Manuel Castillo
Domingo, 20 de noviembre 2016, 00:36
No saben cómo y mucho menos cuándo, pero en el PSOE ya nadie duda de que será ella. «Porque, si no, quién», piensan. Susana Díaz es la elegida para liderar lo que muchos consideran la refundación del PSOE y ponerse al frente en el camino hacia la presidencia del Gobierno. Es cierto que, tras aquel catastrófico comité federal, la imagen de Díaz salió muy tocada, pero ella está absolutamente convencida de que, frente a la militancia más exigente y crítica, el electorado socialista valora que diese el paso al frente para frenar la deriva suicida de Pedro Sánchez. «Lo hice por España», repite ella. Y es verdad que, si Susana Díaz no se hubiese puesto en el camino de Pedro Sánchez, hoy la gobernanza de España podría ser muy diferente con el acuerdo entre PSOE, Podemos y los independentistas catalanes que Sánchez tenía preparado como colofón a su efímero paso por la secretaría general. Es verdad que Díaz lo hizo por España, pero también por el PSOE; y para suerte del PP, porque el modelo de España que defienden los dos partidos mayoritarios requiere un PSOE consistente y fuerte y no el que a punto estuvo de saltar en pedazos en Ferraz.
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En las filas del socialismo andaluz saben que lo urgente es esperar. Arropan a su presidenta y aguardan instrucciones, mientras el equipo más leal comienza a remendar los jirones que dejó aquel comité federal. Y lo hacen sin más ruido de la cuenta, con apariciones televisivas calculadas, con canutazos y declaraciones medidas y con encuentros privados por toda España. Ella es la líder y nadie lo pone en duda más allá de una élite socialista de Madriz que no soporta que Susana Díaz suba a la Corte para poner orden. Ese grupo de pijiprogres, representado muy bien por el conocido clan de Chamartín que se reunía en torno a apellidos tan ilustres como Leguina, Solana, Rubalcaba, Almunia o Lissavetzky, la detesta más por su procedencia y su género que por su capacidad política. No llevan bien que una mujer andaluza del barrio de Triana y procedencia obrera sea la nueva líder del PSOE. Porque las grandes críticas que arrecian desde Madrid y Barcelona tienen un tufo machista, cuando no ridículo, que rebela al socialismo más militante. Autoritaria, killer, ambiciosa, mal genio, carácter, amor propio son rasgos que sus detractores utilizan para desprestigiarla cuando en el caso de un hombre serían cualidades y elogios para un gran líder. Ella, Susana Díaz, lo sabe, y también lo maneja con tino, porque nadie en el ruedo político utiliza con tanta eficacia ser de la casta de un fontanero, vivir en Triana en el pisito de toda la vida, con su niño y su marido. «Sí, me he casado con un tieso», llegó a decir en una comisión de investigación en un alarde de instinto político depredador. La ventaja que tiene Díaz frente a otros rivales de su partido es que desprecia los privilegios porque lo que ambiciona es el poder. Es política 24 horas al día y siete días a la semana. Y eso desfonda a sus rivales. Hace política cuando va al súper a hacer la compra, cuando se toma una caña en la calle Betis o viene a Playamar a tomarse una paella en Los Manueles, donde siempre. Su cambio de registro es innato, por eso sale indemne de reuniones con ejecutivos del Ibex o con el rey de Marruecos ante la izquierda más roja y cae bien a los señores ejecutivos de la derecha.
La comparación con Felipe (González) le acompaña desde siempre. Muchos nostálgicos ven en ella a aquel chico que en 1977 se subía a una fuente en la plaza de la Alameda de Medina y conectaba inmediatamente con la gente. «Tenía algo», dicen. Díaz no se sube a una fuente, pero sí a un banco de un patio de Tarifa para arengar a los suyos en un hogar del jubilado. «Y también tenía ese algo», dicen sus acólitos. Y al igual que le ocurrió entonces a Felipe, antes de convertirse en un señor con sillón en un consejo, a Susana Díaz le critican falta de fondo intelectual. Es verdad que no cita de memoria a Ortega, ni siquiera lo pretende recurriendo a la Wikipedia, pero estas embestidas parecen llegar también de los que creen que detrás de una andaluza con tacones no puede haber muchos libros. Es una reedición de la recurrente superioridad moral del Norte con el Sur. Pese a ello, desde que Griñán la intuyó como sucesora y confiara su entrenamiento a Antonio Pascual, Susana Díaz se prepara para rebatir esas críticas. Hinca los codos. Ella, no obstante, prefiere tirar de oficio e instinto para hacer política siempre en su terreno, en el cuerpo a cuerpo, donde tiene suficientes herramientas para salir airosa. No se recuerda que compañeros suyos como Zapatero o Pedro Sánchez y ni siquiera el propio Rajoy o Rivera estén sometidos a la constante duda sobre su preparación. Siempre pasan estas cosas cuando un entorno masculino se enfrenta a eso de «antes partía que doblá», una declaración de principios marca de la casa que suele desconcertar a sus señorías.
Pero Susana Díaz tiene importantes flancos abiertos que pueden pasarle factura. Su sucesión en el momento de dar el salto a Madrid y, quizá el que mayor riesgo implica, los problemas en la gestión al frente del Gobierno de la Junta de Andalucía. Su victoria en Andalucía es su principal aval, por lo que la sombra real de una posible derrota después de casi 40 años de gobierno socialista frente al PP de Moreno Bonilla no sólo les pone nerviosos sino que condicionará los pasos de su sucesión. La sanidad y el empleo son dos agujeros negros en su expediente que tienden, sobre todo el primero, a agravarse en los próximos meses. No es un secreto que Díaz se siente más cómoda jugando a la política que a la gestión. Y quizá por ello ha tirado de presupuestos para minimizar riesgos y en las últimas semanas recorre Andalucía de hospital en hospital. Convertir Andalucía en la verdadera oposición a Rajoy puede disipar los problemas reales de la región entre tanto ruido político.
Hoy, sobre todo, Díaz necesita tiempo y cuadrar fechas. Las suyas, las del partido y las electorales. Es posible que antes de final de año el comité federal diseñe el cronograma de la refundación socialista. Y que ponga fechas al Congreso Federal, más ordinario que extraordinario, en el que Susana Díaz mostrará seguro sus cartas. Mientras tanto, gana adeptos para su causa con la ayuda del valenciano Ximo Puig, el aragonés Javier Lambán o el vigués Abel Caballero, así como con los incondicionales socialistas de Extremadura, Castilla La Mancha y Asturias. El aparato está en marcha, confiado, además, de su autoridad para llamar a filas. Aguardan así el momento de cruzar el puente de Triana, aunque esta vez, «cuando toque», será camino de Madrid para convertirse en Susana de España.
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