ANTONIO GARRIDOI ALBERTO GÓMEZI ALEJANDRO DÍAZ
Martes, 13 de agosto 2013, 11:54
Resquebrajó los muros de terrenos hasta entonces vedados para las mujeres. Nacida en Málaga a finales del siglo XIX, se trasladó a Madrid para acabar el bachillerato e ingresar en la facultad de Derecho. Se alojó en la Residencia Femenina de Estudiantes, dirigida por María de Maeztu, y pagó sus estudios impartiendo clases particulares. En 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera, entró a formar parte del Colegio de Abogados de la capital.
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Siguió rompiendo barreras y, en 1930, su nombre saltó a primera línea de la actualidad nacional e internacional al convertirse en la primera mujer del mundo en intervenir ante un consejo de guerra, consiguiendo la absolución de su defendido. Enrolada en las filas del partido Radical-Socialista, fue designada para formar parte de la candidatura republicana a las Cortes por Madrid, resultando elegida diputada, junto con Clara Campoamor, en 1931.
Sus discursos en contra del voto femenino le otorgaron cierta impopularidad; siguiendo la disciplina del partido, y con la convicción de que la mujer española del momento carecía de preparación social y política como para ejercer su derecho de forma responsable, defendía que el voto femenino se decantaría hacia el lado conservador, por influencia de la Iglesia y en detrimento de los partidos de izquierdas.
Fue responsable de la Dirección General de Prisiones y dedicó sus esfuerzos a reformar las cárceles españolas. Llegó a cerrar, por estar en malas condiciones, 114 centros y construyó la cárcel de mujeres de las Ventas. Tras la Guerra Civil comenzó su exilio. Llamada por la ONU, en 1949 viajó a Nueva York para colaborar en la Sección de Defensa Social. Allí conoció a Louise Crane, una millonaria con quien Kent estrecha una gran amistad y cuya financiación le permite fundar la revista Iberia por la libertad. La publicación actuó como un órgano de información para los exiliados.
Siempre comprometida con el frente republicano, no volvió a España hasta la muerte de Franco. «Yo no tengo otra pasión que España, pero no regresaré a ella mientras no exista una auténtica libertad de opinión y de asociación», había dicho. Poco después de la muerte del dictador volvió a Nueva York, donde pasó el resto de sus días, hasta su muerte en 1987.
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