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Reunión. Ángel García Vidal, María Gámez y Jesús Esteban conversan ante un mapa del Cerro de la Corona. Salvador Salas
300 horas asomados al abismo

300 horas asomados al abismo

Las tres personas que coordinaron la operación de rescate del pequeño Julen cuentan su experiencia y cómo ese pozo les ha marcado de por vida

Domingo, 3 de febrero 2019, 01:16

«Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti». Nietzsche, 'Más Allá del Bien y del Mal' (1886).

«¿Vosotros podéis dormir?», suelta María Gámez, subdelegada del Gobierno en Málaga. «A mí me cuesta».

«Pues yo sí... Será el cansancio», responde Ángel García Vidal, delegado en la provincia del Colegio de Ingenieros de Caminos.

«Yo también duermo, pero lo que me cuesta es pensar en otra cosa que no sea el pozo», reconoce el coronel Jesús Esteban, jefe de la comandancia de la Guardia Civil de Málaga. «Cierro los ojos y lo veo».

SUR asiste a una reunión entre la subdelegada María Gámez, el coronel Jesús Esteban y el ingeniero Ángel García Vidal

María está frente al agujero, que va perdiendo el brillo del metal a medida que avanza hacia la oscuridad. Puede escuchar el eco de su voz resonando en el tubo. Ella mira hacia el abismo, pero el abismo también mira hacia ella. Una bola de fuego cae lentamente por el pozo y María detiene la mirada en las brasas incandescentes que siguen el camino inverso de la gravedad y escapan de las sombras. Entonces, se despierta, sobresaltada, y se da cuenta de que es un sueño. O un recuerdo. O no sabe qué. «Esa imagen se me quedó grabada», aclara la subdelegada. «Tiraron una bola de papel ardiendo para hacer una comprobación de la verticalidad del pozo. La imagen me impresionó. Ahora, sueño con ella».

Vídeo. Bola de papel ardiendo que tiraron para hacer una comprobación de la verticalidad del pozo. SUR

Ocho horas después de que el operativo de rescate localizara al pequeño Julen en el pozo al que cayó el 13 de enero, el delegado del Gobierno en Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, ofreció una rueda de prensa para dar a conocer los últimos detalles. En ella, agradeció a los más de 300 integrantes del dispositivo que llevaron a cabo, dijo, una «misión colosal», una auténtica «carrera de obstáculos contra la montaña».

Gómez de Celis quiso destacar especialmente a tres personas. Al coronel, que estuvo cada minuto al frente del operativo y que con gran «vehemencia» –en palabras del delegado– apostó por que Julen estaba en la cota -71 [se le localizó en la -70,68] cuando no había ninguna evidencia física de ello. A Ángel, «como su nombre indica, la persona a la que mirábamos y nos agarrábamos cuando todo iba mal». Y a María, «que ha estado desde el primer momento allí, atenta a todo, y especialmente a la familia». Diariamente, el coronel y la subdelegada acudían a visitar a los padres de Julen para informarles del estado de la operación de rescate, siguiendo una premisa que mantuvieron hasta el último momento: «Que se enteraran de todo por nosotros. Nos hemos implicado mucho. Muchísimo. Es imposible no hacerlo. Ha sido un trago muy duro», confiesan.

Entre planos. Ángel García Vidal explica el primer croquis que se elaboró para perforar el pozo paralelo al del pequeño Julen. Salvador Salas

SUR ha asistido a un encuentro entre la subdelegada, el coronel y el coordinador de los ingenieros que participaron en la búsqueda de Julen. El triángulo que tomó las decisiones en la mayor operación de rescate que ha tenido lugar en España. Se abrazan con el cariño que lo hace un viejo amigo, por eso cuesta imaginar que, antes del 13 de enero, algunos de ellos ni se conocían. «Y lo que me hubiese gustado no conoceros. Esto no tenía que haber pasado», expresa Ángel mientras apura un cigarrillo y cabecea, mirando fijamente el cenicero.

«Las decisiones se tomaban de forma consensuada en función de las circunstancias»

María Gámez, Subdelegada del Gobierno en Málaga

«Estábamos movilizando un país entero y había que gestionar cómo ibamos a hacer frente a aquello»

María Gámez, Subdelegada del Gobierno en Málaga

El día que lo cambió todo, Jesús Esteban estaba, paradójicamente, disfrutando de una paella con su mujer y otra pareja. El teléfono interrumpió el almuerzo. Pero fue una foto que le mandó un compañero la que lo dio por terminado. En la imagen, el guardia coloca su mano junto al pozo. «Unos 25 centímetros», informó a su coronel en un mensaje de WhatsApp que adjuntaba la foto. «Tengo que irme», anunció él al recibirlo. María también llegó esa misma tarde. Y Ángel aterrizó al día siguiente, cuando supo que la búsqueda se encaminaba más hacia una obra de ingeniería civil que a un rescate. «Quedé en El Candado con José Luis Gómez Vargas, de Expoa Cimentaciones (una de las empresas que se han volcado en el rescate), y nos fuimos juntos desde allí», recuerda. Ninguno de ellos volvió a marcharse de la obra, hasta el final, salvo para echar una cabezada y ducharse. «Se nos ha parado la vida desde aquel día», reconoce el coronel.

