Tres yoqueis luchan por entrar primero a meta en la Carrera de Caballos de Sanlúcar, en la que el 'turf' es la arena de la playa. SUR
Andalucía, al son de los caballos y vino de Jerez
Sanlúcar de Barrameda ·
La provincia de Cádiz es la cuna del arte ecuestre y las Carreras de Caballos de Sanlúcar son una prueba de ello. Hay más. Una escapada con sabor a tradición y el dulce de los mejores sherrys
Incluso el trayecto hasta llegar tiene algo embriagador. Paisajes de color ocre, quemados por la acción del sol, son amenizados por pequeños pueblos con fachadas pintadas en blanco y algunas que lucen un rosa pálido. El viaje se puede realizar en tren o en carretera. La alegría anticipada va en aumento con cada kilómetro que se va restando. El tiempo pasa rápido o despacio, dependiendo de las percepciones individuales. Y entonces aparece la ciudad, radiante y centelleante. Empieza a oler a salitre.
Sanlúcar de Barrameda lleva una existencia oceánica. Ocupa un lugar en Andalucía que está bañado y laminado por el Atlántico. En el antiguo puerto pesquero hay algunas pistas sobre la historia agitada de este municipio gaditano. Una historia que va de partida y de destino. También de salida y de llegada. En las terrazas de los restaurantes que se ubican en el paseo marítimo se pueden disfrutar los últimos rayos de sol que ofrece el día, al tiempo que se degustan los legendarios langostinos y se acompañan de una botella de manzanilla fresquita.
Cuando llega el ocaso, la mirada barre el horizonte y acaba descansando en las dunas de la orilla de enfrente, donde el parque nacional de Doñana traza su silueta de 55.000 hectáreas de estepas de arbustos, pinares, dunas y lagunas, que lucen planas como un 'frisbee'. El mítico buque Real Fernando, que recuerda a los barcos de vapor que surcan el río Misisipi, permanece atracado en un pequeño muelle.
Pacífico y contemplativo es el anochecer en el mirador de Doñana, que se ubica en el rincón extremo de Sanlúcar. Pero no siempre ha sido así, no siempre es así. Donde las terrazas de los restaurantes invitan ahora a detenerse y a parar el tiempo, antes bramaban las olas.
Era en el tiempo de las grandes expediciones. Antaño, aquí, paraban los barcos que partían hacia el nuevo mundo o regresaban de él. Cristóbal Colón se hizo a la mar desde Sanlúcar en 1498, dirección al continente americano por tercera vez. Aquí también empezó en 1519 la aventura del portugués Fernando Magallanes, que protagonizó la primera circunnavegación de la Tierra. En Sanlúcar atracó por última vez para avituallar y revisar la escuadra, antes de cambiar el piso firme por el océano durante un tiempo indefinido.
Salida y llegada siguen teniendo un rol destacado para Sanlúcar y a continuación va la prueba. Es semana de carreras de caballos y en juego está el Gran Premio de Andalucía. Al margen de las ambiciones deportivas, la playa se convierte en un hipódromo natural que brinda al espectador uno de los espectáculos más vistosos y singulares que existen. Los caballos y el fervor popular de un evento que arraiga en 1845, junto a un entorno único, se fusionan en una pieza de teatro que es capaz de robar el aliento.
Del mirador de Doñana hasta el lugar en el que se celebran las carreras apenas hay unos quince minutos de distancia a pie. La entrada a este hipódromo natural, único en el mundo en fondo y forma, recuerda a la portada de una feria con ciertas ambiciones. Los precios para acceder, al contrario de lo que se pudiera pensar, son económicos y al alcance de cualquier bolsillo. Sanlúcar no es Ascot ni pretende serlo.
Una vez se pasan los tornos de seguridad, el ojo inexperto y primerizo descubre un ambiente festivo y popular. Gente vestida de manera elegante convive con los bañistas que hacen guardia desde primera hora de la mañana en la misma orilla para ver las cinco carreras del día, que se suceden en intervalos de una hora.
Los horarios de salida exactos se conocen sobre la marcha porque se depende de las mareas, aunque el espectáculo nunca comienza antes de las cinco de la tarde.
