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Viernes, 15 de mayo 2009, 04:29
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LOS más desfavorecidos de la tierra están hoy huérfanos. La causa palestina o la de los saharauis han perdido a uno de sus grandes defensores, Alejandro Rodríguez Carrión, nacido en Nador (Marruecos) hace 63 años y que siempre estuvo comprometido con aquellas causas que consideró justas.
Líder carismático en la Granada de los años 60, donde estudió Derecho, quiso especializarse en investigaciones sobre la paz, aunque la ausencia de una especialidad de esta tipología en España, le llevó al Derecho Internacional Público, del que era catedrático de la Universidad de Málaga, adonde llegó en 1982 tras haber pasado por las aulas de las universidades de la Ciudad de la Alhambra, de la Autónoma de Madrid, Sevilla o las internacionales de Oslo, Cambridge, Berkeley y Groningen.
Este discípulo del prestigioso jurista Juan Antonio Carrillo Salcedo -quien ayer no podía disimular su emoción al hablar de su «hermano»- dedicó toda su vida a la docencia, la investigación, fundamentalmente sobre Derecho Comunitario en el que era un experto, y a la defensa del patrimonio común. Unas actividades que últimamente compaginó con su labor como decano de la Facultad de Derecho, cargo al que llegó en 2004, aunque ya lo ocupó en una etapa anterior entre 1984 y 1986. Desde ese puesto fue uno de los motores para su impulso, su innovación y su proceso para convertirla en uno de los centros de referencia del país.
Al campus solía acudir acompañado de quien ha sido su gran sostén durante su vida, principalmente en los momentos más duros de la enfermedad, su esposa, Victoria. Con ella tuvo dos hijos que le dieron dos nietos: uno hispano-japonés y otro hispano-japonés-norteamericano. El mundo internacional siempre presente en su vida.
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«Ciudadano del mundo»; «Genio y figura»; o «Más que un profesor» fueron algunos de los calificativos que le dedicaron algunos de sus destacados alumnos como el presidente de la Audiencia Provincial, Francisco Javier Arroyo Fiestas, el secretario general de la Presidencia del Gobierno, Bernardino León Gross, -quien lo considera su maestro- o el decano del Colegio de Abogados, Manuel Camas.
Quienes le conocen, definen a este librepensador y agnóstico como una persona dotada de un gran sentido del humor, bondadoso, entregado y humanista. «Era un luchador, lo ha demostrado hasta el final. Jamás buscó un proyecto personal, siempre para los demás. Era la antítesis del trepa», subrayó Carrillo Salcedo.
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Vinculado al centro-izquierda, no era una persona intolerante, sino abierta al diálogo y que se llevaba bien con todo el mundo. Sus clases siempre fueron de las más concurridas, amenas y participativas, como rememoraron varios ex alumnos, algunos de los cuáles, con el tiempo formaron parte de su departamento y de su equipo de trabajo como Sebastián Escámez o Ana María Prieto.
Pero este vitalista siempre cargado de proyectos era, ante todo, era un europeísta convencido, como recordó el ex alcalde de la ciudad y ex europarlamentario Pedro Aparicio. Y lo demostró hace apenas una semana cuando, a pesar de su enfermedad, acudió al Ayuntamiento de la capital a recoger el premio Blanco White que concede el Consejo Andaluz del Movimiento Europeo por su defensa de la Unión Europea.
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