Ana María Ruiz, parlamentaria autonómica de Vox. Sur
Política andaluza

Alivio

Mirada periférica ·

En el PP de Andalucía celebran que las circunstancias históricas no los empujaran a gobernar con quienes ven una conspiración universal ante cada problema

Ni los precios de las viviendas, ni la precariedad laboral, ni la necesidad de invertir más años en formarse para afrontar un mundo cada día más competitivo, ni las dificultades para conciliar, ni los salarios de subsistencia (y a veces ni eso). La baja tasa ... de natalidad que padece este país es producto de «la influencia de los transgresores, de la agenda 2030 y de los lobbies del feminismo impostado y del colectivo LGTBI». Esta argumentación fue expuesta esta semana desde la tribuna del Parlamento de Andalucía por la diputada de Vox por Sevilla Ana María Ruiz en la defensa de una interpelación en materia de familia presentada por su grupo.

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No por pintoresco el argumento es original ni extraño a la manera en que Vox aborda los problemas reales que tiene este país. La fórmula es ignorar las causas y enfrentar los síntomas como expresiones de una conspiración que bien podría haber sido urdida por un malvado de película de James Bond. Lo mismo vale para el cambio climático (que en realidad no existe, sino que esconde una conspiración para acabar con la vida rural y obligarnos a importar productos agrícolas de terceros países), la brecha salarial (invento del lobby feminista), la violencia de género (ídem), la discriminación que aún hoy sufren gays o transexuales (otros lobbies que conspiran) o la peligrosidad de una pandemia que sólo se podía combatir con vacunas y aislamiento social (la gran conspiración global).

Estas posturas, por extravagantes que parezcan y aunque muy minoritarias en la sociedad, no sólo han superado el examen de las urnas. A diferencia de lo que sucede en otros países de Europa –no en todos- con formaciones de su mismo espacio ideológico, Vox ha conseguido algo que hace un tiempo parecía difícil: su normalización. Sus posiciones, por más excéntricas que pudieran parecer algunos años atrás, ya forman parte del paisaje político español. Han sido admitidas como legítimas aunque una gran mayoría no las comparta. Posiblemente ello forme parte de la lógica de bloques con la que opera la política española desde que se acabó el bipartidismo y que empuja (no obliga) a unos y a otros a buscar aliados incómodos e indeseados.

Es difícil saber si todo el voto de Vox, en el que existe un gran componente emocional como en cualquier otro voto, responde a personas que razonan así frente a los problemas. Pero lo que no admite dudas es la dificultad que supone para quienes tienen que ejercer la gestión diaria de unas instituciones compartirla con responsables políticos que ven la realidad a través de las gafas de una conspiración universal. ¿Cómo afrontar el problema de la financiación autonómica con un socio que lo que quiere es que desaparezca el estado de las autonomías? ¿Qué margen de acción tendrán esos gobiernos si sobreviene otra pandemia o si la tozuda realidad –sequía mediante- obliga a adoptar respuestas más drásticas frente al cambio climático?

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En el PP de Andalucía respiran en estos días con alivio por no encontrarse en la situación de sus compañeros extremeños, murcianos o baleares. Entienden que las circunstancias históricas los favorecieron en 2018, cuando el vuelco electoral que quitó la mayoría a la izquierda cogió a un Vox recién nacido sin voluntad de entrar en el gobierno, y que aquellos primeros años de gestión en la Junta permitieron consolidar un proyecto político que después arrasó en las urnas. Un componente fundamental de ese proyecto fue asumir en su discurso como propias algunas de las banderas que históricamente habían sido defendidas en solitario por la izquierda, que Vox considera inaceptables y que ahora forman parte de un amplio consenso social.

Aunque ya es imposible de comprobar, aseguran que Juanma Moreno estaba decidido a ir a la repetición electoral antes de dar entrada en el gobierno al partido de Abascal. La duda es si ese modelo autónomo y centrista tendrá fuerza para alcanzar escala nacional o quedará reducido a un oasis en la mayor comunidad autónoma del país.

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