Retos para la sostenibilidad de Andalucía

Desde lo que se denominó como gobierno preautonómico, ya se asumía por donde iban las bases sobre las que se redactaría el Informe Brundtland y la definición del nuevo concepto que iba a surgir, el desarrollo sostenible. Aquel prematuro pregobierno, desperdigado por todas las provincias andaluzas, empezó a tomar iniciativas que estaban dentro de las coordenadas que el Club de Roma había trazado para lo que se llamó la Zozobra del Milenio.

Gracias al posterior apoyo de los fondos europeos, y bajo aquellas premisas, el avance de nuestra tierra fue acelerado. La proliferación de grandes obras de infraestructura y la apuesta por vertebrar el territorio. Para ello, se dotó de incentivos para evitar el divorcio entre el mundo rural, que ya se aquejaba por el despoblamiento, y el urbano que crecía a golpe de construir polígonos de viviendas sin los mínimos servicios y condiciones ambientales. La red andaluza de espacios protegidos es el mejor ejemplo de aquella apuesta, ya que perseguía, por encima incluso de la justificada conservación de la naturaleza, que aquellos territorios mantuvieran su población, que la renta per capita de sus pobladores no siguiera desplomándose y que el desempleo no siguiera siendo su principal estigma. Si bien estos objetivos para el desarrollo sostenible de las áreas protegidas aun están lejos de alcanzarse, esta red si ha servido para consolidar un conjunto de espacios de vital importancia para el futuro.

Por otro lado el crecimiento de las grandes urbes, en especial del litoral, ha progresado en un sentido inverso a los criterios básicos de la sostenibilidad. A punto de alcanzar los nueve millones de habitantes, la mitad de la población de Andalucía se concentra en poco más de una veintena de ciudades. Las ciudades se han convertido por su intensa actividad y por la forma de metabolismo interno en el ecosistema diana para el desarrollo sostenible en este siglo.

Las naciones unidas fijaron diecisiete objetivos para alcanzar un desarrollo sostenible en el 2030. Estos objetivos se pulsan mediante indicadores concretos a nivel global, nacional, regional y local. El Informe de 2024 sobre el grado de cumplimiento mundial de las ODS es poco halagüeño en cuanto a que se alcancen en tan solo cinco años. En promedio, solo el 16 % de las metas de los ODS están en vías de alcanzarse para 2030, y el resto muestra un progreso limitado o un retroceso. Por su parte España ha avanzado en los últimos años en el cumplimiento de los ODS, mejorando su puntuación global y situándose en la posición decimocuarta en el ranking mundial.

Pero aún le quedan grandes retos, como la lucha contra el cambio climático, la lucha contra la desertificación y la degradación de las tierras, afianzar el consumo responsable y promover la agricultura sostenible.

Ya en el informe 17x17 del Observatorio de la sostenibilidad se situaba a Andalucía en el grupo de cola en cuanto a cumplimiento de los ODS, sólo destacaba en positivo por la preservación de los ecosistemas terrestres. Sin embargo, en dicho examen suspendemos en materias básicas como nutrición, sanidad, educación, trabajo, desigualdad, economía circular y áreas urbanas. En suma en las claves de la sociedad del bienestar.

Un análisis más reciente de las cien ciudades españolas más importantes incorpora a aquella veintena de urbes andaluzas que concentran casi la mitad de la población. Tres de cada cuatro están por debajo de la media nacional y cuatro ocupan los últimos puestos, De dicho informe es de donde se deben deducir los grandes retos que tenemos para alcanzar unos índices adecuados de sostenibilidad.

La necesidad de actuar con urgencia y coherencia se hace aun mayor cuando se observan que sobrevienen dos factores de alta potencia. Si ya de por sí es preocupante la incertidumbre sembrada por una regionalización reaccionaria, no lo es menos la incidencia del cambio climático, que nos sitúa como una zona crítica del calentamiento global.

Sus efectos acrecentarán el proceso de erosión y desertificación, así como aumentará las temperaturas en las ciudades que, según algunos estudios, la harán inhabitables a mediados de siglo. La anquilosada planificación urbanística y la falta de programas efectivos de verdificación hacen más difícil la adaptación a tan nocivas complicaciones.

La sostenibilidad, en este mundo globalizado y precipitado ya no es una meta, sino un sendero en el que al avanzar nos aparecen nuevos horizontes por descubrir. El camino tiene una sola dirección, pero múltiples rotondas de incertidumbres que hacen dudar del sentido correcto, que desorientan del punto cardinal a seguir, la sostenibilidad.