
El silencio de Juan Espadas
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El nuevo líder socialista tardó diez días en explicar por qué Susana Díaz sigue aún como secretaria general del PSOE de Andalucía tras ser derrotada en las primariasMientras los partidos de la nueva política caminan con entusiasmo hacia la irrelevancia, algunas de las novedades que inocularon en el sistema político español ... parecen consolidadas para un largo periodo de tiempo.
Una de ellas es Vox, formación que no puede considerarse parte de la nueva política sino una reacción a ésta y a los cambios que este país ha ido experimentando en los últimos decenios hasta convertirse en una de las democracias más avanzadas del mundo.
Otra de esas aportaciones de la nueva política que parecen estar aquí para quedarse es la incorporación en los procesos internos de los principales partidos de las llamadas primarias, procedimiento que pese a compartir un mismo nombre no tiene nada que ver con el que se activa en los sistemas políticos de Estados Unidos y otros países para elegir a los candidatos a las diferentes elecciones.
Como se ha visto en sobradas ocasiones, las primarias, como cualquier cuerpo extraño inoculado de manera artificial en un organismo -en este caso organismos políticos algunos de ellos centenarios-, vienen con contraindicaciones. Este sistema de elección aporta el aire fresco de la participación directa de los afiliados y permite saber cuál es el número real de militantes (ya que más allá de tener la cuota al día no se debería considerar militante a quien ni siquiera se interesa por participar en un elección de esta trascendencia). También dota al ganador de una autoridad política incontestable que lo impulsa ante el conjunto de la sociedad para comenzar a dar a conocer su proyecto.
Pero, como está sucediendo ahora en el PSOE de Andalucía, las primarias causan el problema interno de obligar a convivir durante cierto tiempo al liderazgo y el proyecto surgidos de la urnas con la autoridad formal orgánica a la que esas urnas han dejado desfasada.
Sin embargo, la principal contraindicación no es esa, sino el poder absoluto del que se inviste al ganador, carente de los contrapesos y equilibrios internos que han ido desapareciendo tan pronto como este sistema se implantó en el sistema de partidos español. El que gana, aunque sea por un voto, se lleva todo. El que pierde se queda sin nada. El de primarias es un sistema que crea hiperliderazgos y lamina a la oposición interna.
Desde su meritoria e incuestionable victoria del pasado 13 de junio, Juan Espadas ha tenido que gestionar ambas situaciones aparentemente contradictorias: por un lado, la bicefalia entre el poder orgánico formal y la autoridad política real surgida de la voluntad de los militantes; por el otro, ese liderazgo sin contestación. Todas las decisiones que se toman desde ese día dependen sola y exclusivamente de su voluntad.
Acaba de empezar, pero no puede decirse que en las dos semanas transcurridas desde su victoria, la gestión de esta situación, sin duda compleja y difícil, haya sido inmejorable. No hacia fuera, ya que la reunión con el presidente de la Junta se enmarca exactamente en la estrategia de oposición anunciada y comprometida durante la campaña, sino hacia dentro de su partido.
Desde la misma noche electoral, tan pronto como anunció que no volvería a optar a la secretaría general, la candidata derrotada, que se ha encerrado desde entonces en una cápsula de silencio, comenzó a ser acusada de atornillarse a su cargo orgánico. Se dio por hecho de que se resistía a irse, versión alimentada desde Ferraz –desde donde se ejerce otro poder sin contrapesos surgido de primarias- , pero no sólo desde Ferraz.
Aunque no había nada de eso, sino todo lo contrario, el equívoco duró diez días. El jueves, Juan Espadas tuvo dos reuniones. Una, discreta, con Susana Díaz; la otra, bajo los focos, con el presidente de la Junta, Juanma Moreno.
El día anterior, Espadas había comparecido ante los periodistas. La versión de que la secretaria general no quería irse ya estaba instalada, pero el candidato no dijo ni una palabra de lo que revelaría 24 horas más tarde, tras reunirse con la interesada: que había sido él quien le pidió que siguiera. Si en la reunión que mantuvieron el jueves por la mañana Susana Díaz no le exigió que desvelara la verdad, algo que sólo los dos protagonistas conocen, debería haberlo hecho.
El resultado fue el menos deseado para el candidato socialista. El día en el que puso en marcha su estrategia y cuando el protagonismo lo debería haber tenido el perfil institucional con el que quiere disputarle a Juanma Moreno el sillón de San Telmo, los focos se acabaron posando sobre el incomprensible silencio que, sobre un tema tan sensible, guardó durante sus diez primeros días como candidato socialista.
En política, el silencio se suele asociar a la prudencia y Juan Espadas pasa por ser un político prudente. En esta caso, sin embargo, su silencio ha sido, por decirlo de una manera suave, terriblemente imprudente.
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