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La definición de hogar lleva implícitas muchas cualidades positivas: confort, seguridad, comodidad e incluso felicidad. Este es el objetivo primordial del equipo que coordina el Centro de Día para personas mayores de Cruz Roja en Málaga: lograr que los usuarios se sientan como en una ... segunda casa, donde tengan la certeza de que serán bien cuidados, que todas sus necesidades serán bien atendidas y, por supuesto, donde se sientan como en familia.
Sonia Moreno, la directora de este espacio ubicado en Portada Alta, es la encargada de supervisar que todo funcione a las mil maravillas cuando, a partir de las 9.00 horas, se abren las puertas de este segundo hogar que funciona de lunes a viernes. Desde esa hora, van llegando los 20 usuarios de forma paulatina, algunos ya han desayunado, pero nunca «dicen que no a un cafelito descafeinado». Para estas personas, que padecen Alzheimer u otros deterioros cognitivos, una rutina cuidada es imprescindible, sobre todo cuando, en ocasiones, apenas tienen certezas. Por ello, Cruz Roja se acerca a sus domicilios y se adapta a sus necesidades para recogerlos en un furgón adaptado y llevarlos al centro a la hora que deseen, entre las 9.00 y las 10.00 de la mañana normalmente. En este sentido, sus familiares también juegan un papel fundamental, pues si su trabajo comienza antes de la hora de entrada, siempre se encuentra una solución: «Si hay que recogerlos a las siete y media de la mañana porque su hija o su marido va a trabajar no pasa nada, nos adaptamos a ellos. También si tienen costumbre de desayunar en el bar les acompañamos», responde Sonia Moreno, que con mucha comprensión, amabilidad y ternura vive un día a día fascinante.
En este centro concertado con la Junta de Andalucía, el único de la entidad en Málaga, todo está decorado con los recuerdos y trabajos de las personas que allí habitan durante gran parte del día. Fotografías, imágenes antiguas, manualidades, cuadros y dibujos decoran sus paredes para personalizar aún más esa atención. María, una de las usuarias del centro, bromea con Sonia mientras charlan. La mayor explica con soltura que tiene 71 años, aunque la directora del centro se ríe y le pellizca cariñosamente la tripa recordándole que tiene 81. Ambas pasean por los pasillos de su segundo hogar desde hace años, «desde que estaba el mercadillo en el aparcamiento de enfrente», recuerda.
Su día a día, como el de los 19 mayores restantes, tiene mucho dinamismo: desde la gerontogimnasia, adaptada sus necesidades para que no pierdan movilidad, las sesiones de orientación a la realidad con la psicóloga, hasta la realización de manualidades y juegos colectivos, como el parchís o el dominó: «Todos los días son distintos, hay una programación, pero va a influir mucho en cómo vengan un día, por si han dormido mal, han tenido un problema por la mañana... Todo está adaptado a ellos», apunta la profesional que dirige este centro. Entre esas actividades, que en ocasiones se extienden hasta las 17.00 horas, pronto retomarán sus salidas a la playa, pues el buen tiempo y la relajación de las restricciones por la pandemia les está dando tregua para poder hacer más ocio tras las puertas del centro con los mayores. También para retomar la actividad de sus voluntarios, a quienes echan de menos en este espacio.
Sin embargo, recuerdan que no han tenido buenos momentos en los últimos dos años. Tuvieron que cerrar sus puertas tres veces por casos de Covid y tras el confinamiento, algo que ven lejos, pero que siguen notando en sus mayores, percibieron un deterioro considerable: «Esos cuatro meses que estuvieron sin venir se notaron mucho. Perdieron su rutina y su programación individualizada, vimos mayor deterioro cognitivo, y más rápido», recalca. En este sentido, junto a Kiko Román, el responsable del Programa de Personas Mayores y Personas con Diversidad Funcional de Cruz Roja, reivindican el papel de los centros de día, ahora casi en «peligro de extinción». Ambos profesionales apuntan a un gran desconocimiento por parte de la sociedad de lo que se suele hacer en estos espacios, pues los familiares de personas que padecen enfermedades relacionadas con el deterioro cognitivo «piensan que abandonan a sus padres o madres»: «Cuando una cocinera excepcional comienza a echarle azúcar a la comida en vez de sal saltan las alarmas. Tras el diagnóstico, esa persona pierde su rutina y pasa de la cama al sofá para ver la tele. Se entra en una espiral de tristeza y depresión muy difícil, porque ya no se sienten útiles. En ese momento el centro de día es fundamental, no después cuando ya es tarde y el deterioro es mayor», apunta Moreno.
Por ello siguen trabajando cada día, para que su esfuerzo se reconozca, también en las administraciones públicas o en la Seguridad Social: «Hacen falta más geriatras. También que los médicos informen y preparen a los familiares para un diagnóstico de Alzheimer. Es un tema muy duro y en la mayor parte de las ocasiones no se comunica con delicadeza», cuentan con fuerza para afrontar una nueva etapa en este centro donde la vida va más despacio.
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