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«Al final siempre no apañamos». Maribel interrumpe la conversación que mantiene en impecable inglés en plena Main Street, la principal arteria comercial de Gibraltar, con una amiga irlandesa afincada en la colonia, para responder a las preguntas de este periódico con perfecto acento andaluz. No sabe en qué va a cambiar su vida a partir de esta fin de semana, una vez consumada la desconexión del Reino Unido de Europa. Su sentimiento, como aparentemente el de todos los gibraltareños, es al mismo tiempo de incertidumbre y confianza. No sabe exactamente qué es lo que va a pasar, pero está convencida de que lo que suceda no será malo del todo.
Los gibraltareños recurren a su experiencia histórica para mirar el futuro sin temor. En su memoria colectiva hay dos acontecimientos que recuerdan traumáticos. En los dos, aseguran, salieron adelante. Uno fue el cierre de la verja ordenado por Franco en 1969; el otro, más reciente, la crisis diplomática de 2013, cuando unos bloques de hormigón lanzados al mar que obstaculizaban el trabajo de los pescadores españoles provocó un agrio desencuentro entre ambos gobiernos que se tradujo en colas interminables en la frontera. José Manuel García Maragallo, en aquel momento ministro de Exteriores del Gobierno de Mariano Rajoy, es desde entonces para los gibraltareños la viva expresión del mal. Aún recurren a él a la hora de buscar un ejemplo de lo que consideran continuos agravios diplomáticos contra la colonia.
«Espero que ahora con el 'Brexit' no pase lo mismo, porque en aquel momento España se pegó un tiro en el pie; quienes más se perjudicaron con los controles en la frontera fueron los que vienen a trabajar desde La Línea, yo tardo cinco minutos en volver a mi casa cuando termino mi jornada», asegura un taxista que parece conocerse al dedillo todos los tratados internacionales desde el siglo XVIII hasta la fecha. «Aquí estamos obligados a entender de política», se justifica antes de recordar que la británica es la democracia más antigua de Europa.
El taxista, que desconfía al igual que la mayoría de sus vecinos de los medios españoles y no quiere fotos ni tampoco dar su nombre, asegura que en el referéndum los gibraltareños optaron mayoritariamente por quedarse en la Unión Europa (un 96%) «porque votaron con la cabeza y no con el corazón, pero ahora el resultado sería distinto porque España no hace otra cosa que amenazarnos», asegura.
Incluso va más allá. Sostiene que el Reino Unido ha señalado un camino que pronto seguirán otros países de la Unión que no quieren seguir cediendo soberanía a Bruselas «y menos todavía a una Europa dirigida por Alemania y que es un coladero de inmigración ilegal» .
Cuando vuelve al terreno más cercano, asegura que cada vez que se desencadena un conflicto entre España y el Reino Unido por Gibraltar, la colonia sale fortalecida y eso es lo que volverá a suceder si después del 'Brexit' se opta por aislarla. Wilfred, otro de los taxistas, remata con marcado acento gaditano. «No nos va a pasar nada malo porque a nosotros nos protege el gobierno británico, por algo semos ingleses».
Alex Cotton, que comparte profesión y opiniones, los secunda. «Antes aquí apenas había lugares donde ir a comer y todos cruzábamos la frontera para ir a España. Con el conflicto de 2013, como nadie quería hacer las colas, la gente empezó a quedarse y abrieron bares y restaurantes. Ahora casi no salimos y gastamos nuestro dinero aquí, salimos ganando» asegura mientras señala las terrazas repletas en Casemates Square, centro neurálgico de la colonia y escenario habitual de las concentraciones de orgullo británico con las que los 'llanitos' celebran cada 10 de septiembre su 'National Day'.
