Antonio saluda a su madre en la residencia Sanysol. Salvador Salas

La «calma tensa» de las residencias tras la vacuna

Nadie quiere mover ficha en los centros para mayores, «criminalizados» durante un año «de mucho sufrimiento y estrés». Ahora mantienen sus medidas de higiene y distancia pese a estar inmunizados

Lunes, 22 de marzo 2021, 01:39

Dolores Campos tiene 87 años y una demencia severa que ha bloqueado sus recuerdos. Ni siquiera reconoce a sus hijos. Pero Antonio le habla como si nada: «Mamá, mañana tienes dentista, acuérdate». Aunque la busca durante casi una hora, apenas encuentra su mirada un par de veces. No hay manera de que responda a estímulos, aunque sean tan queridos como una voz familiar. No importa. Él insiste: «No te quedes dormida, que todavía es pronto». Primero la saluda a través del cristal. Luego, ya en la sala de visitas de la residencia Sanysol, en Torre del Mar, habla con ella en un monólogo que desprende amor: «Qué guapa estás». Es su forma de honrar a una mujer a quien sólo la enfermedad ha vuelto dependiente. Porque Dolores, ahora sin voz, ayudó en los negocios familiares, cuidó de hijos y nietos, cosió para tiendas locales, echó una mano en la cocina cuando Antonio abrió un establecimiento, se separó y quiso vivir sola incluso cuando las piernas y la cabeza comenzaron a traicionarla: «Siempre ha tenido temperamento, vitalidad e iniciativa. Ahora la llamarían emprendedora. Ha trabajado mucho, dentro y fuera de casa».

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Ingresó en la residencia hace ahora cinco años, con Parkinson diagnosticado. Sus hijos no han fallado ni una sola vez desde entonces. Ni una visita sin cubrir. Lo cuenta Carmen Gálvez, directora de este centro sociosanitario ubicado en un entorno privilegiado, en pleno corazón axárquico: «La adoran, es una familia encantadora. Cuando entró ya tenía deterioro cognitivo, pero conocía a sus hijos y charlaba con ellos. Ahora ya no puede». El impacto de la pandemia entre personas con demencia supone una de las consecuencias que aún están por medir, aunque algunos expertos como Aida Suárez-González y Adelina Comas-Herrera hablan ya de cuadros de «desorientación, confusión y exacerbación de los trastornos de conducta» derivados de la interrupción de la rutina y la reducción de la interacción social.

Pero los internos de Sanysol pueden considerarse unos privilegiados. No se ha registrado ningún caso de coronavirus en la residencia, que además ha podido mantener su agenda de actividades, muchas de ellas al aire libre, por la amplitud de sus instalaciones. Es una feliz excepción en la tragedia que estos centros comenzaron a sufrir hace poco más de un año, cuando se notificaron los primeros casos. Porque la crisis también ha puesto en evidencia la brecha abierta entre las residencias con más recursos, con posibilidad de adoptar las medidas de aislamiento necesarias, y los centros más humildes, a menudo desbordados por falta de materiales, espacio y personal. «Ha sido duro para los residentes, pero sabemos que no podemos quejarnos», reconoce Gálvez: «Tenemos jardines grandes, pudimos hacer grupos burbuja, seguir con la fisioterapia... En otros centros nos consta que ni siquiera podían salir de sus habitaciones».

La previsión contribuyó a allanar el camino. La dirección de Sanysol decidió blindar la residencia el 2 de marzo, doce días antes de que el Gobierno decretara el estado de alarma: «Fuimos de los primeros centros sociosanitarios que cerró, y además compramos material de protección antes de que se agotara, en cuanto vimos que los más afectados en Italia, antes de que el virus llegara a España, eran las personas mayores. Por eso cuando se produjo el desabastecimiento, nosotros teníamos guantes, mascarillas y batas suficientes en el almacén». Ese protocolo impecable construyó una barrera que el virus no ha tumbado, aunque Gálvez sabe que también hay un componente azaroso en el hecho de que no se haya detectado ningún contagio: «A los trabajadores incluso nos daba miedo salir a la calle por miedo a traer el virus al centro sin querer». Aquí interviene Antonio, hijo de Dolores: «Les agradecemos que hayan tenido un comportamiento ejemplar en sus vidas fuera de la residencia, porque eso ha servido para que el virus no entre».

El coronavirus se ha cebado con los mayores y las residencias. Casi el ochenta por ciento de las muertes registradas durante este año corresponden a personas con más de 65 años. En los centros sociosaniatrios han hecho «lo que han podido», en función de sus recursos. Por eso Gálvez lamenta que se haya «criminalizado» a las residencias: «Todos vamos por detrás del virus. Hablamos de una pandemia que afecta sobre todo a los ancianos, que son los más débiles». Convencidos de que «lo mejor es la prevención», en Sanysol desaconsejaron las salidas en verano y cerraron en agosto, antes de que estallara la segunda ola: «Pero que no haya entrado el virus es una mezcla de suerte y protocolo». Ahora, tras doce meses «de mucho sufrimiento y estrés», la vacuna ha instalado una especie de «calma tensa», como relata su gerente: «De momento no pienso mover ficha. Sabemos que funciona la prevención, observar... Por ahora seguimos con los mismos protocolos, la distancia, la mascarilla... Estas semanas están apareciendo nuevas cepas. Veremos qué pasa. Estamos más tranquilos, pero no hemos bajado la guardia».

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Antonio continúa hablando con su madre pese a que sus palabras se quedan en el aire, flotando en la nebulosa de todo lo que no encontrará respuesta: «Qué bien te sientan las gafas». Hace tiempo que Dolores perdió la batalla contra la demencia, pero otros han ganado el pulso del Covid-19 por ella, un virus que en esta residencia encuentra las puertas cerradas.

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