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«Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes». No es verdad que Albert Einstein pronunciara esta frase que repetidamente se le atribuye. Es un razonamiento tan de Perogrullo que para acuñarla no es necesario ser un genio. Sin embargo, ... en los últimos días estamos asistiendo a una repetición de conductas que llevaron a quienes las practicaron a unos resultados desastrosos que no cabe más que preguntarse cuán lejos de la genialidad se encuentran algunos diseñadores de estrategias políticas.
No es que sea necesario tener una memoria de elefante para recordar la campaña electoral previa a las elecciones municipales del 28 de mayo, cuando el conjunto de la izquierda, y especialmente el Partido Socialista a través del Gobierno, situó la polémica de Doñana en el centro de su mensaje político.
Era de esperar, después de lo que pasó en el conjunto de Andalucía -y especialmente en Huelva, la provincia más directamente interpelada, en cuya Diputación el PSOE perdió una mayoría absoluta que conservaba desde 1979-, si no un cambio de estrategia al menos cierta matización.
Sin embargo, así como hubo continuidad con el salto de una campaña electoral a otra también ha habido perseverancia en los mensajes, como si la precipitación en la nueva convocatoria no hubiese dado tiempo a una mínima reflexión sobre el resultado del 28 de mayo.
No es algo que en este caso pueda achacarse a la dirección del PSOE de Andalucía, porque la estrategia, como la conformación de las listas electorales, se impone desde Ferraz (y Moncloa) con la inexorabilidad de los hechos consumados.
Es curioso asistir a la metamorfosis interna que han experimentado en los últimos años los dos grandes partidos. En el PSOE, las baronías territoriales que servían de contrapeso al poder de la dirección federal han mostrado su impotencia ante la mano de hierro con que se toman las decisiones. Es posible que el cambio en los estatutos impulsado por Pedro Sánchez, que dio poder omnímodo al ganador de las primarias, sea el principal factor que permita entender la lógica jacobina que rige de un tiempo a esta parte.
Pero también es evidente que en los partidos no hay poder interno sin poder institucional. Entre las múltiples facturas que el PSOE de Andalucía está pagando por perder la Junta, una de las más dolorosas es que hasta las políticas que se aplican en el territorio llegan empaquetadas desde Madrid, como si esto fuera una franquicia. Por eso, puestos a imponer ministros y exministros en las listas andaluzas, lo más justo hubiera sido que Teresa Ribera, con su discurso incendiario sobre Doñana, en lugar de ir como número dos por Madrid se colocara como cabeza de lista por Huelva. Ya puestos a tragar sapos, los socialistas andaluces podrían haber reclamado que la vicepresidenta pagara en carne propia las consecuencias de sus intervenciones.
Para completar la paradoja, el antiguamente centralista Partido Popular que Aznar controlaba con mano férrea se ha transformado en una formación de baronías. Aquí también vale el criterio de que no hay poder interno sin poder institucional, y Núñez Feijóo aún no lo tiene.
Doñana presentada como una lucha entre buenos y malos no es la única piedra con la que el PSOE y el conjunto de la izquierda parecen empeñados en tropezar varias veces. También el argumento de que viene la extrema derecha, que tan buenos resultados dio (a Juanma Moreno) en las autonómicas del año pasado se vuelve a presentar como el gran argumento de la izquierda.
No se entiende. Porque puede gustar mucho o poco que en España suceda lo que no pasa en Francia o en Alemania, pero Vox ha conseguido su normalización y a pesar de Juan García-Gallardo no asusta a una mayoría. En todo caso, como se vio en Andalucía hace un año y en Madrid dos semanas atrás, los resquemores hacia el partido de Abascal sirven más para reforzar el voto al PP que para movilizar el de la izquierda.
Para esto último quizás hubiese sido más productivo aprender de la frase apócrifa de Einstein o de la que acertadamente se atribuye a Marx. «La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa».
En esta ocasión se han invertido los términos, porque es posible que a la farsa de la construcción de Sumar le siga una tragedia electoral. Lo único evidente es que la izquierda no aprendió la lección andaluza.
Hace apenas un año, los partidos de ese espacio político apuraron hasta último momento para presentar la coalición (con los resultados conocidos) y ahora han vuelto a hacer lo mismo. Eso no sería tan grave para sus intereses si todo el proceso previo no hubiera estado precedido, como entonces, de descalificaciones y acusaciones a aquellos con los que se negociaba, una práctica en la que Pablo Iglesias y los suyos destacaron con su discurso a la vez victimista y épico que reclama la exclusividad de no sabe bien qué.
La estrategia no podría ser más absurda. Primero se insulta y se acusa de traición y deslealtad a todo lo que se mueve alrededor,y después se firma a regañadientes un acuerdo electoral con los supuestos traidores y desleales. Se miran a sí mismos y están encantadísimos de conocerse. Creen tener la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta, pero han olvidado lo principal: la política no se hace ganándose el favor de los convencidos, sino seduciendo a quienes, cada día con más motivos, los miran con creciente indiferencia y lejanía.
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