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Hace 150 años, la familia Larios dio en usufructo a las Hermanitas de los Pobres el edificio que se encuentra en la Explanada de la Estación, construido en 1868 por Diego Clavero Zafra. Las religiosas acababan de llegar entonces a la provincia y necesitaban un lugar suficientemente amplio en el que atender a los ancianos y personas enfermas que vivían en la más absoluta pobreza y que, pese al auge industrial, no tenían ninguna protección. Un apoyo a los más vulnerables que no ha variado en siglo y medio de historia. Una decena de religiosas –cada vez menos por la falta de vocaciones– sigue atendiendo actualmente a 60 ancianos en el conocido asilo.
La labor benéfica no ha cambiado, pero este verano el Asilo de las Hermanitas de los Pobres en la capital estrena nuevos aires. Después de 20 años sin acometer obras, las religiosas han conseguido reunir fondos para una reforma integral del edificio, mejorando las instalaciones, adecuándose a la normativa y plantando cara a las humedades que, en un edificio tan antiguo, suponían un verdadero quebradero de cabeza para las hermanas. La Providencia, como ellas siempre dicen, les ha traído los medios con distintas donaciones. La mayor parte de la reforma la ha costeado la Obra Social 'la Caixa', que ha aportado un total de 50.000 euros.
«Era una reparación que teníamos que hacer; hemos pintado todo el inmueble, reparado la capilla, instalado aire acondicionado en la zona de las habitaciones de los ancianos, donde en verano se alcanzaban temperaturas muy altas, y hemos cambiado todos los baños de los dormitorios, con duchas sin obstáculos como manda la ley», señala sor María Dolores Pérez, madre superiora del asilo, quien cree que los ancianos a los que atienden merecen tener los mejores cuidados e instalaciones y que no por ser pobres se les puede tener en un sitio con carencias. «Hay que intentar que lo que les ha faltado en su vida no les falte en sus últimos días; con nosotras están atendidos, tienen cariño, cuidados cuando enferman y sobre todo acabamos con su soledad y se sienten más seguros», indica sor María Luisa, otra de las hermanas.
En el salón del asilo, varios ancianos realizan manualidades o sopas de letras. Paqui Serrano (80 años) colorea mientras su marido, con el que vive en una habitación doble en el asilo, está haciendo fisioterapia al otro lado del pasillo. Nieves Rodríguez también colorea mandalas. Esta viuda de 87 años señala que, desde que está en el asilo, se siente menos sola. Además, tienen actividades diferentes cada día, como gimnasia por las mañanas o la celebración de los cumpleaños a finales de mes.
Muchos de los ancianos colaboran en las tareas de la casa, poniendo la mesa o en la lavandería. Es el caso de Miguel Mendoza, de 77 años, soltero y sastre jubilado. «Venía de voluntario y al final me quedé y ha sido lo mejor porque uno solo en casa al final deja de guisar, deja de cuidarse o de arreglar las cosas; aquí estoy acompañado y además me siento útil», dice.
Para entrar en el asilo, lo único que exigen las religiosas es querer vivir allí. «Hay muchos ancianos que viven en la calle y que podrían estar aquí; es a ellos, los más pobres, a quienes nos dedicamos precisamente, pero hay unas normas, hay que respetar a los demás y aceptar unos mínimos de convivencia», dice sor María Dolores. Los ancianos aportan además una parte de sus pensiones que, al ser de las más bajas, en realidad no cubren los gastos que genera su estancia. Por eso, el asilo vive de la caridad. «Por suerte, los malagueños siempre nos han apoyado; en febrero hicimos un llamamiento para material de limpieza y llamaron hasta tener que decir basta, de lo que se volcaron los ciudadanos», dice sor María Luisa. También ayuda que los alimentos no perecederos que se cocinan en la residencia les lleguen a través de Bancosol, mientras que para los frescos, el asilo forma parte desde hace unos años del programa Comedores con Estrella, también de la Obra Social 'la Caixa'.
Desde que a los seis años su madre la entregó a una familia para que aprendiera a llevar las tareas domésticas en un Cortijo en Málaga, la vida de Carmen Gutiérrez ha sido muy dura. Pero, a sus 85 años, afirma que las dificultades nunca le han hecho perder la sonrisa, porque siempre se aferró a su fe. «Me he pasado la vida cuidando a los demás y ahora por primera vez alguien me cuida a mí», señala esta anciana nacida en Baena, que lleva quince años viviendo en el Asilo delas Hermanitas de los Pobres de la capital. Carmen cuenta que a los 26 años le casaron con un hombre enfermo, diez años mayor que ella, para que se ocupara de él. «Nadie me preguntó si quería casarme o no; a la boda solo fue la que sería mi suegra, mi marido, el párroco y yo, que lloraba sin parar durante la ceremonia», dice.
Después, la pareja se trasladó a vivir a Málaga capital, donde ella tuvo que ponerse a trabajar limpiando casas, portales y escaleras porque su esposo no podía levantarse de la cama. «No podía coger trabajos muy lejos porque tenía que acudir constantemente a ver cómo estaba», dice. Pese a todo, tuvieron dos hijos «que están bien colocados» y que ahora le han dado dos nietos.
Cuando se quedó viuda, empezó a ir al Asilo de las Hermanitas de los Pobres a visitar a una vecina que residía en la casa, donde al final se ha convertido en una más. «Ya no podía quedarme sola en mi piso, pero aquí estoy mejor, como en familia; me encuentro acompañada y atendida. Pienso que el Señor me ha hecho un regalo enviándome con las Hermanitas de los Pobres», indica.
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