La salud de una población está relacionada en general con una serie de condicionantes económicos, de hábitos de vida y culturales que son los que ... definen cuánto y cómo se vive en un determinado sitio. Pero con la incorporación de las modernas tecnologías sanitarias, además se ha añadido el impacto que tiene en la salud el sistema sanitario. Y aunque este no es el principal determinante de la salud global, sí es percibido por la población como uno de los factores claves en su bienestar, porque la enfermedad nos ocasiona a todos un estado de vulnerabilidad y de miedo que nos hace ver al sistema sanitario como la única solución (y así lo es en muchas ocasiones) de nuestros males.
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¿Y que pasa en Andalucía con nuestro sistema sanitario? De entrada tenemos malas cartas. Según datos del Ministerio de Sanidad tenemos un porcentaje de población obesa y consumidora de tabaco superior a la media española. Sabiendo como sabemos que estos dos factores están íntimamente relacionados con la salud y la enfermedad, ya podemos intuir que nuestro sistema sanitario en Andalucía tiene que lidiar con retos mayores que en otras comunidades. Y aquí viene la segunda parte. Nuestro gasto por habitante en salud por parte del sistema público es el más bajo de España en números absolutos. Según el Informe del Ministerio de Sanidad de 2023 era de 1.486 euros por habitante/año en comparación por ejemplo con el del País Vasco (la región que más gasta), que era de 2.073 euros, para que se hagan una idea. Matizo este dato para que quede claro y no se preste a demagogias fáciles. El esfuerzo en sanidad en Andalucía sobre el PIB está en la media nacional y se parece al de las otras comunidades autónomas, pero como somos más pobres esto se traduce en un gasto absoluto menor. Por tanto, la pobreza relativa nos marca tanto a la hora de definir los factores de riesgo que afectan a nuestra población así como de la inversión de la que disponemos para atajar los problemas de salud que nos ocasionan estos. El resultado final es que tenemos la esperanza de vida más baja de toda España, 82.49 años, en comparación con la comunidad con mayor esperanza de vida que es Madrid, que tiene 85.39 años, prácticamente 3 años más. Y este dato hay que contextualizarlo, somos los últimos en esperanza de vida desde que hay series históricas fiables, desde los años 70 del pasado siglo.
Pero claro aunque son importantes, no todo son los números. Hay otros factores que determinan el actual desasosiego generalizado con el sistema de salud que existe en Andalucía. Desasosiego que es similar al que existe en el resto de España y en muchos otros países de nuestro entorno. Un desasosiego que abarca a los pacientes, a los profesionales y a los gestores y políticos que gobiernan el sistema. Un desasosiego que se cimenta sobre los efectos que tienen sobre este sistema el aumento de la esperanza de vida y por ende de las enfermedades crónicas, el avance imparable de las tecnologías de salud, cada vez más caras y el aumento de expectativas de la población. Y esto hace que todos tengamos que poner de nuestra parte si queremos que el sistema público de salud sobreviva a esta encrucijada en la que se encuentra a nivel general.
¿Y como podríamos afrontar esta cuestión en Andalucía? Vayamos por partes. Empecemos por los gestores del sistema. El nuestro es tremendamente rígido. Una población de casi 8.5 millones de habitantes y un número de profesionales superior a 120.000 no se puede manejar desde una central en Sevilla por eficiente que esta sea. La gestión debe estar más descentralizada porque las necesidades de un centro de salud en un entorno rural, un hospital de tercer nivel o un centro sociosanitario son diferentes. Es absurdo que un gerente de un hospital con un presupuesto millonario tenga que pedir permiso hasta para contratar a un celador. Los presupuestos debieran darse a los centros y al mismo tiempo darles libertad para gestionarlos y contratar a su personal. Claro está, esto implica que la selección de los gestores debe estar basada en la solvencia y no en filias o fobias. Este aspecto es prioritario y crucial. Y otra cuestión muy relevante con respecto a la gestión es que los pacientes debieran poder decidir dónde quieren ser tratados de verdad sin los subterfugios burocráticos que en la actualidad lo impiden. Si de verdad el paciente es el centro del sistema, como se repite hasta la saciedad, esto significa que el paciente debiera poder elegir en todo momento donde es diagnosticado y tratado.
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En relación a los profesionales habría que tirar de la potenciación del profesionalismo. La contratación y promoción de los profesionales tiene que estar basada en el mérito. Si el mérito no es el incentivo, entonces tendremos unos profesionales abonados a las bajas expectativas y a la antigüedad como única virtud. Esto también implica una responsabilidad continua hacia la excelencia. Y por último lo más delicado, los pacientes y sus familias. La población. Nuestro sistema sanitario es gratis en el momento del uso. Y eso crea una distorsión perversa sobre el aumento del gasto. Muchas veces innecesario. Es lo que se llama efecto 'buffet' por la actitud que tenemos cuando vamos a comer en un restaurante 'buffet libre'. Tendemos a dilapidar innecesariamente la comida. En este caso los recursos sanitarios. La población debe ser consciente que la salud es un bien preciado que es muy caro de mantener y conservar y que el sistema sanitario sufre cuando en vez de estar orientado a ese fin se convierte en un mero factor de consumo.
Y claro está, todos estos factores son de la suficiente envergadura como para necesitar el más amplio consenso social a la hora de introducir cambios que permitan la adaptación del sistema a los nuevos tiempos. Un consenso que aspire a conservar y mejorar nuestro sistema sanitario, no a utilizarlo como un arma arrojadiza de unos contra otros. La recompensa, una mayor esperanza de vida y un mayor tiempo de vida saludable. No es poco.
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