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LOS Tercios en Flandes contaban con dos leyendas añadidas a un verbo: morían, como héroes y como chinches. Con honor a veces ridículo por innecesario; como ratas, porque los nobles que llevaban los galones, los reyes y sus ministros no tenían ni zorra de qué diantres era una guerra, ni por qué, ni para qué.
En las guerras africanas del siglo pasado se repite la leyenda. Los soldados españoles morían, no sé si como héroes o como animales, y no tanto por las armas de los kabileños como por la ineptitud, absoluta, de generales, reyes y ministros; asuntos como la intendencia -les daban sardinas en escabeche en pleno desierto-, la ignorancia sobre el enemigo y la prisa por ganar galones constituían su única preocupación.
Nada parece haber cambiado en exceso, varias constituciones más tarde, una Guerra Civil, un dictador, una monarquía y varios gobiernos democráticos, da la triste impresión de que nuestros soldados sirven para ceremonias públicas de alto copete y como peones de juegos que ellos ignoran. Hombre, ahora les dan un sueldito que cobran puntualmente y no han de dedicarse a la mendicidad una vez terminado el contrato, se atiende a sus viudas (si son perfectamente legales, claro), y deben tener un rancho bastante decente. Pero, en cuanto a sus generales, ministros y coronados, poco ha cambiado desde Flandes.
Al parecer los traían de vuelta a casa en aparatos donde no subiría ni el perro de un vagabundo; los devuelven de cualquier manera y se pasan por el forro de los calzones el respeto a su muerte. Como siglos atrás, se trata de cargar culpas al turco. Los ministros del ramo llenando de florituras verbales sus errores. Y la Corona en perfecto silencio. Los ejércitos, ya se sabe, sirven para las marchas callejeras, para cuadrarse y saludar. Y para callar, así mueran como chinches y sin responsabilidades para sus mandos.
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Una lástima, queridos generales, queridos ministros, queridos reyes, que no exista la honorable Ley del Silencio presente en tiempos de los Gloriosos Tercios. Ahora existen periodistas, familias que navegan por Internet. Incluso una Declaración Universal de Derechos Humanos que, casualmente, incluye a los soldados.
Hace años, un capitán de aviación del Ejército republicano me dio una respuesta a qué era el honor que recomiendo leer a Trillo, a los generales y a los coronados. «El honor consiste en llevar a buen puerto aquello que, libre, voluntaria y conscientemente, uno haya decidido aceptar». ¡Para que luego se juren cargos de cualquier manera!
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