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Son muy distintos entre sí, pertenecen a varias generaciones y sus culturas varían. Sin embargo, comparten una realidad social: en algún momento de sus vidas perdieron sus hogares y se vieron obligados a recurrir a albergues, pisos de acogida, habitaciones compartidas e incluso a malvivir ... en la calle.
María, Carmen, Abdel y Hasan son los cuatro protagonistas de este reportaje, y en sus historias de superación reflejan la valentía y la perseverancia para conseguir una vida independiente. María, por ejemplo, pasó toda su vida en Valencia, aunque por amor llegó a residir bastantes años en Córdoba, donde se casó. De allí son sus dos hijos, con quienes mantiene relación a pesar de la distancia.
Cuando expiró su contrato en la planta de reciclaje de residuos en la que trabajaba, esta mujer de mediana edad no tuvo más remedio que viajar a otras ciudades para buscar empleo, aunque quería seguir cerca de Córdoba para no alejarse de sus hijos. Finalmente, encontró en Málaga un refugio, pero los planes no salieron como esperaba. Durmió en una pensión durante algún tiempo mientras estiraba sus ahorros, pero cuando estos se terminaron, María aún no tenía plan B.
Por este motivo comenzó a trabajar como voluntaria en ese mismo hospedaje, en el que le ofrecían una habitación sin coste a cambio de la limpieza diaria de los dormitorios. Mientras tanto, recibía el desayuno, el almuerzo y la cena del comedor Santo Domingo. En esta situación estuvo algunos meses hasta que a finales de mayo Inpavi llegó a su vida para ofrecerle un nuevo hogar temporal en el que rearmar su vida.
Desde mayo de 2021, la entidad posee dos casas independientes financiadas por la Junta de Andalucía (y coordinadas con la red EAPN de Andalucía) en las que tienen seis plazas para personas sin hogar o en situaciones de extrema vulnerabilidad: una capacidad total para tres mujeres y tres hombres que conviven en pisos separados. Abdel es uno de los más veteranos aunque tan sólo tenga 25 años. Este chico marroquí criado en Málaga gran parte de su vida (prueba de ello es su acento con mucho desparpajo) confiesa que hace tiempo perdió «el significado de la palabra hogar». Durante su infancia pasó de un centro de menores a otro y cuando cumplió los 18 años no todo fue tan sencillo como esperaba.
Hizo infinidad de cursos, de cocina o de carpintería entre otros, pero reconocía que su vida se tambaleaba cada poco tiempo, no encontraba estabilidad alguna: «Estuve en una habitación bastante tiempo mientras tenía un trabajo en un restaurante, pero pagaba como 400 euros y apenas me daba para vivir. Llegó un momento en el que sufrí mucho desgaste de la cocina, estaba triste. No sabía que hacer, no me encontraba», relata, y «por malas decisiones» cuenta que acabó viviendo bajo el raso durante algunos periodos: «Tenía 720 euros en la mano y dormía en la calle, básicamente porque no sabía qué hacer, estaba muy perdido. Cualquier sitio en el que estaba me parecía un robo. Vivía mal, la convivencia era horrible y todo carísimo», cuenta.
De hecho, Abdel llegó a tener un empleo en un restaurante y durante un mes, hasta que no cobrara su primera nómina, estuvo en situación de calle: «Yo ahora lo pienso y no sé cómo me las ingeniaba, no sé cómo salí de ahí. Trabajaba, dormía en la calle y comía en comedores sociales. Estaba muy angustiado porque no sabía qué sería de mí mañana», relata. Ahora su suerte ha cambiado y aunque trabaja desde hace algún tiempo en la cocina de un restaurante actualmente se encuentra en paro esperando un acuerdo con la empresa para mejorar sus condiciones: «Ya estoy buscando piso, tengo ahorros y pronto vuelvo a trabajar. Es el objetivo de estar aquí, que puedas ser independiente y que no tengas miedo de saber qué será de ti al mes siguiente», apunta este joven.
Por el momento, su compañero de habitación es Hasan, un joven marroquí que trabajaba como modelo y en una tienda de ropa en Marruecos. Hasan llegó en patera hace dos años a las costas de Cádiz y entró en uno de los recursos de acogida de Cruz Roja. Más tarde, se vio en situación de calle, alimentándose en comedores sociales y durmiendo en el recurso de Cáritas de acogida nocturna Calor y Café. Cuando entró en el piso de Inpavi su vida cambió por completo y ahora trabaja en el mismo restaurante que su compañero Abdel.
En el lado opuesto, Carmen, una mujer de 57 años proveniente de Perú, lleva 18 viviendo en Málaga. Desde su llegada a la ciudad hasta conseguir la nacionalidad española esta mujer trabajó muy duro como limpiadora y cuidadora interna en varias casas, algunas de personas mayores y otras de matrimonios con hijos.
Sin embargo, llegó un momento en el que empezó a ver que su salud se deterioraba y le diagnosticaron artrosis degenerativa: «Yo me hacía la fuerte, pero tenía que seguir trabajando para poder pagarme una habitación y poder mandarle dinero a mis hijos, que viven en Perú», cuenta. Con mucho esfuerzo, Carmen pudo regular su situación y ahora busca un empleo de calidad con el que poder mantener una vida digna, al fin y al cabo como sus otros tres compañeros. Con constancia y una mano amiga podrán conseguirlo muy pronto.
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