaya. En tierras francesas pedaleó hasta la Bretaña, donde pasó unos días con sus padres, que volaron desde Torrox.
Embarcó en un ferry en Roscoff, en tierras galas, y desde ahí ya llegó a Bristol, donde estuvo varios días con su compañero de piso y amigo. «De media hacía unos 100 kilómetros al día. El día que más hice fueron 158, pero había muchos días que hacía apenas 20 ó 30, dependiendo de lo cansado que estuviera, eran nueve o diez horas montado en la bici», detalla Atencia. El presupuesto total del viaje rondó los mil euros.
Entre la infinidad de imágenes con las que se queda están los «increíbles» paisajes de Portugal y de Francia, «la gente y la manera de superarse». «Hay que tener motivación y recursos para dormir al raso la mayoría de los días, levantarse y pasar nueve o diez horas montado en una bici», explica el joven torroxeño, que confiesa que pasó miedo «el 14 de julio, fiesta nacional en Francia, porque me despertó una piara de jabalíes que se habrían asustando con unos fuegos artificiales que tiraron esa noche».
Para orientarse el aventurero llevaba siempre consigo su móvil, que recargaba con una pequeña placa solar. El equipaje comenzó pesando unos 25 kilos, aunque cuando regresó estaba en torno a 17. «Llevaba lo básico, un saco de dormir, una pequeña tienda de campaña, un par de mudas, y un pequeño camping gas», detalla. En Galicia unas monjas lo dejaron dormir dentro de un convento. «Me ha llovido mucho, tormentas, granizo, pero ha sido una experiencia increíble», dice.
¿Repetiría? «No lo sé, ahora mismo no, estoy pensando en otras cosas, otros retos, pero sí que lo aconsejo a cualquiera que quiere superarse. Para mí ha sido todo un reto, he tenido fatiga muscular muchos días, y algunos tirones, pero me he podido ir recuperando bien, descansando los días que estaba peor», cuenta. Sus padres, con los que estaba en contacto a diario, le repetían que estaba haciendo «una locura». «Cuando volví me recibieron con carteles de campeón», recuerda entre risas.
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