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No es difícil imaginar a Santiago Abascal sentado el pasado jueves frente al televisor, caja de palomitas en mano, mientras Teodoro García Egea e Isabel ... Díaz Ayuso se sacaban la piel a jirones en riguroso directo y en horario de máxima audiencia. A esa hora, el presidente de la Junta, Juanma Moreno, inauguraba un centro de salud en El Puerto de Santa Maria y se refería veladamente a la crisis: «No me interesa ningún ruido ni nada ajeno a mi tierra».
Esa postura dio pie a que desde los grupos de la oposición se lo acusara de estar desaparecido por no pronunciarse. «Ya no sabe si es de mamá o de papá, de Casado o de Ayuso, o dónde queda en medio de este lío» comentó no sin cierta sorna el secretario general del PSOE de Andalucía, Juan Espadas.
Pero en el combate suicida en el que se han enfrascado la dirección nacional del PP y la presidenta de la Comunidad de Madrid, el presidente andaluz no tiene nada que hacer. Y aunque podría haber optado por una postura más activa, como la del presidente gallego, Alberto Núñez Feijoó, su silencio y posterior apelación al diálogo pueden interpretarse al mismo tiempo como una censura implícita a ambos dirigentes fraticidas y una declaración de intenciones bastante coherente con la tesis del encapsulamiento que se viene manteniendo desde la Junta aún desde mucho antes de que este conflicto estallara. El estilo de Moreno se parece al de Ayuso como un higo a una castaña, pero no debe sorprender que el presidente andaluz no haya salido a respaldar a la dirección nacional. Es la misma que apenas unos meses atrás se empleó con entusiasmo en incendiar todos los congresos provinciales del PP de Andalucía para debilitar la posición del presidente de la Junta
La nueva generación de dirigentes que ha sucedido a Mariano Rajoy y su equipo al frente del Partido Popular ha convertido a sus antecesores en estadistas de la altura de Churchill o Adenauer. Es imposible concebir líderes más fatuos, con menor talento estratégico, más escasa capacidad de liderazgo y mayor irresponsabilidad a la hora de tomar decisiones que quienes ocupan las plantas nobles de Génova 13. Es lógico que Moreno no se comprometiera en su defensa y que la mayoría de los dirigentes andaluces, con muy escasas excepciones, optaran por el silencio. No debe descartarse que vean en Ayuso a una líder igual de trivial e irresponsable, aunque en favor de la presidenta madrileña quizás reconozcan, además del apoyo popular refrendado en las urnas, un sentido del oportunismo táctico que invita a descubrirse. Convertir un caso de presunto nepotismo en el manejo de fondos públicos en plena pandemia en un debate sobre si fue o no investigada por su propio partido demuestra un talento para la política de regate corto, de ella o de sus asesores, al alcance de muy pocos. Sobre la escasez de escrúpulos en política, que esta historia también va de eso, ya hablaremos otro día.
No es la primera vez que Juanma Moreno se lleva un mal rato con las peleas de los ex colegas de Nuevas Generaciones convertidos prematuramente en dirigentes con altas responsabilidades. Ya sucedió en el congreso del Partido Popular de Andalucía, celebrado en Granada el pasado noviembre, cuando Casado y Ayuso consideraron que era el lugar adecuado para intercambiar puyas y centrar en sus diferencias toda la atención.
Si en aquella ocasión Moreno no dudó en exteriorizar su enfado porque eligieran el congreso del PP como ring de su pelea de gallitos, no es difícil adivinar hasta dónde puede llegar el malestar ahora, cuando la agenda política española ya señala a Andalucía como escenario de las próximas elecciones.
Hasta el jueves por la mañana, Juanma Moreno y los suyos ya tenían suficiente con timonear la situación en la que el Partido Popular había quedado tras las elecciones celebradas de forma adelantada en Castilla y León en una decisión absurda, una más, adoptada por la dirección nacional, que en su enésimo error de cálculo prefirió acabar, obnubilado por el sueño de una mayoría absoluta, con un apacible gobierno con Ciudadanos para cambiarlo por un escenario en el que la hipótesis más probable es el polvorín de un ejecutivo compartido con Vox.
Ante esta situación, el Gobierno andaluz ha optado por reafirmarse en una estrategia que ya se venía aplicando y que está basada en tres ejes: El primero es encapsularse, una palabra que cada día gusta más en el Palacio de San Telmo y que se viene aplicando desde que el PP de Andalucía y los responsables andaluces de Ciudadanos decidieron marcar distancia con la crisis política nacional que siguió a la fallida moción de censura en Murcia.
Uno de los acuerdos en los que se tradujo este pacto fue blindar a Andalucía de la operación impulsada desde el despacho de Teodoro García Egea para sangrar a Ciudadanos y engordar al PP con la captación de cuadros y dirigentes naranjas. Pero el principal fue no entrar en polémicas externas que pudieran afectar al entendimiento entre los socios de gobierno. Así fue como la onda expansiva que siguió a la ruptura entre ambos partidos en Murcia, Madrid y después en Castilla y León, no cruzó Despeñaperros. Es posible que este aislamiento concebido para mantenerse al margen del distanciamiento entre Casado e Inés Arrimadas funcione también como aislante de la crisis interna del PP.
El segundo eje es el manejo del calendario electoral y el discurso de que no habrá adelanto salvo que sea forzado por circunstancias externas y no deseadas. Quizás en el entorno del presidente se han arrepentido de no haber convocado en noviembre, cuando se rechazó al proyecto de Presupuestos y el discurso de la pinza, que desgasta a partes iguales a Vox y al PSOE, podía tener un fundamento sólido. Pero después de aquello el Gobierno consiguió aprobar leyes con apoyos a izquierda y derecha y el argumento de la pinza perdió sustento.
El resultado de Castilla y León puede debilitar a la marca del PP, pese a haber ganado las elecciones, si finalmente se alcanza un pacto con Vox. Más allá de las etiquetas, que injustificadamente pueden situar a ambos partidos en parámetros ideológicos similares, habrá desgaste si los populares se ven en la situación de gobernar con una formación que coquetea con el negacionismo pandémico, rechaza cualquier atisbo de restricción para proteger la salud aún en los contextos más graves, desconfía de las vacunas, se niega a aceptar que existe un problema específico llamado violencia de género, ve conspiraciones de poderes ocultos en las directrices europeas, se niega a adoptar medidas contra el cambio climático y lleva en su programa en fin del Estado de las Autonomías. Ese panorama, unido a la ruptura entre Casado y Ayuso de incalculables consecuencias, aconseja al PP alejar lo más posible la convocatoria electoral con la esperanza de que el escenario mejore.
El tercer eje es el encumbramiento personal del presidente. Los estudios demoscópicos ya indicaban antes del impresentable escándalo montado en Madrid que la figura de Juanma Moreno estaba mejor valorada que la de su partido. Ya se planteaba una estrategia centrada en la imagen del presidente semejante a la que tan buenos resultados dio a Núñez Feijoó en Galicia. Después de los últimos acontecimientos nadie duda de que hay más motivos para poner la marca Juanma por encima de la del PP, quizás tan encima que acabe tapándola. Y con esa estrategia se afrontará el tiempo que quede hasta las elecciones.
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