Miedos de comunicación

CIRCULA por ahí el rumor de que los secuestros exprés se suceden en la Costa del Sol bajo un pacto de silencio para ocultarle esa realidad devastadora a la clientela del turismo; también se habla de cogoteros salvajes del cono sur y mafias desprovistas de escrúpulos elementales en sus fechorías. La crisis ha empezado a excitar esos viejos demonios en el imaginario colectivo; y la xenofobia avinagrada de los 'ladrones de trabajo', coreada incluso en las barricadas de la sociedad multicultural del Reino Unido para exigir que el empleo tenga nacionalidad, ha derivado hacia esto. Desde luego la crisis lleva aparejada un repunte delictivo, aunque se trate de los robos en comercios y establecimientos como acaba de admitir el Gobierno en Málaga. En cambio, otras estadísticas apenas han modificado sus vectores. Las leyendas urbanas del momento están llenas de fantasía y sobre todo miedo. Eso es lo peor. Los expertos se sienten mejor preparados para afrontar la criminalidad que el miedo a la criminalidad. Como se lee en el mítico discurso de Roosevelt en 1933 que tanto ha inspirado a Obama, «a lo único que debemos tener miedo es al miedo».

La 'percepción del delito' reaparece como problema en el guión de la crisis; por más que la criminalidad sea considerablemente menor que la percepción de ésta. No es un temor directo a ser víctimas, sino a la descomposición del biotopo indefenso. Abierta la caja de Pandora, el pánico social ve fantasmas. Eso hace más difícil gestionar el miedo al delito que el propio delito. Los expertos señalan a los medios de comunicación como calderas de la alarma a merced del nuevo periodismo de sucesos lleno de relatos cada vez más truculentos y descarnadamente morbosos. Miedos de comunicación. Las noticias sobre delitos de sangre son siete veces más frecuentes que la tasa real de éstos; y esos nutrientes fomentan un imaginario colectivo lleno de atribulada zozobra.