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Los movimientos que Juanma Moreno ha realizado en la última semana podrían invitar a pensar que el presidente de la Junta quiere quedarse con todo. Como si a pesar de la justificada mala prensa de la política latinoamericana, el secreto e inconfesable deseo todo dirigente ... político fuera imitar al PRI mexicano, el partido que desde la indefinición ideológica y el pragmatismo absoluto fue capaz de mantenerse en el poder durante 70 años en el más poblado de los países hispanohablantes.
En la semana que acaba de terminar, el presidente de la Junta colocó a su exvicepresidente, Juan Marín, al frente del Consejo Económico y Social y recibió de Alejandro Rojas Marcos el legado de la bandera andalucista. Podría suponerse que se trata de dos movimientos en el objetivo de ensanchar a futuro la base social y política del Partido Popular de Andalucía a partir de recoger votantes huérfanos. Sería una conclusión apresurada y también injusta, porque no es Juanma Moreno la clase de político que persigue alimentarse de restos. Su ambición va mucho más allá.
El fichaje de Marín no es una maniobra para un crecimiento futuro, sino el pago de favores pasados. El dirigente naranja fue una pieza esencial, aunque no la única, de la maquinaria política montada durante la pasada legislatura en el seno de la Junta para borrar la identidad de Ciudadanos y que el gobierno de coalición apareciera a los ojos del respetable como un ejecutivo monocolor. El 'encapsulamiento', un concepto ideado por Elías Bendodo, tenía un objetivo transparente, aislar al Gobierno de las tempestades que llegaban de otras comunidades donde ambas fuerzas gobernaban juntas, y otro oculto, diluir la identidad política de Ciudadanos. En ambos, Juan Marín colaboró con entusiasmo.
Juanma Moreno recogió la cosecha en las urnas y ahora paga el favor. Si desde la cresta de la ola en la que se encuentra ha sido generoso incluso con los adversarios internos que le hicieron la vida imposible en sus horas bajas, no cabía esperar que se olvidara de quienes lo ayudaron desde fuera a llegar hasta aquí.
En favor del exlíder de Ciudadanos debe decirse que, dentro de sus escasez de convicciones, tampoco sufre de amnesia. Antes de colocarse él se ocupó de que quienes formaron parte de su equipo también encontraran acomodo. De la exconsejera Rocío Ruiz, incorporada esta semana al Consejo Audiovisual de Andalucía, no puede decirse lo mismo.
Pero si el partido que venía a regenerar la política forma parte del pasado, la bandera del andalucismo supone una parte esencial del proyecto de futuro de Juanma Moreno.
Es necesario entender en toda su dimensión el acto que el presidente protagonizó esta semana con Alejandro Rojas Marcos. No se trata de ensanchar la base de votantes del Partido Popular sumando a supuestas bolsas ocultas de votantes andalucistas que sólo pervivieron en la imaginación de quienes sostuvieron en sus años finales el proyecto trunco del PA.
A lo que aspira es a convertir al PP de Andalucía en el partido identificado con la tierra. Es decir, a situarse en el lugar que el PSOE-A ocupó durante cuatro décadas después de que en plena Transición consiguiera arrebatarle la bandera blanca y verde al entonces PSA de Rojas Marcos, mutado después en un Partido Andalucista que acabó languideciendo por falta de espacio vital.
Aquel movimiento exitoso del PSOE despertó un odio visceral en quienes sintieron que su razón de ser y el papel histórico que estaban llamados a jugar les habían sido hurtados. Una factura que, cuatro décadas después, Rojas Marcos se ha cobrado en plato frío.
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