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CLAUDIA SAN MARTÍN
Domingo, 14 de junio 2020
Narcisa Grumezescu no podrá reencontrarse este año con el pequeño Andrei Kuzmichou en el aeropuerto, ni pasear con él por Benalmádena o pasar un día de playa con toda la familia. El verano pasado estuvieron juntos dos meses que para Grumezescu, como madre primeriza de acogida, se han vuelto «inolvidables». Niños y niñas como Andrei vienen cada año desde Bielorrusia, de aldeas y ciudades a las que alcanza la radiación de Chernóbil, para pasar en Málaga casi todo el verano y recuperarse de las nefastas consecuencias que las radiaciones suponen para su salud.
Es el equipo de la asociación La Sonrisa de un Niño quienes se encargan de que cada año casi una veintena de pequeños bielorrusos pasen un verano especial y necesario con una familia de acogida, alejados de sus lugares de origen y mejorando su salud. Almudena Armendia, vicepresidenta de este colectivo, recuerda que cuando llegan a Málaga a los pequeños se les mide el nivel de radiación que tienen en ese momento y que cuando se van la cifra cae un 50%.
Pero este año no podrá ser. Andrei y otros niños como Vika o Susa no podrán volver con sus familias de acogida malagueñas. La inestable situación global ha llegado hasta el último rincón del planeta para destrozar algunos planes imprescindibles como estos. «Es la primera vez desde 1996, que comienza la asociación, que los niños no vienen. Además, allí en Bielorrusia están muy atrasados con la pandemia», explica Armendia, mencionando algunos artículos de medios nacionales en los que se expone la situación tan extrema que atraviesan. «Lukashenko, gobernante del país, niega por completo la existencia del virus. Le dice a la gente que beba vodka y que vaya a la sauna. Han hecho como una especie de confinamiento, pero voluntario. El que no quiera ir a trabajar está en su derecho, pero no cobra», lamenta la vicepresidenta.
El dirigente bielorruso permitió el 9 de mayo la celebración del desfile que conmemoraba el 75 aniversario de la rendición de la Alemania nazi. Puestos en situación de cómo el gobierno de Bielorrusia reduce el virus a una «psicosis», los pequeños que tienen las defensas bajas a consecuencia de las radiaciones de Chernóbil tampoco están en condiciones de viajar cuando la situación conlleva tanta incertidumbre.
«Cuando hablé con la monitora de la asociación hermana de allí me contó que estaban muy asustados. Yo les expliqué todas las medidas de desinfección que tenemos aquí para que ellos pudieran usarlas», recuerda Almudena Armendia, también madre de acogida de Yahuen Brakarenka, que ya tiene 16 años.
Aunque muchas empresas que colaboran de forma altruista con la asociación como Gross Dentistas para las revisiones odontológicas de los pequeños o la clínica Baviera para controlar su vista, Mayoral tenía preparada ropa nueva para estos niños y niñas. «Hemos planteado hacer un envío con cosas para ellos, pero hasta ese punto ha habido miedo porque uno ya no sabe», explica la vicepresidenta.
A pesar de ello, la tristeza por no poder pasar el verano con estos niños tan especiales se aminora con las esperanzas puestas en la Navidad, otra fecha en la que vienen algunos pequeños a Málaga o algunas familias viajan a Bielorrusia a visitarlos. «A mí me duele en el alma esta situación, pero no nos queda otra que ser prudentes porque no sabemos si va a haber rebrotes. Intentaremos ir a Bielorrusia en Navidad mi marido, mi hijo y yo, pero a ver qué va ocurriendo. Ha sido un palo muy grande», relata Armendia.
Como Narcisa Grumezescu, Teresa Siles también lamenta que este año sea tan diferente a los anteriores. Esta malagueña lleva acogiendo a pequeños de Bielorrusia desde 1996 y ha podido hacerse cargo durante dos meses de verano de doce niños y niñas en estos años. «Ya soy hasta abuela. Natasha, por ejemplo, se casa en agosto o Pavel ha tenido un hijo», relata con ilusión. La familia Siles también espera poder viajar en Navidad a Bielorrusia a ver a sus pequeños (algunos ya no tanto), pero aún desconocen cómo evolucionará la pandemia.
En el lado opuesto, Isabel María Pérez iba a ser este año madre de acogida primeriza de un chico adolescente «muy especial». Cuando conoció la labor de la asociación tuvo dudas en un primer momento al desconocer los procedimientos, pero pensando en cómo ayuda la estancia en Málaga a estos pequeños decidió lanzarse de cabeza a esta aventura.
Narcisa Grumezescu, de Rumanía, y también afectada en su infancia por las radiaciones, recomienda esta experiencia con una sonrisa de oreja a oreja «a todo el mundo». «Es una lección de vida increíble. Los niños son muy valientes saliendo de su país tan pequeños sin conocernos», explica mientras espera con esperanza que 2021 sea el año en el que se reencuentre con Andrei, con quien no pierde el contacto a pesar los más de 3.800 kilómetros que los separan.
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