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Silvia Carrasco acude un par de horas en semana a la sede de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) desde hace dos meses, y lo hace con una sonrisa, impaciente, expectante y con ese cosquilleo nervioso por ayudar, a través de sus ... conocimientos sobre el español, a alguien que lo necesite. Esta joven graduada en Periodismo quiso dar un vuelco a su vida cuando la enseñanza de español como lengua extranjera, conocida en el gremio como ELE, entró en su vida a través de un máster de la Universidad de Málaga.
Fue entonces cuando delimitó su camino y destino profesional: «¿Y si me formo para ser profesora de mi propio idioma?», se preguntó. No sabía que a raíz de este planteamiento se toparía con una experiencia más que enriquecedora. A través de su voluntariado en CEAR está en contacto con personas refugiadas y en situaciones vulnerables que necesitan aprender el idioma con el fin de integrarse social y laboralmente. Y aunque parezca complicado, uno de sus primeros alumnos afirma que con Carrasco a los mandos es «mucho más fácil» este proceso de inclusión. Este usuario de protección internacional lleva tan sólo dos meses en clase con la malagueña y en una pequeña conversación con él ya se pueden ver los frutos de un trabajo muy duro y constante.
Cristina Ruiz, técnica de aprendizaje del idioma de la entidad, comenta que estas personas solicitantes de protección hacen un esfuerzo loable: «Muchos llegan con problemas de lectoescritura y, además de que se les deniega el derecho a la educación, son doblemente vulnerables por la situación o la historia por la que piden asilo. Más aún en el proceso que tienen que acometer para incluirse en una sociedad en la que todo es textual y en la que los trámites son en su mayoría por medios digitales». Aunque su objetivo, como ocurre con el primer alumno de Silvia Carrasco, se visualiza a largo plazo.
Esta experiencia tan enriquecedora y personal, de 'tú a tú' con el usuario de CEAR, es tan sólo una pata que se ofrece en el área de inclusión. Laia García, responsable de este terreno, explica que la gran parte de personas que llegan como solicitantes de asilo necesitan aprender el idioma cuanto antes para poder integrarse en la sociedad y conseguir un empleo, aunque en un primer momento hay que rebajar sus expectativas al ser un proceso largo y para el que hay que llenarse de paciencia.
260 es el número de personas refugiadas que actualmente aprenden español en CEAR, a través de sus voluntarios y profesionales de academias en distintos niveles o procedimientos.
Paralelamente, además de ese grupo de voluntarios enfocados a la enseñanza de ELE, que son unos seis, CEAR tiene convenio con algunas academias de Málaga en las que las clases suelen ser más multitudinarias. En época Covid, con un máximo de seis personas por aula para adaptarse a las restricciones, pero antaño podían llegar a los 10 ó 12 alumnos. Cristina Ruiz cuenta que a la llegada de estas personas a sus programas se les hace una entrevista previa para evaluar sus capacidades y así derivarlo a un servicio u otro. El alumno de Silvia Carrasco, quien se mantiene en el anonimato por su seguridad, puntualiza que necesitaba aprender más conversación que cualquier otra habilidad, y lo está logrando con creces. «Antes no sabía cómo construir una frase y ahora puedo hablar poco a poco. Estoy muy contento con Silvia, ella es muy buena persona y paciente», apunta este hombre de mediana edad.
Lo curioso de este aprendizaje tan personalizado y cercano es que no suele ser siempre un paño de seda. Carrasco explica que en una de las clases que da a un grupo de madres árabes tiene que empezar desde cero; su barrera idiomática es más que evidente, así que esta profesional ha de alfabetizar a las mujeres antes de nada. «Lo hago por mímica y gestos, también con fotos, aunque el otro día me di cuenta de que enseñándoles los números voy un poco rápido porque una de las madres me hizo repetir a mí los números en árabe», recuerda entre risas sobre una experiencia que le está cambiando la vida.
En teoría, y como explica Cristina Ruiz refiriéndose «al marco común europeo de referencias para lenguas extranjeras», los niveles que parten desde A1, A2, B1, B2 hasta C1 y C2, según los conocimientos aprendidos, se suelen desarrollar en el periodo de uno o dos años, pero estas personas no tienen tanto tiempo. Su protección a través de CEAR, y por lo tanto concesión de asilo, dura entre 18 y 24 meses, por lo que han de aprender el idioma en tiempo récord. «Ellos tienen que hacer un gran esfuerzo para hablar y escribir español en muy poco tiempo, y eso desde mi punto de vista es admirable», relata Ruiz.
En los últimos meses, la gran parte del flujo migratorio y solicitante de asilo que atienden en este programa proviene de países como Mali, Senegal o Guinea, aunque estas profesionales relatan que hace algunos años llegaban en su mayoría de países del Este, sobre todo de Ucrania. «La coyuntura de las migraciones las marca la actualidad, porque ahora con el 'boom' de Canarias, que se han hecho traslados a solicitantes de protección internacional, tenemos personas de esos países», detalla Laia García.
Con ilusión, optimismo y esfuerzo, estas profesionales seguirán tejiendo redes con aquellas personas que más lo necesitan y utilizando la enseñanza del español como una herramienta de cambio que evidencia su necesidad para el crecimiento de una sociedad justa e igualitaria.
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