Si la revolución gastronómica gibraltareña es uno de los legados más notables de la crisis de 2013, el cierre de la verja de 1969 tuvo una consecuencia de mayor calado social, según recuerda Hilda a sus aún lúcidos 92 años. «Nos quedamos sin trabajadores españoles y las mujeres tuvimos que salir a trabajar; desde entonces no hemos parado», explica con una sonrisa. La anciana asegura que hace diez años que no pisa territorio español aunque vuela desde Gibraltar para ver a su hija en Londres una vez al mes.
Maribel, hija de un gibraltareño y una linense que se estableció en la colonia a los 15 años, guarda un recuerdo más traumático de los años del aislamiento. «A mi madre le comunicaron que mi abuela estaba muy enferma en La Línea y quiso ir a verla. En aquella época había que ir en barco a Marruecos y de ahí en otro barco a Algeciras. Se tardaba más de un día. Cuando llegó, mi abuela ya había muerto. Mi madre nunca lo perdonó».
Con los años de las crisis diplomática aún frescos en la memoria colectiva, los gibraltareños miran al futuro próximo con más incertidumbre que temor. Saben, además, que habrá un periodo transitorio de un año en el que los cambios se aplicarán gradualmente.
Peter, otro taxista que se suma a la conversación, lo dice con claridad meridiana. «Si España usa el 'Brexit' como excusa para poner controles en la frontera, quienes se van a perjudicar son los españoles que vienen a trabajar aquí, no nosotros», asegura, Para sostener su argumento, recuerda que Gibraltar es autónomo en los suministros básicos –«Cada vez que escucho que nos van a cortar la luz y el agua me entra la risa», dice– y que el combustible y la mayor parte de los alimentos llegan por vía marítima.
La confianza desmedida, sin embargo, parece exagerada. Uno de los polos de empleo más importantes de los últimos años en Gibraltar son las centrales de las casas de apuestas que operan en toda Europa. «Hay mucha gente trabajando ahí», reconoce Linda, a punto de entrar a una gran superficie para hacer la compra del día. Los gibraltareños han asumido que cuando se produzca la desconexión estas empresas se acabarán marchando. La isla de Malta es la mejor posicionada para coger el relevo.
Otra de las fuentes de preocupación son los convenios que el gobierno gibraltareño tiene firmados con hospitales privados españoles de la zona para especialidades que no se atienden en la sanidad pública de la colonia. La incertidumbre sobre lo que pueda suceder ha hecho que la renovación de esos convenios se encuentre ahora mismo paralizada.
Otro foco de preocupación está en el precio de la comida. Si la frontera pierda fluidez, los alimentos procedentes de España se encarecerán. Los habitantes de la colonia tienen asumido que la desconexión de Europa supondrá tener que pagar más para llenar la nevera.
El supermercado Morrisons se ha convertido en el gran centro comercial de Gibraltar. Su aparcamiento, en un lunes por la mañana, es un incesante desfile de clientes con las bolsas llenas. No obstante, Linda reconoce: «La gran duda que tenemos es qué va a pasar con el precio de la comida, porque aquí es más cara. Cuando voy al Mercadona del lado español vuelvo con siete bolsas; en el Morrisons apenas lleno dos», confiesa.
Un vistazo a los precios en el hipermercado, especialmente al de los productos frescos, avisan anticipadamente de lo que puede esperarle a los gibraltareños si la salida de la Unión Europea les llega a suponer algún obstáculo a la hora de entrar a la colonia con alimentos españoles. Un kilo de clementinas se vende a 2,40 libras (2,83 euros); las manzanas, a 40 peniques (72 céntimos de euros) por unidad.
Estos precios explican por qué llenar la canasta de la compra es, de momento, el nubarrón más importante que los gibraltareños ven en el horizonte tras el 'brexit'. Con esa salvedad, todo lo que hay es confianza en el futuro. Lynn, que reconoce que lloró con el resultado del 'Brexit', resume en pocas palabras lo que espera del futuro. «Esto será un paso más en nuestra historia. Al final -dice- siempre sobrevivimos».
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