Las primeras horas fueron las de los inventos. «Nunca más emplearé eso de 'tener una idea de bombero', porque se les ocurrían unas cosas... A cual más ingeniosa», apunta la subdelegada. Pero el ritmo de extracción del tapón era demasiado lento y la dureza del material les impedía avanzar. «Contactaron con nosotros más de 100 inventores. El 80% propusieron cosas que no servían, pero con el resto sí que probamos. Se intentó todo», añade Jesús Esteban. Incluso contactó con ellos un hombre «extremadamente pequeño» que ya había colaborado antes con las Fuerzas de Seguridad y se ofreció a bajar por el pozo al que cayó Julen para sacarlo; «llegamos a tomarle las medidas, pero no entraba», reconoce el coronel.

«Allí petamos todos. ¿Que cómo lo sabíamos? Cuando alguien se iba a un rincón a llorar»

Jesús Esteban, Coronel de la Guardia Civil

«Lo intentamos todo; nos llamaron más de 100 inventores y probamos con algunas de sus ideas»

Jesús Esteban, Coronel de la Guardia Civil

El lunes 14, se creó ese «consejo de expertos» –11 ingenieros de caminos– que encabezaría la obra, «aunque al principio no les hicimos mucho caso porque estábamos empeñados en la succión. Ángel se me acercó y le dije: 'Cuando tengas algo práctico, nos avisas'», bromea el coronel.

Los tres recuerdan los días posteriores como los más críticos. Primero, se atascó la manguera con la que intentaban succionar el tapón. Después, decidieron empezar las obras de los túneles –inicialmente, uno horizontal y otro vertical–, pero la tierra amenazaba con caerse sobre los trabajadores, de ahí que la apuesta definitiva, y la única, fuese el pozo paralelo al de Julen para conectarlo después mediante una galería. Ahí tuvieron que tomar también una decisión difícil: 'entubar' con una pieza de varias toneladas el agujero al que cayó el pequeño. «Eso implicaba reducir aún más el diámetro», relata María Gámez. Y luego los contratiempos, uno detrás de otro, por la dureza del terreno. La perforación, el encamisado, la cápsula... El rostro de Ángel García Vidal era, en sus comparecencias, el espejo de la presión que se vivía allí arriba, en el Cerro de la Corona: «El respaldo de los dos –refiriéndose al coronel y la subdelegada– fue impresionante. Esa confianza nos hizo trabajar como titanes».

Últimos ajustes. En la foto del móvil, un minero dibuja sobre el tubo la línea que les llevaría hasta el niño; no tenían margen de error. Salvador Salas

La conversación, como los recuerdos, se amontona y se desordena. Y aparecen los mineros, de los que hablan con profunda admiración. «Yo estaba en la subdelegación cuando me llamó Margarita Robles –la ministra de Defensa, que acabó fletando un avión para que se incorporaran al equipo– para pedirme que contactáramos con ellos, porque podían ayudar», recuerda María Gámez. «Su llegada fue crucial», interviene Ángel. «Desde el principio vimos que eran unos profesionales. Lo cuestionaban todo. Inicialmente, habíamos planteado un pozo de 60 centímetros con una máquina que teníamos aquí en Málaga, pero ellos dijeron que no, que mínimo de un metro de diámetro. Por eso tuvo que venir la de la M-40». En esas, cuando diseñaban el operativo para excavar la galería horizontal, que podía tener entre 3,60 y 3,80 metros, según sus cálculos, un bombero planteó hablar del posible plan de rescate de los mineros. «¿A nosotros? A mí no me hables de mi rescate. Al nenu, ¡tenemos que sacar al nenu!», dijo el jefe del equipo, Sergio Tuñón.

«El respaldo de María y Jesús fue impresionante. Eso nos hizo trabajar como titanes»

Ángel García Vidal, Delegado del Colegio de Ingenieros de Caminos

«Su llegada fue crucial. Desde el principio vimos que eran unos profesionales» (sobre los mineros)

Ángel García Vidal, Delegado del Colegio de Ingenieros de Caminos

En esos días de vértigo, María Gámez se reunió en la subdelegación con todas las administraciones para «regularizar la obra» –un ingeniero les recordó que no había ni plan de riesgos laborales– y atender lo más urgente, como el gasoil, que se gastaba de 30.000 litros en 30.000 litros. «Estábamos movilizando a un país entero y había que gestionar cómo íbamos a hacer frente a todo aquello», agrega ella. «Un rescate no es algo privado. Una empresa puede poner todo lo que tiene, pero lo que no se puede es arruinarla», apostilla Ángel. Todos coinciden en que ese triángulo que formaron constituyó una suerte de «poder difuso» que no suele dar buen resultado, pero que en este caso fue muy funcional, porque «las decisiones se iban tomando en cada momento, de forma consensuada y en función de las circunstancias», opina María Gámez.

