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MARINA MARTÍNEZ
Jueves, 7 de octubre 2010, 15:45
Para Mario Vargas Llosa, era el 33º doctorado honoris causa. Para la Universidad de Málaga, el 21º. Sin embargo, el marcador engañaba. No era igual que en Boston o Génova. Sus años de vinculación con la Costa del Sol pesaban, y mucho. Tanto que, tras esa aparente calma que da la experiencia, se detectaba una mezcla de modestia y emoción difícil de esconder. Él mismo tenía su explicación: «Todo esto se debe más a una amistad que a mis méritos», declaraba el autor momentos antes de ofrecer ayer en el Paraninfo de la UMA el discurso que sellaba su nombramiento como doctor honoris causa, y con el que la institución premiaba no sólo su relación con la ciudad sino sobre todo su «valentía creadora», como advirtió la rectora, Adelaida de la Calle. Según dijo, Vargas Llosa «gusta siempre de usar la fantasía para combatir la realidad» con una pluma que la rectora asimiló a una lanza. «Hoy difícilmente podría entenderse al Perú contemporáneo sin haber leído a Vargas Llosa. Sin su novela. Sin su denuncia social. Sin su radicalidad, a veces vehemente», puntualizó De la Calle, encargada de abrir y cerrar una ceremonia que se mantiene como un auténtico ritual dentro del ámbito académico. Para empezar, el baile de birretes y togas de representantes de todas los centros y facultades al son del "Veni Creator" daban la bienvenida al nuevo miembro del claustro universitario malagueño. Tras las intervenciones del secretario general de la UMA, Miguel Porras, y del decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Rafael Domínguez, la madrina de Vargas Llosa en este nombramiento, Guadalupe Fernández Ariza, repasó la trayectoria del escritor como «el testimonio sublime del compromiso de un escritor con su vocación de artista, y asimismo con su época y con la comunidad de los hombres».
Ejercicio crítico
Ante la atenta y asombrada mirada del nuevo doctor, la profesora titular de Filología Española y Filología Románica de la UMA desgranó las obras de un autor que considera «la escritura como un ejercicio crítico, como un acto de rebeldía». Sin olvidar novelas tan populares como "La ciudad y los perros", "El paraíso en la otra esquina" o su última "Travesuras de la niña mala", Fernández Ariza quiso dejar constancia también de la faceta de Vargas Llosa como dramaturgo, ensayista y crítico. Y todo, según la profesora, como justificación del «quehacer de un intelectual en plena comunicación con su mundo, que ha sabido conjugar su fiel amor por América Latina con la libertad para defender su pensamiento».
Con el rostro de alivio de quien culmina un trabajo de casi dos años, Fernández Ariza respiraba al fin tras ver a Vargas Llosa con el birrete, el anillo, el diploma y los guantes blancos que delatan al honoris causa. Una vez entregados, el autor de "Conversación en la Catedral" demostró por qué tiene premios como el Príncipe de Asturias de las Letras, el Planeta o el Cervantes fueron a parar a sus manos.
Tras agradecer «de todo corazón» un reconocimiento que consiguió emocionarle «como pocas veces» y prometer «corresponder con la máxima responsabilidad y rigor de que sea capaz», el escritor centró su discurso en sus primeros acercamientos a la literatura. A modo de relato, Vargas Llosa recordó su infancia en su casa boliviana de Cochabamba, donde despertó su «vocación de escribidor de historias que iría determinando mi manera de vivir y sometiéndome a su dichosa servidumbre». Aquellos años dan buena cuenta del carácter autobiográfico de la obra del peruano. «Todo lo que he inventado, como escritor, tiene unas raíces en lo vivido», reconoció, convencido de que la suya «fue la última generación de niños lectores, para los que le necesidad de una vida ficticia se aplacaba sobre todo con la lectura». Precisamente, esa afición por los libros, apuntó, fue otra de sus fuentes: «Lo leído ha tenido también una influencia decisiva en la gestación de todas mis historias».
En este caso, pese a «titubear» a la hora de dar nombres, Vargas Llosa incluyó entre sus grandes influencias a Sartre, Faulkner o Malraux. «Fue gracias a la saga de Yoknapatawpha que descubrí la importancia capital de la forma en la ficción», recordó el autor.
Como un milagro
Ellos, unidos a aquella «familia frondosa» de Cochabamba y a la capacidad para «trasladarme mediante la simple concentración en las letras de un libro», se convirtieron en «un milagro que revolucionó mi vida y la imantó desde entonces a los maleficios de la ficción». De hecho, Vargas Llosa, que se considera «un vicioso de la lectura», advierte de que, «pese a haberlo pasado tan bien en el mundo real de esos años bolivianos, aún lo pasé mejor en el otro, el inventado». Así lo dejó patente quien califica a Alejandro Dumas como su «primera pasión literaria» y recuerda a Pablo Neruda y sus "Veinte poemas de amor y una canción desesperada" como el «primer libro maldito» que leyó.
Todo aquello le llevó a una conclusión: «Nunca soñé que esta vocación me depararía una satisfacción tan grande como la de hoy». El aplauso fue ineludible. La ovación de un Paraninfo hasta la bandera, en el que, además de catedráticos y profesores de la UMA, estuvieron presentes figuras de la vida social y cultural de la ciudad, y un buen número de autoridades, entre las que se encontraban el alcalde, Francisco de la Torre; la vicepresidenta de la Diputación Provincial, Marisa Bustinduy; el delegado de la Junta de Andalucía, José Luis Marcos, o el Subdelegado del Gobierno, Hilario López Luna.
Lea el díscurso íntegro que ofreció Mario Vargas Llosa tras ser nombrado doctor honoris causa de la UMA
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