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Desde el Partido Popular les reclaman que no atosiguen a los letrados de la Cámara con sus peleas internas y Teresa Rodríguez, expulsada el año pasado tras otro conflicto fraticida, se pasea luciendo sonrisa por los patios del Parlamento. Mientras tanto, la izquierda alternativa andaluza ... se desangra en su enésimo conflicto tan fácil de explicar desde la lógica de los partidos como difícil de entender para sus seguramente azorados electores.
Los miembros de la coalición Por Andalucía -que en las pasadas elecciones cosechó para el espacio político a la izquierda del PSOE el resultado más modesto en la historia de la autonomía- se enfrentan estos días en otra batalla de la interminable guerra intestina que amenaza con seguir corroyendo su ya modestísimo respaldo electoral sin que sus dirigentes parezcan advertirlo.
Apartados en la anterior legislatura los Anticapitalistas de Teresa Rodríguez, la nueva batalla encuentra inesperadamente juntos a Izquierda Unida y Más País y a ambos enfrentados con Podemos. En la anterior ocasión, cuando el conflicto enfrentó a los Anticapitalistas contra Podemos e Izquierda Unida, 11 parlamentarios quedaron a un lado de la línea de fuego y seis, del otro; aunque ganaron estos últimos. Ahora, el enfrentamiento es en el seno de un testimonial grupo parlamentario de cinco diputados. Tres contra dos. Las cifras hablan por sí solas y parecen confirmar la célebre cita de Carlos Marx: «La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa».
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El enfrentamiento que ha estallado estos días, se viene gestando desde la misma noche en que los tres grupos implicados y otros tres de menor relevancia presentaron sobre la bocina la coalición Por Andalucía para concurrir a las elecciones autonómicas. El sainete de aquel acuerdo firmado sobre la hora ya permitía vaticinar, sin necesidad de contar con grandes aptitudes para el análisis político, que con cimientos tan débiles la coalición se tambalearía más temprano que tarde. Pero ni el más pesimista fue capaz de adelantar que el tinglado se vendría abajo antes de que comenzara el periodo ordinario de sesiones.
El desencadenante ha sido la destitución, aunque los implicados han buscado palabras más elegantes para intentar explicar lo sucedido, de la diputada granadina Alejandra Durán (Podemos) como represente de Por Andalucía en la Mesa del Parlamento.
Días antes, en el grupo de wassap que comparten los miembros de ese órgano de gobierno de la Cámara, el presidente, Jesús Aguirre, colgó un escrito presentado por la portavoz de Por Andalucía, Inmaculada Nieto (Izquierda Unida), que informaba del nombramiento de Esperanza Gómez (Más País) como portavoz adjunta del grupo. Durán, mostró su sorpresa sin complejos. Comunicó a los miembros del resto de los partidos que era la primera noticia que tenía de la decisión que habían tomado sus compañeros de coalición. Al celebrarse la reunión en la que la Mesa debía tomar nota del nombramiento, Durán retiró el escrito.
En Podemos se recuerda que el nombramiento de Gómez como portavoz adjunta no estaba incluida en el acuerdo y desde el otro lado se argumenta que la decisión se tomó en los órganos internos de la coalición, a cuyas reuniones Podemos lleva tiempo sin asistir. Al igual que sucedió en el conflicto de la legislatura anterior, los grupos de la izquierda no solamente exhibieron sus diferencias delante de sus rivales políticos, el resto de los grupos del Parlamento, sino que situaron a estos como árbitros de a contienda.
En la siguiente reunión, la Mesa tuvo que decidir si daba por bueno el siguiente movimiento impulsado por la portavoz del grupo: la destitución de Durán como miembro de ese órgano, por falta de confianza, y su reemplazo por Esperanza Gómez. En apenas unos días, la representante de Más País pasó a ser portavoz adjunta y miembro de la Mesa del Parlamento.
Tanto en Podemos como en Izquierda Unida no tienen reparos en interpretar las intenciones de sus rivales internos. En la formación morada aseguran que IU ha abierto este conflicto para intentar controlar los recursos financieros de grupo, habida cuenta de su delicada situación económica. En Izquierda Unida sostienen que Podemos está empeñado en marcar un perfil propio para colocarse en una situación de fuerza en las negociaciones que se avecinan para la batalla de las municipales y, posteriormente, condicionar el proyecto de Yolanda Díaz.
Uno de los problemas de fondo es que ambas formaciones se consideran hegemónicas dentro del espacio de la izquierda en Andalucía. Como no se atrevieron a medir fuerzas en las urnas en las autonómicas y optaron por una unidad forzada que no dio los resultados esperados, el conflicto ha persistido. En las municipales se juegan algo muy parecido a la supervivencia y está por ver si se atreverán entonces a dirimir sus diferencias acudiendo cada uno por su lado.
Mientras tanto, la batalla promete seguir en el Parlamento de Andalucía, donde Podemos es mayoría en el grupo -tiene tres diputados frente a una de Izquierda Unida y otra de Más País-, aunque su situación es de extrema debilidad.
Cuando la coalición presentó su candidatura a las elecciones autonómicas tras una guerra de nervios exasperante a la que la sometió la dirección nacional de Podemos y se alcanzó un acuerdo sobre la hora que desde Izquierda Unida se definió muy gráficamente como un 'trágala', sus representantes no llegaron a tiempo a presentar los papeles. Por ello, sus tres diputados figuran como independientes y la formación morada no es formalmente parte de la coalición.
Reglamentariamente podrían ser expulsados del grupo, como ya sucedió en la anterior legislatura con los Anticapitalistas, y perderían todos sus derechos. Ni siquiera podrían ir al Grupo Mixto, donde ya está Adelante Andalucía -la formación de Teresa Rodríguez- y pasarían a ser no adscritos, lo que los llevaría a la invisibilidad.
Por ese motivo, y también porque continuar con la guerra sería letal para sus intereses electorales, ambas partes parecen condenadas a entenderse. Pero quizás no sea prudente subestimar la capacidad destructora del cainismo que parece haber arraigado con fuerza en el espacio político de la izquierda.
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