En la obra vieron «petar» a muchos compañeros. «¿Que cómo sabíamos que habían petado? Pues cuando se iban a un rincón a llorar», aclara el coronel. «Y allí petamos todos –continúa–. Ha cascado todo el mundo». Se acuerdan de Yolanda, que cedió la casa donde se instaló el puesto de mando avanzado y organizaba 300 comidas diarias –dibujaba un corazón en los 'tuper' que enviaba a la familia de Julen–, «y también petó por el estrés».

–«Yo me he sentido en el tubo. He sentido angustia, claustrofobia...», apunta María.

–«Yo he visualizado la caída en mi cabeza. Todavía lo hago», añade Ángel.

Ninguno de ellos olvida la odisea de los 60 metros de excavación del pozo paralelo. Y se acuerdan de «los Antonios» (García y López, de las empresas Expoa y Cimentalia, respectivamente), que fueron los jefes de equipo de la perforación. «Si no llegan a ser gente de raza, eso no sale. El hito era el pozo», insiste Ángel. O Rachid, que no quería irse de allí. O los soldadores, muchos de ellos en paro, que no tenían ni cómo facturar su trabajo, pero que estuvieron 12 horas seguidas para unir los tubos (uno de ellos se quemó los ojos) y 'encamisar' por fin el pozo. O ese técnico al que sus hermanos ocultaron que su padre nonagenario había sufrido un infarto y estaba hospitalizado. Cuando se enteró, cogió el coche para desplazarse a Granada a verlo. Su progenitor, que compartía con él la profesión, le preguntó: «¿Habéis sacado ya al niño de Málaga?». Él respondió que no. Y su padre le soltó: «Pues entonces vete ahora mismo de aquí, que a mí no me haces falta».

«El tiempo pasaba muy lento»

Durante la perforación, hubo que forzar la máquina al extremo por la presión del reloj –«se trabajó con la hipótesis de que estaba vivo hasta el último momento; el tiempo pasaba muy lento para ellos [refiriéndose a guardias civiles, bomberos, mineros...] y rápido para nosotros», dice Ángel– y se produjo una desviación de 50 centímetros de la vertical, «algo habitual en este tipo de obras». En circunstancias normales, se habría rellenado de hormigón, pero aquí había que meter un 'ascensor' con personas para culminar el rescate. «En estas obras no se pone corazón, todo es mucho más tasado, más medido, pero en el caso de Julen fue todo lo contrario, había sobre todo corazón. Pensamos hasta en poner tubos articulados. Se improvisó qué hacer, porque no hay precedentes ni protocolo para algo así, pero nunca cómo hacerlo».

Pero si el pozo fue el hito, el momento más delicado, sin duda, fue el último medio metro de la galería. «Sergio Tuñón –el jefe de los mineros– estaba muy agobiado. Todos lo estábamos. Si nos pasábamos de largo y no dábamos con el pozo de Julen, que era 47 veces más pequeño, ya no había marcha atrás, porque había riesgo de derrumbe. Hubo una pequeña desviación de 15 grados. Y acertamos», cuenta el coronel.

A Julen lo encontraron a la 1.25 del sábado 26 de enero en medio de un «silencio sepulcral». El equipo de ingenieros estuvo allí, al completo, aunque no los habían citado ni era necesaria su intervención, «pero queríamos estar», dice el coordinador técnico del rescate. «Fue un enganche para todos; el que venía, no se iba. Ha habido compañeros que me han dicho: «Ángel, me has devuelto la ilusión por mi profesión, porque habíamos perdido el objetivo social, el bien público. He visto la parte humanitaria de la ingeniería», afirma.

El encuentro, largo, llega a su fin y los tres se despiden como lo harían los viejos amigos. O los que han vivido una experiencia extrema. Ángel luce una pulsera verde de la Guardia Civil; Jesús y María se ven capaces de discutirle dónde está el norte en el plano del Cerro de la Corona. «Ha sido una catarsis, una terapia. Nos ha venido bien», admiten. Los tres saben que han vivido algo «inédito», pero no hay consuelo, ni victoria, si Julen no está con su familia. «Sentíamos que era un país contra una montaña. Y no íbamos a dejar que la montaña se quedara con él. Al menos eso sí lo hemos conseguido».

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