Entonces llega la hora. «Caballos a la playa», retumba con voz poderosa por la megafonía. Como si se tratara de un timbre que marca el fin del recreo y el regreso a las aulas, los espectadores se dirigen a la grada para coger sitio. De fondo, cada vez más lejos, se aprecia como los yoqueis se dirigen a los boxes de salida. Cada uno es asistido por uno o dos mozos, una figura imprescindible para el manejo del animal y para colocar a estos pura raza en posición de salida.
Los caballos tienen nombres tan electrizantes como Stormy Dance o Powerful Soul. Pequeñas embarcaciones de pescadores fondean en el agua y crean una estampa que enseguida entra a formar parte del mosaico de los recuerdos. La playa ahora parece eterna y los caballos están cada vez más inquietos. El juez de carrera sabe que ha llegado el momento y coloca la mano derecha en la cuerda. «Gling, gling, gling», escuchan los espectadores el característico sonido de la campana.
El cielo sigue pintado de azul como un jaspe, pero se acercan los truenos. Un sordo retumbar hace que vibre la tierra y tiemble hasta el aire. La culpa es de 24 cascos que recorren la playa como bólidos mientras que los espectadores mueven sus cabezas una vez de izquierda a derecha. El picado de los cascos, como el de un famoso violinista, pasa de un oído al otro. Al yóquey que cruce primero por meta le corresponde algo más de 10.000 euros en metálico. Al caballo, una ducha refrescante y un cubo lleno de avena. Pero la carrera aún sigue en marcha.
Un pelotón de unas tres toneladas de músculos, tendones, huesos y seis hombres delgados en vestimenta colorida galopa por el trazado que marca la orilla. Después de una leve curva entran en la recta que pone fin a los 1.800 metros de recorrido. Hay una persona que llena el aire de contenido. Los altavoces reparten la voz del 'speaker' y hacen que llegue a todos los ángulos.
Al principio, intuye que la delantera la lleva Stormy Dance: «¡Desde la campana! ¡Desde la campana! ¡Lidera Stormy Dance! ¡Lidera Stormy Dance!». Luego narra, sin embargo, como se va poniendo por delante Iron Duke: «Aprieta desde atrás Iron Duke. ¡Elegante! ¡Marchoso!». El 'speaker' trata de seguir el ritmo de los caballos, habla más rápido todavía. «Madre mía, qué apretado ha estado», suspira cuando ve entrar primero a Iron Duke.
Queda la sensación de haber disfrutado de un evento poderoso y con temperamento. En la lejanía se aprecian las costas de África, las montañas del Rif parece que se pueden tocar con los dedos.
El viaje para conquistar a Andalucía desde una montura prosigue y lleva a Jerez, que está a menos de media hora en coche de Sanlúcar. Jerez es la cuna de la cría de los caballos de pura raza española, conocidos en el mundillo por las siglas 'PRE'. Representan a uno de los animales más nobles que hay sobre la Tierra. De lo que son capaces, se puede observar con asombro en la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre.
La exhibición 'Cómo bailan los caballos andaluces' es lo más cercano a una fusión perfecta entre el hombre y el animal que se puede contemplar en estos momentos. La asistencia a este espectáculo de singular belleza combina con una visita previa al Museo del Enganche, que también pertenece a la escuela. Aquí se puede absorber más información sobre la historia de la propia institución y sobre los caballos de pura raza española. Napoleón ya apreciaba que estos animales tenían un donaire y una fuerza especial.
Es agosto y hace calor pero el suave viento del Atlántico acaricia las mejillas en el paseo hacia las Bodegas Tradición, pisando por adoquinados y tramos en los que el firme es de cal. Porque Jerez es caballo pero también es vino. Conocido internacionalmente como sherry, el vino de Jerez es absolutamente único.
Hay unas 60 bodegas y casi todas cuentan con visitas guiadas y catas que llevarán el paladar a otras dimensiones. Esta escapada al mundo del fino, oloroso, amontillado y palo cortado sabe a aromas tostados. Sabe también a cuero, cacao, cítrico, chocolate puro y pasas. A almendra, vainilla o a fruta escarchada.
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