El problema de las encuestas que no aciertan no es que lleven a desconfiar de las ciencias sociales, como les gustaría a quienes estarían más a gusto viviendo en la Edad Media, sino que ponen más difícil llegar a hacer un balance más o menos ... acertado del dictamen de las urnas. En la política suele haber tanta razón como emoción –y a veces más de la segunda que de la primera- y gestionar las expectativas requiere de algo que no todos los políticos son capaces de hacer: dejar las emociones de lado.
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Eso es algo que vale tanto para quienes celebraron prematuramente la cancelación definitiva del antagonista al que fabricaron como el mayor villano de la historia democrática de España como para quienes se veían camino del cementerio y de golpe se encontraron saliendo de la UCI.
La noche electoral y la larga semana que la siguió trajo al panorama político andaluz un clásico habitual en otras geografías pero que por aquí no se recordaba: el balance en el que todos se consideran ganadores. El PP de Andalucía ganó sus terceras elecciones consecutivas, fue el único partido que subió en escaños en relación con las elecciones de 2019 y aportó más diputados y más diferencia sobre los socialistas que ninguna otra organización territorial.
El PSOE retrocedió en escaños con respecto a 2019, pero las expectativas desastrosas de las encuestas que no se confirmaron, la comparación con las elecciones autonómicas del año pasado y la probable supervivencia política de Pedro Sánchez dieron lugar a unas escenas de euforia –genuina, no impostada- la noche del 23-J que enseñaron qué tan necesitados estaban los socialistas andaluces de una alegría por pequeña que fuera.
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En Vox tendrían motivos para no mirar sus resultados andaluces con desazón, pero allí no se permite desagregar análisis por comunidad autónoma, y mucho menos sacar conclusiones políticas de las mismas,
Sumar también tiene en Andalucía algún motivo para la celebración. En un panorama general de retroceso, disimulado en la mayoría de los análisis, consigue los mismos escaños que Unidas Podemos cuatro años antes, lo que fortalece a Izquierda Unida dentro de la coalición dado el peso de esa formación en esta comunidad autónoma. Además, el rotundo fracaso de Adelante Andalucía clarifica el panorama de la izquierda, lo que no es un dato menor mirando al futuro.
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Uno de los grandes debates que han seguido a las elecciones es por qué Núñez Feijóo no pudo replicar a escala nacional el resultado obtenido hace un año por Juanma Moreno en un territorio históricamente tan poco afecto al PP como es Andalucía. Por qué, como dijo con recochineo la socialista Ángeles Férriz, al candidato del PP le salió un Arenas cuando lo que quería era hacer un Moreno.
Parte de la explicación la dio el propio Juanma Moreno el pasado jueves en el Parlamento cuando señaló a Vox como movilizador del electorado de izquierdas. El presidente apuntó al discurso del partido de Abascal en relación con Cataluña, con la violencia machista –el voto femenino es motivo de análisis estos días- o con los homosexuales como disparadores de apoyo a Sánchez.
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Lo que no ensayó Moreno fue una explicación de por qué ese mismo discurso de Vox, que es el mismo que hace un año, sirvió entonces para llevar votos a su candidatura autonómica y ahora no lo hecho en la dirección de Núñez Feijóo, sino hacia Pedro Sánchez. Pero la respuesta estaba implícita. Durante toda la campaña no se escuchó al líder de su partido hablar con la claridad –ni con palabras, ni con los hechos en la negociación de los gobiernos autonómicos y municipales- con la que él lo hizo este jueves en el Parlamento.
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