M. CARMEN ESPAÑA
Domingo, 30 de agosto 2009, 03:49
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Fátima Choubiki se levanta a las 5.30 horas y se toma un vaso de leche. Ya no volverá a probar bocado hasta la puesta de sol para así cumplir con uno de los pilares del Islam: el ayuno durante el mes de Ramadán. Toda una locura para muchos, pero una acción impregnada de solidaridad para los que conocen su verdadero significado. «Te hace sentir el hambre del que no tiene para comer», explica esta marroquí afincada en Málaga desde hace veinte años.
Como el resto de musulmanes, Fátima reconoce que el 'sawm' -como llaman a la abstinencia de comida y bebida durante el día- es duro, pero «todo es cuestión de concienciarse». Si bien, a nadie se le escapa el valor de este sacrificio, sobre todo este año, ya que los ciclos lunares han hecho que caiga en pleno agosto. Una época en la que el calor aprieta y el cuerpo pide agua a todas horas. Y más aún si se trabaja bajo el sol o si se practica algún tipo de deporte.
Ese es el caso de Osam e Ismael, los dos hijos de Fátima. A sus 15 y 13 años, juegan al baloncesto en la cantera del Unicaja, pero no faltan a ningún entrenamiento durante el Ramadán. «En verano es un poco más difícil porque sudas más y te da sed, pero es cuestión de aguantarlo», cuenta Osam.
Ir a la playa tampoco es lo más recomendable. «Además del calor, no estaría bien que me pusiese en biquini estos días», señala Fátima. Aunque los pilares del ayuno no prohíben vestirse de determinada forma o maquillarse, sí impiden mantener relaciones sexuales durante el día, por lo que tales acciones podrían ser una provocación por parte de la mujer.
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Pero entre tanta privación, hay sitio para el disfrute. Cuando el reloj marca las 21.00 horas, las familias musulmanas se reúnen en torno a la mesa para 'desayunar'. Unos dátiles con leche rompen la abstinencia y se acompañan con la 'harira', una sopa fundamental en esta fiesta que lleva desde garbanzos hasta fideos, pasando por verduras y lentejas. Luego, viene un plato de carne o de pescado que desemboca en dulces típicos de Ramadán, como el 'chubaikia', una especie de borrachuelo.
Tras la cena, es momento para la reflexión. Lo más habitual es acudir a la mezquita, donde los musulmanes recuerdan el momento en el que el Corán bajó desde el cielo hasta las manos de su profeta Mahoma, punto de partida de esta celebración. El templo es también un lugar para los que no pueden permitirse comer ni antes y ni después del rezo. «Van personas muy necesitadas que están en paro por la crisis», asegura Fátima.
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Alimentar al pobre
La ayuda al pobre es otra de las bases del mes sagrado de los islamitas. De hecho, quien no puede ayunar -como los enfermos o las embarazadas- tiene que dar de comer a una persona sin recursos cada día. Una práctica que imitan el resto de musulmanes el primer día tras el Ramadán -este año, el 21 de septiembre-, cuando las familias se reúnan todo el día para comer.
Los que no están exentos de la abstinencia son los que se ganan la vida entre fogones, como Ziad Al-Shougri, propietario de un restaurante marroquí. «Cuesta trabajo, pero todo es cuestión de estar mentalizado», dice. Una explicación que no convence demasiado a los que no tienen fe en Alá, pero que sostiene una tradición que iguala a pobres y ricos bajo el amparo de la religión.
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