No contaminar al Parlamento

Hace ya tiempo que la obediencia partidaria y la proliferación de argumentarios que indican a los diputados lo que deben decir en cada momento parece haberlos absuelto de la obligación de pensar por sí mismos y eso tiene una traslación directa al lenguaje. A ello se ha sumado la aparición de formaciones que tienen en la crispación un elemento fundamental de su estrategia. Bien porque saben que enardeciendo a sus potenciales seguidores pueden ganar más votos, bien porque hay líderes que necesitan señalar como traidores a los disidentes internos y para ello necesitan que se respire ambiente bélico.

Es difícil acabar con la cultura del pensamiento gregario que se ha acabado imponiendo en las organizaciones políticas, donde proliferan los dirigentes que actúan como si su obligación no fuera aportar, sino mostrar conformidad con lo que ya ha dicho el de más arriba. Pero lo que sí se puede hacer es evitar que esta pobreza de pensamiento se acabe traduciendo en un envilecimiento de la vida parlamentaria.

Aunque en las últimas semanas ha habido algún episodio preocupante -que fue cortado de cuajo por el presidente del Parlamento, Jesús Aguirre-, Andalucía se mantiene de momento al margen de las malas formas que se pueden ver en el Congreso de los Diputados. La convivencia, la educación y el respeto a las formas de pensar diferente, aunque se encuentren en las antípodas de lo que cada uno considere razonable, son fronteras que no se deben traspasar. Que Andalucía no haya seguido el sendero marcado desde Madrid debería ser motivo de orgullo. Y evitar que lo haga en el futuro, una obligación de todos. Eso también es andalucismo, patriotismo, responsabilidad democrática o como cada uno quiera llamarlo.