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Raquel C. Pico
Martes, 14 de febrero 2023, 08:00
En muchas de las novelas o películas que imaginan un mundo futurista, la tecnología suele estar tan evolucionada que consigue dar servicios ella sola. Por las calles circulan vehículos autónomos que mueven a las personas y las cosas de un lugar a otro de forma ... eficiente y silenciosa. Y, aunque al común de los mortales esas ciudades siguen pareciéndoles escenarios de ciencia ficción, un mundo en el que los dispositivos autónomos se dediquen a llevar lo que se necesita de un lugar a otro está mucho más cerca de lo que podría parecer.
Los pilotos ya han empezado a sucederse. Hyundai tiene a un robot en un hotel en Asia, entregando él solo los servicios que los clientes encargan. «Esto permite que la compañía tenga un proceso de aprendizaje profundo en lo relativo al reconocimiento de personas, conducción autónoma y conectividad, que en todo caso permiten desplazamientos sin ayuda humana», explica Javier del Val Muñoz, 'product manager' de electrificación y nuevas tecnologías de la compañía. Que el robot lleve el desayuno al huésped que lo ha encargado puede parecer una curiosidad, pero es un primer paso de prueba antes de que este tipo de dispositivos salgan a las calles y asuman tareas mucho más complejas.
Aun así, esa fase está ocurriendo ya mucho más cerca. Smartiago —una iniciativa del ayuntamiento de Santiago de Compostela en el marco de la digitalización de la urbe— incluye en sus planes a los vehículos autónomos. Como apunta Francisco Vallejo, director territorial de la zona Norte de Vodafone —el partner tecnológico detrás del dispositivo compostelano—, ya se han mapeado las calles de la zona monumental, donde se va a experimentar con el vehículo autónomo y su potencial.
También trabaja en este terreno CARNET, el 'hub' de investigación e innovación en movilidad urbana creado por la Universidad Politécnica de Cataluña, VW Group Research y SEAT, y que ya ha creado un prototipo de vehículo autónomo al que han llamado Ona y probado en Esplugas de Llobregat y en otras dos ciudades europeas.
«El objetivo de estos programas piloto es mejorar la eficiencia y reducir los costes de la entrega de paquetes», recuerda Javier del Val Muñoz. La llamada última milla —ese recorrido final que hacen en el punto de destino las cosas antes de llegar a los consumidores— es uno de los puntos calientes del tráfico urbano.
Las camionetas de transporte abarrotan las calles y añaden complejidad a una circulación que ya antes era complicada. Además, mientras esos coches recorren la localidad buscando a los destinatarios de sus paquetes, están sumando más emisiones a la atmósfera.
Igualmente, en la ecuación entra un factor económico. «A nivel costes, es muy alto para la industria», explica Laia Pagès, responsable ejecutiva y científica de CARNET.
Por ello, reinventar esa última milla cambiaría notablemente las cosas, puesto que abriría un potencial no solo a hacerla más económica sino también más sostenible.
«Es una solución que respeta las zonas de bajas emisiones y no se convierte en un problema para la gente que vive allí», apunta Francisco Vallejo, puesto que esos barrios «siguen siendo atractivos a los negocios y a la actividad económica».
Y, como recuerda Laia Pagèt, estos vehículos autónomos son eléctricos, lo que no solo los hace más cercanos al ideal de las emisiones cero, sino que también los convierte en silenciosos. Así, por ejemplo, podrían operar por las noches, con «unos beneficios enormes, porque las carreteras 'están puestas' y no hay congestión».
A esto hay que sumar que la transformación digital del proceso de entrega implica una capa de inteligencia extra. «Los robots son versátiles, pueden aprender, se adaptan a distintas situaciones y únicamente dependen de una batería y un mantenimiento programado», explica Javier del Val Muñoz, recordando cómo los que ya incluyen algunos coches «facilitan tareas cotidianas como el aparcamiento». Y suma: «Estos nuevos recursos permiten optimizar procesos y son más sostenibles».
Al final, y más allá de los vehículos autónomos, esa será la esencia de las 'smart cities' del mañana, mucho más complejas que las del presente y en las que se podrán ajustar mucho mejor los procesos para lograr mayores eficiencias.
Francisco Vallejo cree que en cuanto bajen los precios de los sensores y se afiance una mejor conectividad —que es lo que las nuevas velocidades del 5G aportarán— se dará un salto en cómo estarán conectados todos los elementos de la urbe y lo que permitirán hacer.
«Vamos a tener más información», explica Vallejo, lo que no solo ayudará a tomar mejores decisiones en temas tan cruciales como la gestión de residuos, el tráfico o la contaminación atmosférica, sino también a explicárselas a los vecinos.
Incluso, y volviendo a la tecnología del presente, estos vehículos autónomos pioneros ya podrían servir para algo muy cercano a ese ideal. El directivo de Vodafone apunta que lo más interesante del dispositivo con el que están trabajando en Santiago no es tanto el vehículo en sí, por muy llamativo que resulte, sino su condición de «living lab», que permitirá trabajar a muchos niveles.
Así, por ejemplo, existen ya dos proyectos que lo emplearán como base para conocer mejor la ciudad. Uno, de la Universidad de Santiago, tomará la información que recaba para alimentar a un algoritmo para que pueda tomar mejores decisiones sobre la urbe y otro lo dotará de sensores para medir en tiempo real la contaminación acústica y atmosférica de las calles.
Saliendo de las ciudades y más allá de los pilotos que tienen en marcha estas compañías, estos vehículos podría ayudar a mejorar la cohesión territorial. Como apunta Francisco Vallejo, el reparto podría llegar así a sitios en los que «es complejo» hacerlo o en los que los costes son demasiado altos.
«Al no depender de un conductor humano, podrían operar en condiciones de carretera más difíciles, como caminos rurales o terrenos más complicados», indica, por su parte, Javier del Val Muñoz. Y añade: «Al automatizar el proceso de entrega, se reduciría el número de errores en las entregas aumentando así su eficiencia, incluso en las áreas remotas».
Aun así, el potencial de estos dispositivos no está exento de retos. «Uno es el de encontrar su lugar en la ciudad», apunta Laia Pagès, puesto que «ahora mismo este robot no tiene un espacio». Las ciudades saben por dónde deben ir los peatones o los coches, pero no por dónde lo harán estos nuevos transportes. A eso se suma que se necesita que «funcionen en espacios reales», señala la experta, y que logren «aceptación» entre la ciudadanía que será su usuaria final. «Hay interés y curiosidad, pero es lo de siempre con la innovación. La cuestión es que se utilice», resume.
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