Juan Espadas y Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, el pasado miércoles. Detras, Susana Díaz. EP

Las cosas de los políticos

Mirada periférica ·

La ministra de Hacienda aseguró el miércoles en Sevilla que el Gobierno está en «la política de las cosas», pero el acto que acababa de presidir la desmentía

Domingo, 4 de abril 2021, 01:38

Mientras los responsables políticos repiten cada vez que tienen ocasión que lo importante es centrarse en la lucha contra la pandemia, una y otra vez ... se siguen empeñando en desmentirse con sus propios actos. Las giras emprendidas para visitar cofradías en distintas provincias mientras los ciudadanos de a pie permanecen confinados perimetralmente es un ejemplo, pero no el único, del acostumbrado haz lo que digo, no lo que hago. A la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, le preguntaron el pasado miércoles en un acto institucional en Sevilla si estaba en la carrera para disputarle a Susana Díaz el liderazgo del PSOE de Andalucía y respondió con uno de esos juegos de palabras que tanto gustan a los responsables públicos. Dijo que está ocupada en la política de las cosas y no en las cosas de la política. Sin embargo, el propio acto al que había acudido, el relevo de la delegada del Gobierno en Andalucía, la desmentía.

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Andalucía es un gigante demográfico, pero su peso político en las estructuras partidarias está muy lejos de ese peso poblacional. Las direcciones nacionales se animan a hacer aquí lo que difícilmente se atreven en otros territorios. En las últimas semanas fue Pablo Casado quien lo dejó claro al moverle el suelo a Juanma Moreno, convocando congresos provinciales del PP para situar a sus afines aún a costa de abrir una crisis cuya resolución es incierta. Hasta tal punto, que el presidente de la Junta tuvo que reclamar públicamente respeto: «Las estructuras territoriales no somos un atrezzo», señaló.

Ahora ha sido Pedro Sánchez el que ha movido ficha para advertir de que va a intervenir, y de qué manera, en la renovación del liderazgo del PSOE de Andalucía. Después de la fallida moción de censura en Murcia, ha seguido jugando al ajedrez, pero esta vez en clave interna.

Cuando el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE y la líder socialista andaluza, Susana Díaz, firmaron la paz tras sus múltiples desencuentros, pactaron el nombre de la delegada del Gobierno en Andalucía, un cargo que históricamente ha tenido un perfil más institucional que político. La elegida fue la entonces senadora granadina Sandra García, persona afín a la expresidenta de la Junta.

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Susana Díaz se convirtió desde entonces en una defensora sin matices de las políticas gubernamentales ante la opinión pública aunque muchas de las decisiones adoptadas desde el gobierno de coalición colisionaran con algunas de sus más firmes convicciones. Si tuvo algún desacuerdo se limitó a expresarlo en privado.

Sin embargo, se sabía que aquel acuerdo de paz no era tal, sino un mero armisticio que se iba a romper en cuanto Ferraz considerara oportuno lanzar la ofensiva en el sur. El momento ha llegado.

La semana anterior, el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, fue convocado a Madrid. Pedro Sánchez ha deshojado la margarita y se ha decantado por el consejero de Vivienda y Ordenación del Territorio entre 2008 y 2010 para encabezar la renovación del socialismo andaluz. Entiende que su perfil es el más adecuado para enfrentar a la figura en alza de Juanma Moreno. La tesis imperante es que la carrera electoral consistirá en una contienda de moderación.

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Espadas aún no se ha pronunciado públicamente, pero esta semana desde Madrid se desataron las hostilidades. El martes, aprovechando la minicrisis provocada por la salida de Pablo Iglesias, el Consejo de Ministros aprobó el cese de Sandra García y el nombramiento en su lugar del alcalde de Baza, Pedro Fernández. La ausencia de una sola explicación que justificara este relevo fue, paradójicamente, la más contundente de las explicaciones. La destitución de García sólo se entiende en clave interna, y el propio acto de toma posesión ayudó a profundizar esa percepción.

En la ceremonia, que estuvo presidida por María Jesús Montero, Sandra García se despidió con elegancia y Pedro Fernández entró con más elegancia aún. La elegancia, sin embargo, quedó reducida a los dos protagonistas, que en realidad son actores de reparto. Entre los asistentes estuvieron el vicepresidente primero del Congreso y cabeza del antisusanismo en Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, Juan Espadas en su condición de alcalde de Sevilla y los ocho subdelegados del gobierno en las provincias andaluzas. Susana Díaz, invitada en su condición de presidenta del Grupo Parlamentario Socialista, ocupó el lugar secundario que le reservó el protocolo, pero además sufrió un ninguneo evidente por parte de varios de los presentes. Los saludos apenas alcanzaron el umbral mínimo señalado por la cortesía más elemental, y en algunos casos ni eso. Montero ni siquiera la mencionó al inicio de su discurso cuando saludó a las autoridades presentes. Si el objetivo era hacerle ver a la aún líder del PSOE andaluz que su presencia empieza a ser entendida como una rémora de otra época, nadie se preocupó en disimularlo. La guerra ha comenzado

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